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jueves, enero 4

Francia y España firman la Paz de los Pirineos



(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 15 de enero de 2007)

1659. Tras siglos de enfrentamientos, ambos países fijaron su frontera definitiva. Y sellaron el pacto con una boda que traería a los Borbones a España.

La llamaron Paz de los Pirineos, pero se negoció y firmó en una isla. Una isla peculiar, casi fantástica, pues es la más pequeña del mundo (la mitad de un campo de fútbol) y encima está partida en dos por una frontera.

La Isla de los Faisanes es poco más que un banco de arena en la desembocadura del Bidasoa, el río que sirve de límite entre España y Francia. Al estar en medio de la corriente, se considera a cada país soberano de la mitad. Esa circunstancia anecdótica hizo que un islote de nula importancia material entrase con nombre propio en la Historia de España y en la Historia de Francia.

Situémonos en 1659. Las dos primeras potencias del mundo, España y Francia, llevan 25 años de guerra, siglo y medio de rivalidad. Están exhaustas. España, que ha empezado su decadencia, acaba de sufrir una contundente derrota en la batalla de las Dunas. Francia, la potencia ascendente, tiene en ese momento graves problemas internos, la revuelta de la Fronda, el último intento de frenar el poder absoluto y centralizado del rey.

Ambos países necesitan la paz, pero el juego diplomático exige que no se note. Los formalismos de las negociaciones se convierten así en una cuestión capital, algo que a veces parece más importante que la propia substancia a negociar.

Igualdad

Es entonces cuando ese banco de arena del Bidasoa adquiere protagonismo. La Isla de los Faisanes es el lugar ideal para un encuentro en absoluto pie de igualdad, no es nada, pero es una nada perfectamente dividida en dos. A la casualidad geográfi ca se añade la obra del hombre. Se construyen puentes de barcas idénticos desde cada orilla, y se levanta “una barraca”, con dos partes exactamente iguales y una sala de conferencias que no es común, sino dividida por una frontera, la mitad española, la mitad francesa.

Ahí, sentándose en mesas exactamente iguales, mantendrán 24 sesiones de negociación los primeros ministros de Madrid y París, don Luis de Haro y el cardenal Mazarino, entre el 13 de agosto y el 7 de noviembre de 1659.
Es un pulso político de altura. Su misma duración es parte del juego. Los contendientes, Haro y el cardenal, se conocen bien, llevan años compitiendo no sólo en el campo político, sino en el artístico, pues son dos grandes coleccionistas, los mayores inversores en obras de arte de la época. Don Luis de Haro, que representa a la parte más débil, sabe que Mazarino tiene prisa, ha de volver a París para ocuparse de la rebelión frondista. En consecuencia, va despacio.

La táctica de don Luis consigue salvar los muebles. España cede mucho menos territorio del exigido por Francia, y recupera más del esperado. El trago más amargo, perder la parte norte de Cataluña, tiene la virtud de fijar una frontera natural, que será ya para siempre: los Pirineos. Por eso se llama Paz de los Pirineos.

Pese a ese tenso pulso, o precisamente por ello, porque se causan mutua admiración, los dos primeros ministros terminan apreciándose. Cuando Mazarino muera dos años después, en su testamento le dejará a don Luis de Haro nada menos que un tiziano.

El acuerdo tiene otro aspecto aparte del territorial, una alianza entre las dos dinastías. La hija del rey de España, María Teresa, se casará con Luis XIV de Francia. Una decisión que a la larga supondrá la venida de los Borbones al trono de España. Y de nuevo el escenario será la Isla de los Faisanes y las formalidades serán capitales: ningún país ha de quedar por encima del otro. Haro y Mazarino pactan la igualdad en el número de tapices con que cada cual decorará su parte, cuántas personas irán en el séquito y hasta los bordados de oro de las casacas.

Viaje

Felipe IV sale de Madrid con la infanta María Teresa en abril y tarda mes y medio en llegar a la frontera. Siguiendo una táctica de la diplomacia española desde el Cid Campeador a Franco, llega al encuentro con 15 días de retraso. Le acompaña un séquito fabuloso de cientos de personas, incluido “un algebrista” y una compañía de teatro para hacer representaciones durante el viaje, y se mueve en 88 coches, 32 carros, 900 mulas de silla y 2.000 acémilas.

Por delante del séquito va Velázquez, encargándose de la decoración de cada alojamiento, y finalmente de la parte española de la Isla de los Faisanes. Le ayuda José Nieto, que es la figura que se recorta en la puerta del fondo de Las Meninas. Por parte francesa, quien se ocupa es un tal capitán D’Artagnan, de los Mosqueteros del rey, a quien Alejandro Dumas convertirá en uno de los más famosos personajes literarios.

La entrega de la novia –ya casada por poderes– tiene lugar el 7 de junio de 1660, previa jura de la paz por ambos reyes. La escena quedaría reflejada en una foto de familia, un soberbio tapiz francés de Gobelinos.

Galas, frente a frente

Pese al pacto de igualdad en los lujos, cada parte iba vestida a su estilo. El cronista Leonardo del Castillo dice: “Viéronse en los vestidos y joyas de los españoles, los de mejor gusto... la plata y el oro compitiendo lo hilado con lo macizo, y cuanta diferencia, hermosura y riqueza de finas piedras son objeto de deseo, cebo de la estimación y ansia de la codicia humana. Correspondieron con esplendor y gala los franceses a esta opulencia, vistiéndose a su usanza de cuantos ricos adornos cabían en el artificio”. El traje de Velázquez, por ejemplo, iba adornado de diamantes, piedras preciosas y puntas de plata, y llevaba un grueso collar de oro con la insignia esmaltada de Santiago guarnecida “de muchos diamantes”.

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