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martes, mayo 3

Don Fernando, a tamaño natural



(Un texto de Guillermo Fatás en el Heraldo del 15 de marzo de 2015)

Fernando el Católico reinó en tierras que hoy son de varios países europeos, africanos y americanos y su visión intercontinentaJ de la política marcó por siglos la historia de Europa.

A diario, la Koninklijke Bibliotheek de La Haya, creada en el siglo XVIII, recibe desde el Palacio Real de Zaragoza -la Aljafería- los datos de ventilación, humedad y temperatura internas de la vitrina en que se exhibe el libro de la Orden del Toisón de Oro. Una de sus láminas muestra, en brillante atuendo carmesí, a Fernando II de Sicilia, V de Castilla y León, II de Aragón y III de Nápoles, esto es, a Fernando de Aragón, el rey Católico, de cuya muerte [hizo] medio milenio en enero de 2016.

El primero que usó la imprenta para la propaganda política masiva, fue reconocido ya en su tiempo como alguien excepcional. «Algo nuevo empieza en España», advertía uno, atento a los signos de su tiempo (De Valera, 1476). Otro decía: «Natura no puede fazer príncipe en quien más el saber, la grandeza del ánima, la gentileza y la humanidad reluzcan ni quepan, ni es cosa creedera el saber suyo, que más parece divina que humana» (Suárez Figueroa, 1478). Un tercero, en latín, proclamaba: «Renace la Edad de Oro», (Pedro Ciruelo, 1498).

No cesaron estos testimonios, de propios y de ajenos. Maquiavelo, en 'El Príncipe' (1513), opina: «Ha hecho y concertado cosas grandes, que siempre han tenido sorprendidos y admirados los ánimos de sus súbditos, ocupados en sus resultados. Estas acciones han nacido de tal modo una de otra que nunca han dado a los hombres espacio para poder urdir algo tranquilamente contra él».

En el siglo siguiente, Gracián lo hace arquetipo de políticos, «oráculo mayor de la razón de estado», ante cuyo retrato afirmaba reverente su bisnieto, Felipe II: «A este lo debemos todo». Y el ilustrado militar Cadalso dijo, en el siglo XVIII, que, a la muerte del rey, la monarquía española nunca había sido «más feliz por dentro, ni tan respetada por fuera».

Fernando, al final de su vida, con un alto grado de conciencia sobre su obra, dijo de sí: «Ha más de setecientos años -el rey pensaba en la invasión musulmana del año 711- que nunqua la corona d'España -nótese el singular- estuvo tan acrecentada ni tan grande como agora, assí en Poniente como en Levante; y todo, después de Dios, por mi obra y travajo».

Fernando, al decir de quienes lo conocieron (Del Pulgar), «era de mediana estatura, bien proporçionado en sus miembros, e en las façiones de su rostro bien compuesto, los ojos rientes, los cabellos prietos e llanos; ome bien complisionado». Y, en la conducta, «tenía la habla igual, ni presurosa ni mucho espaçiosa. De buen entendimiento, muy templado en su comer e beber, e en los movimientos de su persona, porque ni la yra ni el plazer fazía en él grand alteraçión. Cavalgaba muy bien a cavallo; justava, tirava lança e fazía todas las cosas tan sueltamente e con tanta destreza que ninguno lo fazía mejor. Era gran caçador de aves, de buen esfuerço e gran trabajador en las guerras. De su natural condiçión era muy inclinado a hazer justiçia, y también era piadoso e compadeçíase de los miserables que veía en alguna angustia. Qualquier que con él hablase, luego le amava e deseava servir, porque tenía la comunicaçión muy amigable».

Primero, el liberalismo castellanista, centrado en la reina Isabel; y, después, el nacionalismo catalán, quebrantaron el recuerdo de Fernando, que pasó a ser casi un catálogo de vicios: avariento, rencoroso, lujurioso, vengativo, frío y centralista.

No obstante ello, y aun contando con el peso que los modernos dieron al restablecimiento de la Inquisición (1482) ya la expulsión de los judíos (1492), la virtud política del gran monarca ha vivido brillantemente a los siglos.

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