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lunes, diciembre 18

Del jazz al swing



(Extraído de un texto de Alberto G. Palomo en la revista Ling de octubre de 2014)

Seguramente, Duke Ellington jamás se habría imaginado a sí mismo tocando el piano en medio de un parque. A pesar de ser reconocido como uno de los creadores del jungle style. Su dispersa educación musical -labrada en atmósferas nocturnas de billares y vida disoluta- le llevó a formar su propia ‘Big Band’ al abrigo de dipsómanos y gánsteres. Eran los años veinte del siglo pasado. Y el jazz florecía en las principales ciudades estadounidenses.

En Nueva York, el Cotton Club registró en la hemeroteca lo que algunos llamaron 'El renacimiento de Harlem'. Aquí, los licores y la nicotina se fundían jazz con la misma naturalidad con la que lo hacían los pocos blancos que empezaron a juntarse con la segregada población negra de la ciudad, relegada a barrios marginales. Entre 1926 y 1931, además, este local acogió incesantemente a Duke Ellington, para el que fue "lo que la iglesia de Santo Tomás de Leipzig había sido para Bach", según afirma el escritor español Antonio Muñoz Molina.

Justo en esa época, el jazz empezaba a diluirse en una cascada de estilos que incluía, entre otras ramificaciones, el bebop o el cool. También dio lugar al swing, una variante de tiempos rápidos y amplia orquesta que compartía instrumentos con la disciplina original, el jazz. Este ritmo despuntó en las pistas de baile del país gracias a su armonía sostenida, su soltura a la hora de improvisar y su innegable capacidad de alegrar el ambiente. Hasta Duke Ellington, capaz de alcanzar la gloria con un estado de ánimo sentimental y nostálgico, se rindió a este fenómeno.

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