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jueves, abril 21

Yo, Augusto, El emperador II

(Un texto de Miguel Angel Novillo López en el suplemento Crónica de El Mundo del 16 de noviembre de 2014)



Nombrado heredero por su tío abuelo Cayo Julio César, Cayo Octavio Turino (63 a.C.-14 d.C.) ocupó el poder de Roma a los 17 años de edad. En Hispania, que habría visitado en tres ocasiones, acacon cántabros y astures, los dos últimos focos de resistencia anti-romana, y fundó ciudades como Mérida, Zaragoza o Barcelona. Rescatando los principales valores republicanas y respetando las costumbres autóctonas, fue determinante en la integración de Hispania dentro del sistema imperial.

Tras la derrota de Marco Antonio en Accio y la posterior muerte de éste en Alejandría junto con Cleopatra a fines del año 31 a.C., Octavio se encontraba ante la necesidad de dotar de base legal a su poder personal mediante la instauración de un nuevo régimen en el que se combinasen la realidad de un poder absoluto y las formas ideales republicanas. El nuevo régimen imperial no surgió de inmediato, sino que en realidad fue el resultado de una lenta evolución sociopolítica sólo acelerada en las últimas décadas del período republicano. Restauración e innovación fueron dos conceptos determinantes en la valoración histórica de la gestión de Augusto, quien en sus Res gestae se presentaba como el restaurador del tradicional régimen republicano y al mismo tiempo como el responsable de la instauración del nuevo régimen imperial.

El extraordinario poder con el que contó Octavio desde los años 29-28 a.C., vendría justificado por los acontecimientos políticos y militares que se desencadenaron tras la muerte de Julio César, pero, igualmente, en los mismos hechos politices de esos dos años, pues, concluida la guerra contra Marco Antonio y Cleopatra, confirmó la presencia romana en Dalmacia, logrando a la par importantes triunfos en Hispania y en África. Desde entonces, desapareció por completo el sistema de gobierno republicano, si bien los responsables de la política seguían presentándose como los defensores del viejo orden. En realidad, el poder de Augusto se fundamentó en la concentración de varias magistraturas y de poderes republicanos que llegaron a confirmar las bases de su poder supremo dentro del Estado, instaurando con ello un nuevo régimen político.

EN TARRACO. En febrero del año 27 a.C., recientemente nombrado princeps por el Senado, Augusto desembarcó en Tarraco (Tarragona) con el propósito de acabar con cántabros y astures, los últimos focos de resistencia anti-romana. Un año después, mientras Publio Carisio combatía a los astures, Augusto atacó a los cántabros. Los astures, después de un año de lucha y tras ser rodeados, se suicidaron, si bien los cántabros lograron que Augusto enfermase y se retirase a Tarraco.

 

En otoño del año 25 a.C., dirigió una nueva ofensiva fundando Asturica Augusta (Astorga) como base de la retaguardia y emblema de la colonización militar que tenía como propósito. Las primeras victorias y la entrega del líder cántabro Corocotta, quien terminó por ser perdonado por el emperador, hicieron creer a Augusto que la guerra había llegado a su fin. Empero, todo no fue sino un craso error. Al año siguiente, los astures se rebelaron contra Carisio y los cántabros les siguieron. Tras varias contiendas, los astures, tras caer derrotados, acabaron trabajando en las minas, pero los cántabros lucharon basta la muerte. En este sentido, el geógrafo e historiador griego Estrabón relata que las madres daban muerte a sus hijos antes de verlos sometidos, que los crucificados cantaban himnos de triunfo y que los niños se mataban entre sí cuando los romanos venían a acabar con ellos.

La cuestión cántabra concluyó finalmente en el año 19 a.C., siendo el último caso de la pasión por la independencia de los pueblos prerromanos en la península Ibérica, La ocupación del norte peninsular fue tan dura que Marco Vipsanio Agripa, yerno y mano derecha del emperador, no reclamó el correspondiente triunfo. Sabemos por el historiador romano Dión Casio que en el año 25 a.C. Augusto decretó el licenciamiento de los soldados más veteranos de su ejército con los que fundó Augusta Emerita (Mérida).

Nicolás Damasceno, historiador y filósofo sirio, nos informa de que ya estuvo en Hispania a comienzos del año 45 a.C. para socorrer a Julio César en el contexto del Bellun Hispaniense. Al arribar a Tarraco, supo que su tío abuelo ya no se encontraba allí y tuvo que reunirse con él en el sur de la Bética. Más tarde, en el viaje de regreso de Gades (Cádiz) a Tarraco, y antes de marchar a Roma en el otoño, se detuvieron en Carthago Nova (Cartagena) con objeto de administrar justicia.

El último viaje de Augusto a Hispania se dio entre los años 16-13 a.C. En el año 16 a.C. marchó hacia la Galia, y desde ahí pasó a Hispania. En este recorrido ha de situarse su estancia en Narbona en el invierno del 16-15 a.C. y la redacción de los decretos recogidos en el Edicto del Bierzo. El periplo finalizó en el año 13 a.C. con la fundación de varias ciudades en el territorio hispano y con la decisión del Senado de construir en el Campo de Marte un altar de la paz, el Ara Pacis.

Con la liquidación de los últimos focos de resistencia, la romanización se aceleró sobremanera. La presencia de las legiones se convirtió en el principal elemento de la romanización. Si bien es cierto que hasta la época flavia no se redujo considerablemente el número de legiones, los cometidos de las mismas se centraron en el desarrollo de las infraestructuras y de la administración provincial.

Augusto asumió la organización administrativa de la península. Por consiguiente, en el año 27 a.C. diseñó una nueva división territorial en tres provincias: Tarraconense, con capital en Tarraco; Lusitania, con capital en Augusta Emerita, y Bética, con capital en Corduba.

Las ciudades por él fundadas jugaron un papel decisivo en el desarrollo del culto imperial, que serviría de elemento de unión en todo el Imperio. Así, en el año 15 d.C., un alío después de su muerte, se levantó en Tarraco el primer templo dedicado a su culto, que serviría de modelo a todo el Imperio.

Por otro lado, son varios los factores que evidencian el desarrollo económico hispano por iniciativa augustea: fomento de la red viaria, destacando la Vía de la Plata o la Vía Augusta, camino que discurría desde los Pirineos hasta Cádiz bordeando todo el levante peninsular; producción de varias acuñaciones monetarias en las que las leyendas en latín sustituyeron a las ibéricas; desarrollo de la actividad minera, destacando las explotaciones de las minas de Riotinto y de Las Médulas; impulso de la actividad comercial del trigo, del aceite y del vino.

Con Augusto, Hispania empezó a disfrutar del más largo periodo de paz hasta entonces conocido. Las antes tribus beligerantes se convirtieron en tropas auxiliares de las legiones. Todas las formas de la economía, la política, la religión y la cultura confluyeron en el paradigma romano, y la urbe, esto es, la ciudad, fue la clave de la romanización, o lo que es lo mismo, de la civilización. La obra y la gestión de Augusto tanto en Hispania como en el resto de provincias del Imperio tuvieron tal calado que sobrevivieron a los siglos a través de un amplio legado cultural y material.

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