La ciudad de Stalin
(Un artículo de Luis Reyes en la revista Tiempo del 5 de
febrero de 2013)
Stalingrado, 2 de
febrero de 1943. En la fábrica de tractores Octubre Rojo se rinden los
últimos soldados alemanes.
La batalla de Stalingrado es el punto de inflexión de la II
Guerra Mundial. Hasta Stalingrado Alemania estaba ganando la guerra; a partir
de allí comenzó a perderla. A diferencia de otras batallas decisivas de la
Historia, como Waterloo o Lepanto, no se libró en una jornada, sino que duró
muchos meses, al estilo de las terribles batallas de desgaste de la Gran
Guerra, como la de Verdún, y tampoco resolvió el conflicto, sino que
simplemente cambió la pauta. El inicio de la batalla de Stalingrado marca el
ecuador de la II Guerra Mundial: tres años desde que empezara, otros tres para
su final.
La batalla tiene varias fases. El prólogo es la ofensiva de
verano del 42 del Grupo de Ejércitos B de la Wermacht hacia la estratégica
ciudad de Stalingrado, en el Volga; su captura cortaría a Rusia en dos e
impediría que le llegase el petróleo del Cáucaso. Cuando los alemanes alcanzan
su objetivo, el 1 de septiembre, comienza propiamente la batalla de
Stalingrado, la lucha por la ciudad casa por casa, hasta reducir la presencia
rusa a una estrecha franja arrinconada contra el río; es un combate inconcluso,
pues la Wermacht nunca puede proclamar la conquista completa de la ciudad.
En 19 de noviembre cambia el escenario con la operación
Urano, cuando refuerzos rusos traídos de otros frentes inician una
contraofensiva no sobre la ciudad, sino sobre sus flancos, intentando rodear al
VI Ejército alemán, que es el que libra el combate en Stalingrado. El 23 se
cierra la pinza, cuando las fuerzas que atacan por el Norte y por el Sur se
encuentran en Kalach, el estratégico paso sobre el río Don, unos 70 kilómetros
al oeste de Stalingrado.
Entonces comienza la fase final, el sitio de Stalingrado,
cuando se invierten los papeles y los alemanes pasan de atacantes a defensores,
intentando enrocarse en la parte de ciudad que controlan, en la esperanza de
ser reabastecidos por aire hasta que llegue el buen tiempo y una nueva ofensiva
de verano de la Wermacht los libere. El cerco y toda la batalla terminan el 2
de febrero, con la rendición incondicional del VI Ejército del mariscal Paulus.
Han sido cinco meses de combates con una cifra aterradora de
bajas, unos 2 millones de muertos. Se ha destruido una ciudad de un millón de
habitantes, que han perecido en gran parte. El Ejército Rojo ha sufrido medio
millón de muertos y otros tantos heridos. Y las fuerzas del Eje más de 800.000
bajas mortales.
Pero la trascendencia de la batalla de Stalingrado va más
allá de los acontecimientos y las cifras y entra en la categoría de lo
emblemático. Para Hitler se convirtió en una obsesión conquistar la Ciudad de
Stalin, como si eso significara el triunfo definitivo sobre el bolchevismo, de
ahí su insensata orden suspendiendo la retirada cuando los soviéticos pasaron a
la contraofensiva y prohibiendo la rendición cuando se cerró el cerco, lo que
supuso sacrificar a todo el VI Ejército (250.000 hombres, de los que solo
volverían a Alemania 6.000). Para Stalin también era una cuestión de honor
conservar la urbe que llevaba su nombre y donde se había decidido su destino,
aunque supusiera la destrucción de la ciudad y la muerte de sus habitantes, por
no hablar de la inhumana disciplina que se aplicó a las tropas soviéticas
enviadas a la batalla. Por todo eso, Stalingrado pasará a la historia como el
símbolo del triunfo del comunismo sobre el nazismo.
Como en estas páginas no podemos hacer un relato mucho más
pormenorizado que el breve resumen anterior, vamos a ver algunos de los
aspectos simbólicos de Stalingrado. Para empezar, existe una relación personal
entre Stalingrado y las dos personalidades más importantes de la Unión Soviética
después de Lenin: Josif Stalin y Nikita Khruschev.
La oportunidad de
Stalin.
