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viernes, diciembre 29

Isabel de Aragón, gran santa “catalana”



(Un texto de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 21 de septiembre de 2014)

En la ímproba tarea nacionalista de hallar huellas catalanas en cada rincón del cosmos, le toca el turno a santa Isabel de Aragón, reina de Portugal, arquetipo de mujeres catalanas.

SI alguien ignora aún que la infanta Isabel de Aragón, hija de Pedro III el Grande, fue un arquetipo de mujer catalana es que no ha leído al profesor portugués Gabriel Magalháes en 'La Vanguardia' del 14 de agosto. Si no, sabría que uno de los mejores «reflejos» de lo catalán «en el espejo de la historia» es el de Isabel de Aragón, reina de Portugal. «Resulta curioso que en Cataluña se desconozca bastante» la figura de esta santa de la Iglesia e infanta de la «Casa de Aragón-Barcelona» (sic). Porque Isabel «se transformó en un ovni fascinante» de la historia portuguesa y aún no se ha percibido «en los vuelos de esta mujer admirable su matriz catalana». Por ejemplo, según Magalhaes, es sumamente catalán su sentimiento franciscano, muy activo «en la corte de Aragón-Barcelona».

En la tarea inacabable, últimamente en boga, de añadir catalanía al universo, se ve que a Isabel le tocó «una dote de utopías catalanas». Porque en el cosmos catalán resulta que hay «un notable fondo de inversiones utópicas», de modo que, cuando vence el pago de intereses de ese tesoro, se acumulan «todo tipo de ensueños». Esos intereses del 'fondo catalán de inversiones utópicas' vencían, según ha advertido Magalhaes, en el siglo XIII y se encarnaron en Isabel, tan catalana con los indigentes que «se transformó en un sistema de seguridad social. Construyó albergues, hospitales, conventos; repartió incontables limosnas, a las que hoy llamaríamos subvenciones». (Ah, término este sin duda catalanísimo, pero también andalucísimo y balearísimo y españolísimo).

Otras prendas de Isabel -sostiene Magalhaes- fueron su «sólida vocación para el trabajo y una notable capacidad de organización. De nuevo, virtudes del ámbito catalán». Ostras.

Más: era tan decididamente catalana que resultaba «radiactiva, como suelen ser las de por ahí». El emocionado escritor recuerda que Isabel tuvo dos hijos, «críos [que] fueron algo así como una penitencia ginecológica» (no aclara si es rasgo de catalanía). Otros dones netamente catalanes de Isabel fueron su «pasión por el diálogo», su conducta «pactista», su ánimo de «mujer valerosa, muy independiente» y su conducta como reina viuda que obró con «clara autonomía», «actuando con total libertad», con «decisión de mujer catalana». iOstras!

La lástima, «como casi siempre», es que este caudal de virtudes encomiables, «sus exigencias utópicas, su pragmatismo organizativo y su pasión por el diálogo» haya «quedado sumergido por la cepa aragonesa y el matrimonio portugués ». Magalhaes se emociona al recordar que la reina, advertida por su real marido de que no quería más limosneo en palacio, fue sorprendida, una vez más, con el halda colmada de pan para los mendigos: «-¿Qué lleváis ahí, señora? -Son rosas, señor: rosas, nada más... E Isabel abre el manto con pan, que se ha transformado en pétalos». Un caso manifiestamente barcelonés, como desvela agudamente Magalhaes: «Cuando estamos en Barcelona, uno siente que el milagro se repite y amplía: el pan de la abundancia se transforma en rosa de hermosura, y la rosa de la belleza no deja nunca de ser pan comestible». ¡Ostras y ostras!

No obstante su agudeza, al escritor se le quedan en el tintero más rasgos probatorios de la cabal catalanidad de Isabel de Aragón. Por ejemplo, que Isabel nació verosímilmente en Zaragoza, donde en 1219 los franciscanos habían creado su primer convento español. Ya se sabe que Zaragoza es ciudad aragonesa, pero, si bien se mira, está bastante cerca de Cataluña.

Las dos mujeres más importantes de su vida fueron su madre y su aya, ampliamente catalanas, pues lo catalán es cosmopolita por definición. La primera, la reina Constanza de Suabia, siciliana, nieta de alemán, saboyano, suiza e italiana, tuvo el gesto de morirse en Barcelona, de donde no se ha movido desde 1302, que ya es arraigo catalán. Su aya, tanto en la Corona de Aragón como en Portugal, a donde la acompañó, fue Doña Betaza (en realidad, Vatatzés), hija de ligur y griega, bisnieta del emperador bizantino y de su esposa búlgara. Casó con un portugués, para redondear currículo.

En fin: a la vista queda, para quien quiera verla, la catalanidad esencial de Isabel, que marchó a Portugal con doce años de edad. A su hermano Jaime II de Aragón, le escribía en portugués, según se lee en su correo conservado en Zaragoza. Ciudad en la que el Reino de Aragón le erigió a su costa un hermoso templo del que carece en ciudades donde la belleza es pan comestible (¿o era al revés?).

En fin, y echando pie a tierra: esta y otras ligerezas ya se hacen pesadas. Al verlas tan de seguido, uno sospecha que el 'seny' catalán debe de estar secuestrado esta temporada por alguna oscura fuerza de la que no sabe librarse.

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