La última pena de muerte en Inglaterra
(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 14 de julio
de 2015)
Londres, 13 de julio de 1955. Es ejecutada Ruth Ellis, la
última mujer que sufrió pena de muerte en Inglaterra.
Sir Cecil Havers, juez del Alto Tribunal de Old
Bailey, se cubrió la peluca con el black cap, el pañuelo negro de seda
que, desde tiempo de los Tudor, usan los jueces ingleses para dictar penas de
muerte. “Ruth Ellis, el jurado la declara culpable de asesinato... Se le dará a
usted muerte en la horca”. La acusada inclinó la cabeza y dijo tranquilamente:
“Gracias”.
Pocas veces ha tenido un juez que dictar una sentencia
de muerte tan a disgusto, sir Cecil opinaba que la defensa de Ruth Ellis “fue
tan débil que había sido inexistente”, y suponía que había circunstancias
atenuantes que no aparecie-
ron en el juicio, porque la acusada tenía un irrefrenable deseo de ser castigada. Ruth Ellis no podía soportar el peso de la culpa por matar al hombre de quien seguía enamorada. “Soy culpable”, habían sido sus primeras palabras cuando la detuvo la Policía.
La vida de Ruth Ellis fue la de una víctima sobre
quien, paradójicamente, cae el castigo. Hoy día, en vez de ahorcarla, la
habrían convertido en el símbolo feminista de la mujer maltratada. Nacida en
una familia numerosa y pobre, desde niña su padre la había pegado y acosado
sexualmente. A los 17 años, durante la guerra, la dejó embarazada un soldado
canadiense casado, que la abandonó con su hijo ilegítimo. Ruth dejó el niño con
la abuela y acabó de chica de alterne en un club.
El encargado la forzaba, se quedó embarazada de un
cliente y tuvo un aborto clandestino. Intentó salir de la prostitución casándose
con otro cliente, George Ellis, un dentista divorciado 20 años mayor, y fue
peor el remedio, porque era un alcohólico violento y posesivo, que le daba
palizas por celos. Ruth lo abandonó en varias ocasiones, pero luego volvía con
él, como esclava de un destino trágico de víctima. Sin embargo el marido sí que
dejó a Ruth cuando dio a luz una niña que no quiso reconocer. Otro bebé para la
abuela.
Pese a esa carrera de infortunios, a los 25 años Ruth
logró cierta posición en su oficio como encargada del Carrol Club, con derecho
a un apartamento sobre el local. Su buena figura, rasgos delicados y cabello
rubio platino la hicieron conocida en la noche londinense, amiga de
celebridades y gente rica que le hacía regalos caros. Pero su destino de
víctima era tan implacable como en una tragedia griega, y fue a enamorarse del
peor entre todos sus conocidos, como si no pudiese vivir sin un hombre que la
maltratase.
Un amigo famoso, Mike Haworth, campeón del mundo de
Fórmula 1, le presentó a otro corredor, David Blakeley, un señorito de buena
familia de solo 22 años. Ruth se enamoró locamente de David, que no tardó en
instalarse en su piso, pese a tener novia. Luego cometió el gran error, se casó
con David para que se repitiese exactamente la misma historia que con el primer
marido, porque este también era un borracho y un maltratador. Con el añadido de
que ahora ella ganaba bastante dinero, y David la explotaba.
En enero de 1955, estando embarazada, David le pegó
tan brutalmente que abortó. Esta paliza marcó un límite: Ruth Ellis perdió su
trabajo, su vivienda, su marido y su dinero, que se llevó él. El amor loco de
Ruth por David no implicaba exclusividad, ambos tenían otros amantes. Ruth
buscó refugio con Desmond Cussen, un atractivo hombre de 35 años, antiguo piloto
de la RAF, con una buena posición como empresario. Cussen era, con diferencia,
el hombre más decente con el que se había tropezado Ruth en toda su vida, y sin
embargo sería quien provocase su desgracia definitiva, porque estaba enamorado
de ella y quería quitar de en medio a su rival, el marido. Si no fue idea de él
matar a David, en todo caso organizó el crimen, le dio a Ruth un revólver, le
enseñó a usarlo y la llevó en su coche en busca del marido.
Cinco tiros. David estaba en un pub de Hampstead con
un amigo y al salir Ruth lo llamó varias veces, pero él hizo como si no
existiera. Si no estaba determinada a matarlo, esta última humillación la
decidió. Sacó el 38 y le disparó cinco tiros de cerca. Luego, muy serena, le
dijo al amigo que llamase a la Policía.
Al agente que la detuvo le dijo: “Soy culpable, estoy
algo trastornada”, y en el juzgado: “Ojo por ojo, diente por diente. Me
ahorcarán”. Su abogado propuso alegar trastorno mental pero ella le advirtió:
“Acabé con la vida de David y no le pido que salve la mía. No quiero vivir”. En
una carta a su suegra revelaba su profundo complejo de culpa: “Le imploro que
perdone a David por haberse venido a vivir conmigo, pero ambos nos amábamos
mucho. (…) Moriré amando a su hijo”.
Además del afán de pagar su culpa, Ruth tenía otra
razón para autoacusarse, proteger a Cussac. La Policía y sus abogados
sospechaban que había alguien más detrás del crimen, pero ella se lo ocultó a
todos, pese a que eso podría atenuar su culpabilidad y salvarla de la horca.
Dijo que el arma la tenía desde hacía tiempo y que fue sola a Hampstead.
Ruth Ellis fue una presa modelo y su aspecto comenzó a
cambiar en la cárcel, engordó porque era la primera vez en su vida que comía
bien, y el rubio platino del cabello comenzó a diluirse. Pero no quería por
nada del mundo aparecer así en público y se empeñó en teñirse, para espanto de
sus abogados, pues el rubio de bote le daba aspecto de cabaretera. De hecho, al
entrar en la sala se oyó comentar “blond tart” (putilla rubia).
Al jurado le predispuso también que Ruth pareciese
tranquila, como si no la afectara haber matado a su marido, y que reconociese
sus relaciones sexuales con unos u otros. Pero lo definitivo fue que al
preguntar el fiscal: “¿Qué pretendía cuando disparó a David Ellis?”, Ruth
respondió: “Es obvio que cuando le disparé quería matarlo”. Con esta confesión
el jurado solo necesitó 23 minutos para fallar “culpable de asesinato”, y el
juez Havers tuvo que ponerse el black cap.
Su abogado, John Bickford, no se conformó, sabía que
ella ocultaba algo que podía salvar su vida. Diciéndole que no podía dejar que
su hijo creciese sin saber la verdad, logró que revelase el papel de Cussac en
el crimen. Bickford buscó a Cussac pero había desaparecido. Solicitó aplazar la
ejecución, con el apoyo del propio juez Havers, pero el ministerio se negó a
concederlo, y Ruth Ellis fue ahorcada el 13 de julio de 1955. Tenía 28 años.
La repulsa fue general, 33.000 personas se adhirieron
al movimiento contra la pena de muerte, abolida 10 años después. El famoso
escritor de novela negra Raymond Chandler escribió en un diario inglés lo que
la Justicia no fue capaz de ver: “Fue un crimen pasional tras considerable
provocación. Ningún país del mundo habría ahorcado a esta mujer”.
El destino fatal de Ruth Ellis fue contagioso. Su
primer marido se suicidó; su cómplice Cussac murió alcoholizado, y lo mismo le
pasó a su abogado John Bickford, atormentado toda su vida por no haber podido
salvarla. El juez Havers intentó acallar su conciencia mandándole dinero a su
hijo todas las navidades.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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