El lado oscuro de Abraham Lincoln
(Un texto de Gonzalo Ugidos en el suplemento dominical de El
Mundo del 16 de diciembre de 2012)
El
destino dibuja a veces sinuosas coreografías para manifestarse. Por ejemplo, Abraham
Lincoln. El presidente más popular de los Estados Unidos era en el año 1859 un político
quemado. Había sido leñador, había combatido contra los indios, había estudiado
Derecho y había fracasado en todos sus intentos
para ser elegido senador. Como tenía algunas deudas aceptó por dinero dar una conferencia
en un lugar remoto. Impresionó a la audiencia con su labia y el Partido Republicano
vio en él una cara nueva y prometedora Solo un año después
ganó las elecciones presidenciales. Pero al decimosexto presidente de Estados Unidos
(el primero por el partido Republicano) nunca le gustaron ni las mujeres ni los
negros.
Nacido
en Kentucky el 12 de febrero de 1809 en una familia modesta, Abraham -Abe, como
lo llamaba todo el mundo- hizo esfuerzos extraordinarios para adquirir una educación solvente mientras trabajaba de granjero. Su ambición
no tenía límites. Al cumplir los 16 condujo una balsa de troncos hasta Nueva
Orleáns para comerciar río abajo. Por entonces ignoraba muchas cosas. Sabía leer,
escribir y contar y hasta la regla de tres, pero nada más.
Un proverbio griego dice que "muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una
sola, y grande": Abe Lincoln era un erizo que sabía engatusar al personal con
su verbo.
Tras un
noviazgo tormentoso, se casó con Mary Todd en 1842. Según el testimonio de un
amigo, Lincoln fue a la boda "como un buey al matadero". El biógrafo e
historiador C.A. Tripp, en El mundo íntimo de Abraham Lincoln (Schuster & Schuster, 2005), sugiere que se casó con ella porque la
había dejado embarazada y su suegro le forzó a hacerlo. Sugiere también que el
presidente jugaba en el equipo contrario, porque sus relaciones con mujeres son
o bien inventadas por los biógrafos o bien lúgubres chapuzas, como su
matrimonio.
De
Lincoln se sabe que compartió cama durante cuatro años con un joven y atlético
colega, Joshua Speed. Cuando Speed se mudó de colchón para casarse, Abe quedó
destrozado y se abatió en una depresión tan profunda que sus amigos tuvieron
que retirar todos los objetos cortantes de su habitación. Desde entonces y durante varios años mandó a Speed tiernas cartas que invariablemente
terminaban con un "Siempre tuyo". En la biografía Los años de la pradera y la guerra (Mariner Books, 2002), Carl Sandburg, que ganó el Pulitzer con
ese libro, alude a la relación con Joshua Speed diciendo que tenía "una vena
de lavanda y la debilidad de las violetas de mayo", lo que en el argot gay
significa exactamente lo que parece.
Antes
de Speed, Lincoln tuvo otro compañero de cama: su primo BilIy Green, de 18 años,
a quien se le caía la baba por la musculatura de Abe y que escribió que “sus muslos eran tan perfectos como podían serlo en un ser
humano". Siendo ya presidente se encaprichó de Elmer Ellsworth, un
gallardo ayudante militar. Cuando lo mataron, el desconsolado Lincoln comenzó a
dormir con su guardaespaldas, David Derickson, en el refugio presidencial a las
afueras de Washington. Dice Tripp que las continuas depresiones del presidente
se debían a la presión para ocultar sus impulsos homosexuales.
Casi
exactamente nueve meses después de su boda, Mary dio a luz a su primer hijo. Tuvo
otros tres y solo uno la sobrevivió. Lo
cierto es que el principal cadáver en el armario en la Casa Blanca durante el mandato
de Lincoln fue su mujer. Hija de un eminente banquero de Kentucky, Mary creció entre
algodones, aunque no estuvo sobrada de mimos: a los seis años murió su madre y nunca soportó a su madrastra. De fuerte carácter, Mary estallaba
en ataques de furia ante su marido y en cierta ocasión llegó a echarle de casa
esgrimiendo un cuchillo de cocina. La mujer se irritaba por la costumbre de su
ciclotímico marido de aislarse durante largos periodos en un silencio
sepulcral. A pesar del mal genio de Mary, la boda le vino muy bien a Abe porque
se curó de un temperamento bipolar con cambios de humor que oscilaban entre la abulia
y la exaltación.
Mary
cayó en una profunda depresión al morir su segundo hijo, Edward, en 1850. Contrató
a médiums y espiritistas para contactar con su él, con lo cual derrochó una pequeña
fortuna. Las cosas fueron a peor cuando llegaron a la Casa Blanca en 1861. Nerviosa
y susceptible, a veces actuaba de manera irracional. Encargó un vestido por el equivalente
de medio millón de dólares actuales y compró 300 pares de guantes en cuatro
meses. Así se granjeó la impopularidad de la noche a la mañana. Un dramaturgo
publicó un poema feroz contra ella titulado Que baile la reina. La
prensa controlada por el Partido Demócrata le dedicó críticas feroces.
