Kamikazes, el ineficaz y suicida ‘viento divino’
(Un texto de Koldo Domínguez en el Heraldo de Aragón del 22
de junio de 2014)
Unos 4,000 aviadores japoneses kamikazes trataron de detener
sin éxito el avance de Estados Unidos por el Pacífico.
Hay relatos de la I Guerra Mundial que describen acciones de
este tipo protagonizadas por soldados desesperados, que buscaban en la muerte
una liberación más que un fin militar, y por ciertos aviadores rusos, que
chocaban sus aeroplanos contra sus enemigos en pleno vuelo. Pero no fue hasta
octubre de 1944 cuando se creó el primer escuadrón de kamikazes: la Unidad Especial
de Ataque Shinpu -el término kamikaze en japonés no existe y nace de una mala traducción
de unos kanjis que en realidad significaban 'viento divino'-. «El deber pesa
menos que una montaña/la muerte pesa menos que una pluma». Con este juramento se
despedían los pilotos de los caza japoneses que despegaban para no volver. Al
grito de 'Banzai, Banzai, Banzai', los kamikazes 'oficializaron' en la II
Guerra Mundial una práctica tan remota como la propia guerra: el suicidio como
arma ofensiva, el sacrificio de la vida por un supuesto bien superior: la
victoria. El creador de esta unidad fue el almirante Takijiro Onishi,
obsesionado con tratar de contener la ofensiva norteamericana sobre Filipinas
y, a medio plazo, sobre el archipiélago nipón.
Era imprescindible destruir los portaaviones de Estados
Unidos, así que el Estado Mayor japonés autorizó la puesta en marcha de la estrategia
ideada por Onishi, al principio rechazada: enviar a sus pilotos en misiones
suicidas contra los barcos americanos, acciones que de forma esporádica ya se
estaban produciendo en los últimos meses. De hecho, el primer ataque kamikaze
registrado como tal -aunque no aprobado por sus superiores- se produjo el 15 de
octubre del 1944. Lo llevó a cabo el almirante Masafumi Arima, que estrelló su
Mitsubishi G4M contra el portaaviones 'Franklin'.
Cientos de jóvenes entusiastas se presentaron voluntarios
para la Unidad Especial de Ataque Shinpu. En total, 4.000 pilotos japoneses protagonizaron
acciones suicidas a lo largo de la II Guerra Mundial. Llevados por una mezcla de
fanatismo, patriotismo y desesperación, apenas recibían siete días de
entrenamiento específico, que incluía maniobras de aproximación a embarcaciones
en alta mar.
La noche previa escribían cartas de despedida a sus
familiares, se cortaban un mechón de pelo para su madre o esposa y enviaban a sus
casas trozos de uñas para que fueran usadas en ceremonias religiosas a modo de
funeral. Además, repartían sus pertenencias entre sus compañeros. El día de su
muerte metían en la carlinga del avión amuletos personales, se colocaban en el
pelo un 'hachimaki' (una cinta con mensajes patrióticos) y un cinturón con mil puntadas.
Vestían un uniforme nuevo y recibían un último discurso del oficial al mando. No
todos bebían sorbos de sake, como popularmente se cree.
Los ataques kamikazes hundieron unos cincuenta navíos,
causaron daños a varios centenares y mataron a cerca de 5.000 marineros. No hay
cifras oficiales, puesto que al final de la guerra también se emplearon aviones
cohete dirigidos por pilotos suicidas y hasta torpedos humanos, llamados 'kaiten',
que la Armada Imperial desarrolló con escaso éxito.
La Alemania nazi, aliada con Japón en el Eje, también copió la
táctica kamikaze en las postrimerías de la guerra. Creó, fruto de la desesperación,
el 'Escuadrón Leónidas', en el que un centenar de jóvenes casi sin experiencia
en el aire protagonizaron esporádicas operaciones suicidas. Como en la fracasada
Operación Martillo de Hierro, en la que trataron de acabar con las centrales
eléctricas que abastecían a Moscú.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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