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sábado, julio 8

Cien años de Gloria Fuertes, la isla ignorada

(Un texto de Antonio Puente en la revista Tiempo del 12 de mayo de 2017)

Su letra televisiva de Un globo, dos globos, tres globos marcó la memoria sentimental de millones de niños.

“Soy como esa isla ignorada / que late acunada por árboles jugosos / en el centro de un mar / que no me entiende, / rodeada de nada, nada solo”, expresó Gloria Fuertes (Madrid, 1917 – 1998) en el poema que da título a su primer poemario para adultos, Isla ignorada, que, aunque publicado en 1950, había escrito en su adolescencia esta mecanógrafa corpulenta y asumidamente andrógina, hija de una costurera y de un portero de fincas del madrileño barrio de Lavapiés. “La primera vez que pisé una universidad fue para dar clases”, señaló en alusión a sus pinitos como profesora de Literatura en una universidad estadounidense, a principios de los años sesenta, en una de sus múltiples señales de que llevó una vida de inclusera o de extranjis.

Para empezar, su exitosa proyección como poeta para niños eclipsó su notable producción como poeta civil hasta edad muy tardía, e incluso póstuma, solo después de que fuera la descubrieran (como suele suceder) diversos hispanistas de cátedras norteamericanas. Pese a la irregularidad de sus versos, su condición de poeta social infiltrada en solitario en una nómina reservada a las barricadas masculinas, contribuyó sobremanera a la emancipación de las mujeres, con lesbianismo incluido, poniendo en cuestión –como se ha dicho–los tolerados ocultamientos de algunos “poetisos”... Esa faceta de versificadora infantil le sirvió también como prolongación de su actividad más nutricia: la de guionista televisiva, con letras tan inolvidables como Un globo, dos globos, tres globos, que marcó la memoria sentimental de millones de niños españoles del baby-boom...

Por no hablar

Pero fue también su mejor pasaporte para infiltrarse como vate crudamente reivindicativa, y machihembrada de mujer de dudosa conducta, en la España del tardofranquismo. Al cabo, in-fans significa “que-no-habla”, y ya lo dijo en uno de sus versos emblemáticos: “Escribo porque eso, / porque no puedo hablar”. En pos de sus cinco minutos de Gloria, y como quien no quería la cosa, hubo de camuflar de pintorescas glorietas sus particulares barricadas... Ya en aquel primer poemario de su pubertad, Isla ignorada, late su perenne fijación primordial: la fraudulenta e inapelable puerta corredera, casi como una lámina o pelleja de saliva, entre el amor y el desamor (“Para enseñarme a llorar / me besaron una tarde, / y se llevaron la boca / y me dejaron la sangre”, dice en el poema Balada sonámbula); un sentimiento que se acucia, claro, cuando se es distinta, porque entonces atañe –su otro flanco– al conjunto del engranaje social. “No doy al César lo que es del César porque nunca tuve nada del César”, exclama en otra parte, al tiempo que aprovecha a definirse como un híbrido “de Quijote y Sancha”, y se pregunta: “¿Dónde mi Dulcineo? / ¿En qué Toboso?”.

Obligatoriamente parapetada de ironías oblicuas, y con retranca de organillo castizo, ¿cómo olvidar la despechada Carta de la eme que dedicara a un vaporoso y efímero novio de pubertad? “Manolo mío: mi madrileño marchoso... molletudo y majo mío mujeriego multado...”. Y es que la autora de Poeta de guardia hubo de aguardar a la edad de la jubilación para poder expresar que la anatomía de sus amores predilectos tiene “senos” (Historia de Gloria, 1981). Quien fue siempre franca en reconocer que “no quiero ser una escritora para escritores, ni maestra en nada”, hubo de jugar todo el tiempo al escondite en ese crucial flanco del amor/desamor prohibido; aviarse de rositas con efecto preventivo, entre humoradas proclamadas con voz de niña cazallera. Y, una vez más, jugar a hacer que le decía al lector lo que, en realidad, se recetaba a sí misma: “Libérate de la angustia / huyendo de la quema / sobre los lomos del humor”.

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