Durante
la Guerra Civil, los estadounidenses de origen sureño pero fieles a la Unión,
como Mary, tuvieron que compatibilizar el concepto de supremacía de la raza blanca
-que les habían inculcado desde la infancia-con el nuevo estatuto de igualdad de
los negros. Enredada en un dilema moral y personal, la señora Lincoln aceptó auna
antiguamodista esclava, Elizabeth Keckly, como su amiga íntima y confidente en la
Casa Blanca. Fue mucho más de lo que le pedía su marido, que era un redomado
racista. Es verdad que tres años después de acceder al poder proclamó la
emancipación de los esclavos con la adopción de las enmiendas 13ª y 14ª a la Constitución,
pero lo hizo a rastras porque nunca creyó en la igualdad de las razas.
En 1858,
en su campaña para el Senado, lo dejó claro: "Ni soy ni he sido nunca partidario
de la igualdad entre blancos y negros. Hay diferencias que impiden que vivan juntos
en situación de igualdad social y política, pero si llegaran a vivir juntos
será en una posición de superior e inferior y, como casi todo el mundo, estoy a
favor de que la posición superior la asuma la raza blanca". En 1862, siendo
ya presidente, tuvo el cuajo de recibir en la Casa Blanca a un grupo de líderes
negros para decirles: "Incluso cuando dejéis de ser esclavos estaréis lejos
de ser iguales a los blancos. Es mejor para vosotros vivir separados". Según
su biógrafo Jan Morris, en los 175 discursos que Lincoln pronunció entre 1854 y 1860 siempre insistió en que sería anticonstitucional abolir
la esclavitud.
Si
cambió de criterio fue solo por cálculo político. Cuando las baterías de la Confederación
abrieron fuego en Fort Sumter y forzaron su rendición, Lincoln llamó a filas a 75.000
voluntarios. La Guerra de Secesión había estallado y ganarla se convirtió en su
única causa, estaba dispuesto a cualquier cosa para ello. Movilizó con éxito a la
opinión pública a través de su retórica y con la Proclamación de la Emancipación
quería tener a otras naciones de Europa y Sudamérica a su lado. De hecho, al
principio solo abolió la esclavitud en los Estados Confederados (los del Sur) que
todavía no controlaba, no en los que le eran leales. En total, 200.000 de los
tres millones y medio de esclavos que había en el país fueron liberados durante
la guerra como resultado de la Emancipación. Un cínico observó que Lincoln "liberó
a todos los esclavos excepto a los que realmente podía liberar".
El
historiador Phil Mason cuenta en How George
Washington Fleeced The Nation (Cómo George Washington desplumó la nación, Skyhorse
Publishing, 2010) que a Lincoln nunca le pasó por la cabeza que, como resultado
de su decisión, los negros llegaran a ser iguales en derechos a los blancos. Y
trató de impedirlo abogando por la colonización de otros territorios para expulsar
a los primeros. Poco antes del final de la Guerra, en 1865, dijo: "Creo
que sería mejor deportarlos a todos a algunas tierras fértiles con buen clima donde
pudieran vivir sin mezclarse". Según el investigador Lerone Bennett, que pasó
siete años escrutando los documentos de la Casa Blanca, presentar a Lincoln como
icono de la igualdad es solo un mito.
El Viernes
Santo de 1865, en el Teatro Ford de Washington, el presidente más popular de los
Estados Unidos cayó abatido por una bala de John Wilkes Booth, un actor que
creía estar ayudando a los Estados del Sur. La frase que pronunció el victimario
mientras disparaba su único y certero tiro fue: "Sic semper Tyrannis”. "Así
siempre a los tiranos" es ahora el lema del Estado de Virginia.
Tras el
asesinato de su marido, a Mary Lincoln la internó en un psiquiátrico su hijo. Incluso
después de abandonar el frenopático siguió teniendo un comportamiento atrabiliario:
le daba por andar
por las calles de Chicago con dinero prendido con alfileres en sus pololos. Algunos
historiadores sostienen que, contra lo que diagnosticaron los médicos, no se trataba
de demencia senil, sino de sífilis terciaria. El propio Lincoln confesó a su
amigo el abogado William Hemdon que había contraído la sífilis a los 26 años
con una prostituta. No es seguro que interpretara bien los síntomas, pero sí
que durante muchos años tomó unas pildoritas azules, probablemente de mercurio.
En la Reflecting
Pool de Washington, el reflejo del obelisco apunta a la estatua del gran hombre
sentado en el pórtico de su Memorial, como si lo señalara con un dedo acusador.
Etiquetas: Grandes personajes, Pequeñas historias de la Historia
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