Cuando triunfó la Revolución de Octubre en 1917 Stalin era
un miembro muy activo del partido bolchevique, aunque no estaba entre los
dirigentes supremos. Fue incluido en el Gobierno revolucionario como comisario
(ministro) de las Nacionalidades, pero enseguida estalló la guerra civil y hubo
que tomar medidas de urgencia. Los blancos, o contrarrevolucionarios, atacaban
por varios frentes, y en el Sur amenazaban un punto estratégico, la ciudad de
Tsaritsyn, junto al río Volga. Tsaristyn era su puerto fluvial más importante,
un centro de comunicaciones por donde pasaba el petróleo del Caspio, y Lenin
decidió enviar a Stalin, que en época zarista se había ganado fama de hombre de
armas tomar dirigiendo una banda de pistoleros caucasianos que asaltaban bancos
en pro de la causa revolucionaria.
Para Stalin fue la oportunidad para dar su talla. Tenía por
primera vez el mando supremo político y militar en un escenario, y lo aplicó
con extraordinaria energía, sin concesiones a la humanidad o la piedad,
sobrecogiendo de terror al enemigo y a los suyos, que, electrizados, eran
capaces de sacrificarse por la victoria. En Tsaritsyn Stalin ensayó los métodos
que le permitirían hacerse con el poder total en la Unión Soviética y luego
vencer al III Reich. Con su División de Acero (obsérvese que el sobrenombre
Stalin quiere decir “hombre de acero” en ruso), Stalin rechazó una ofensiva de
250.000 blancos, causándoles 130.000 bajas; sus propias fuerzas sufrieron
80.000 bajas. Tan enormes pérdidas prefiguraban lo que sería la batalla de
Stalingrado.
A nivel de su vida privada, Tsaritsyn también sería decisivo
para Stalin. Se había llevado de asistentes a los hijos menores del matrimonio
Alliluyev, sus mejores amigos, su auténtica familia en su juventud. El
muchacho, Fiodor Alliluyev, de 22 años, se alistó en una unidad especial, pero
no pudo soportar las atrocidades de la guerra civil, perdió la razón y pasaría
varios años en manicomios. La chica, Nadia, que solo tenía 17 años, se
convirtió allí en la mujer de hecho de Stalin y se casaron al volver de
Tsaritsyn.
En 1925, cuando el poder del secretario general del Partido
estaba asentado, se dio el primer paso del culto a la personalidad de Stalin
rebautizando Stalingrado a Tsaritsyn. El principio del nombre “Tsar” parecía
aludir al zar, lo que justificaría el cambio de toponimia por el Gobierno
comunista, pero en realidad venía de las palabras tártaras sarisu, “agua
amarilla”.
Ya con su nombre soviético, Stalingrado sería también
igualmente importante en la carrera política de Nikita Khruschev. Khruschev era
un obrero metalúrgico, bolchevique de primera hora, cuya militancia le había
llevado hasta un buen puesto en el régimen soviético, aunque no en poder
político: la dirección de la Academia de Industria. Casualmente, Nadia
Alliluyeva, la esposa de Stalin, comenzó a estudiar allí ingeniería en 1929. Lo
hacía de incógnito, solamente el director sabía quién era, y como era un hombre
muy simpático, Nadia se hizo su amiga y lo introdujo en su casa, es decir, en
casa de Stalin.
La desestalinización
Stalin promocionó a Khruschev, lo hizo secretario general
del Partido Comunista de Ucrania, pero cuando se produjo la invasión alemana
Ucrania se perdió y Khruschev se quedó sin trabajo. Entonces Stalin hizo con
Khruschev lo que Lenin había hecho con él 25 años antes, lo envió a la
amenazada Tsaritsyn, ahora llamada Stalingrado. Había una diferencia
importante, Khruschev no tenía el mando total, no tenía competencias militares,
pero era el comisario político supremo, el hombre encargado de mantener la
moral y la combatividad, de castigar a los traidores y a los tibios, de
espolear a los generales.
Stalin había dictado en verano la Orden nº 227, conocida por
Ni un paso atrás, ordenando fusilar a
quien retrocediese sin haber recibido esa orden, y Khruschev la aplicó con
rigor, situando tras las fuerzas del Ejército Rojo a tropas de la NKVD (policía
política), que disparaban contra cualquiera que abandonase una posición o
flaqueara en un ataque.
La dureza del sonriente Nikita le valió el aprecio de
Stalin, su participación en la mayor victoria soviética le dio prestigio en el
Partido, y de ese modo Stalingrado propició que Khruschev se convirtiese en el
sucesor de Stalin a su muerte. Por los sarcasmos de la Historia, Khruschev fue
también el dirigente que condenó el estalinismo y le volvió a cambiar su nombre
a la Ciudad de Stalin, rebautizándola Volgogrado, la Ciudad del
Volga.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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