Catherine Pozzi, una llama abrasadora
(Un texto de
Manuel Hidalgo en la Galería de imprescidibles de El Mundo del 31 de enero de
2014)
Leyendo 'Agnès' sentía con insistencia que la voz
de Catherine Pozzi me
traía ecos de otra voz femenina que todavía resonaba en mi cabeza. De repente,
¡ya lo tengo!, pensé en Elizabeth Smart y su novela también autobiográfica 'En Grand Central Station me senté y lloré'
(1945), igualmente publicada por Periférica. No sé si la equiparación es del
todo plausible o una sensación subjetiva, pero estoy seguro de que la alusión a
Smart incentivará a los entusiastas seguidores de la canadiense a leer a la
francesa. Y a un gran descubrimiento. Hay diferencias, claro, entre ambos
libros, pero también una misma pasión desgarrada y desgarradora, una obcecación
sin límites, un lirismo sangrante, una escritura moderna y en carne viva, la
misma admiración por un amante y maestro destructor, la misma tendencia hacia
el abismo y la autoaniquilación.
Catherine Pozzi nació
en París, en la selecta Plaza de Vendôme, en 1882. Niña desgarbada y feúcha
-siempre tuvo complejos- su hogar no podía ser más acomodado e ilustrado,
centro de reunión de artistas e intelectuales. Su padre, Samuel Pozzi, fue un
prestigiosísimo cirujano, ginecólogo e investigador, el médico de la alta
burguesía y de muchos grandes creadores parisienses. Fue médico de Marcel Proust, por ejemplo. Se insiste
en que el personaje del doctor Cottard de 'En
busca del tiempo perdido' pudo estar inspirado en Pozzi, pero también es
probable que el modelo fuera el relevante neurólogo francés Jules Cotard (con
una sola 't').
El sabio Pozzi era, a
la vez, un tipo mundano y presumido, capaz de hacerse retratar nada menos que
por John Singer Sargent con un exquisito batín rojo para lucir palmito. Era un
seductor incorregible, y sus amantes fueron incontables, de Sarah Bernhardt a más o menos anónimas
y adineradas pacientes de su consulta. En 1918 fue asesinado a balazos por un
enfermo que había quedado descontento de una operación de varicocele y le
exigía otra. Catherine tenía 36 años, no era una chiquilla, pero parece claro
que este hombre infiel y ausente algo tuvo que ver con la imagen y las
necesidades que la escritora pudo hacerse de las figuras masculinas. A los dos
años, se divorció de su marido, y fue en 1920 cuando se hizo amante del poeta
Paul Valery, casado y padre de familia, que le sacaba 11 años.
Por la decaída y
humillada parte materna, contaba Catherine con una madre y una abuela muy ricas
que, al educarla -la abuela, sobre todo, según se ve en Agnès-, le transmitieron su fuerte catolicismo, origen de sus
convulsiones espirituales y de sus crisis religiosas y místicas, también
patentes en el relato. Entre los amigos y confidentes personales de Catherine
estuvo el filósofo cristiano Jacques
Maritain, que no siempre apreció su talento literario.
No era una niña
cualquiera. A los 10 años, y con empeño literario, Pozzi empezó a escribir un
diario personal que no abandonaría hasta semanas antes de su muerte. Esos voluminosos diarios, publicados en
1987, son un monumento que habla por sí solo de la calidad como escritora de
Catherine.
En 1909, Catherine se
casó con un amigo de la adolescencia, Édouard
Bourdet, periodista que estaba a punto de convertirse en uno de los
dramaturgos más famosos de Francia, eso sí, dentro de los cánones del ligero
teatro de bulevar. El matrimonio fue un desastre desde el minuto uno, incluso
desde la noche de bodas en Cannes, según puede inferirse del medianamente
críptico epílogo que Catherine añadió a 'Agnès'. Pozzi le dio ideas a Bourdet
para sus inminentes éxitos, pero desde el principio vio que no era el hombre
capaz de satisfacer sus ansias de amor, de sabiduría, de absolutos.
Al año de su boda
nació su único hijo, Claude Bourdet.
Catherine no llegó a ver cómo Claude lucharía en la Resistencia, pasaría por
varios campos de concentración y se convertiría en un destacado ensayista y
político del socialismo radical, fundador de partidos y de publicaciones tan
decisivas en la izquierda francesa como 'Combat' y 'Le Observateur', antecedente
de 'Le Nouvel Observateur', en el que colaboraría durante años.
El año en que nació su
hijo, Catherine Pozzi contrajo la tuberculosis, enfermedad que la acompañaría
hasta su mismo lecho de muerte, en el que la morfina y el láudano también
jugaron su papel. Catherine tenía 52 años, y había cumplido con el arquetipo
del artista seriamente enfermo.
Precisamente, en su
lecho de muerte, Catherine escribió 'Nyx',
el último de los seis intensos poemas -con 'Vale',
'Ave', 'Maya', 'Nova' y 'Scolopamine'- que ella quiso -a
diferencia de otros que escribió- que se editaran a su muerte en una plaqueta.
Pueden leerse en internet, y no hay experto que niegue que son suficientes para
considerar a Pozzi -amiga y corresponsal de Rainer María Rilke- una grandísima poetisa. Así lo dictaminó André
Gide.
Con su matrimonio roto
desde su arranque, Catherine mantuvo a partir de 1913 una relación con un joven
magistrado e incipiente novelista llamado André Fernet. Era ya un emblema de la soledad, la enfermedad y la
sensibilidad letraherida. Buscaba el interlocutor, el impulsor, el alma gemela,
el gran amor. Pero Fernet quiso que esa relación fuera exclusivamente platónica
y volcada en la unión espiritual. En ésas estaban cuando Fernet, alistado como
piloto, murió en una batalla aérea en 1916.
Y, en 1920, Catherine
Pozzi conoció al ya eximio poeta puro Paul
Valéry. El estallido. Ocho años de pasión clandestina, con graves
problemas. Valéry, que ya ha publicado 'La
joven Parca' (1918) y 'El cementerio
marino' (1920), es un poeta sobradamente consagrado. Pero, como su poesía,
es frío, calculador, cerebral. Para Catherine es, por fin, el Amante, el
Maestro y -como escribe en 'Agnès'-
hasta el mismísimo Dios, ahora que ella ya no cree en el Cristo de su infancia.
Malo. Catherine alterna la exaltación y el sufrimiento hasta ir perdiendo las
fuerzas.
Estando ya con Valéry,
Pozzi empieza a escribir 'Agnès' en 1922 y el
inteligente y decisivo Jean Paulhan se la publica en 1927 en la 'Nouvelle Revue Française' que dirige.
Gran impacto. Una muchacha de 17 se dirige a su amante futuro, desbordada y
herida por su gran afán de amor y excelencia. Está dispuesta por él a saberlo
todo, a entregarse del todo, a mejorar en todo... Tremendo.
Etiquetas: libros y escritores
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