La Paz, un metro entre las nubes
(Un texto de Félix Lill y Javier Sauras en el nº 55 de la
revista Yorokubu, de 2014)
En una ciudad como La Paz (Bolivia), con casi mil metros de desnivel entre
su zona norte y su extremo sur, implantar un buen
sistema de transporte público es prácticamente imposible. La orografía se convierte
en una trampa mortal para los autobuses que colapsan humeantes la ciudad en su lucha
por escalar cuestas salvajes. El intrincado puzzle urbano descarta la opción de
tirar raíles de tranvía por la superficie puesto que, si se excavaran túneles de
metro, los trenes tendrían que viajar casi en vertical entre estación y estación.
Por estos motivos, y también para conseguir réditos electorales, el presidente Evo
Morales decidió hace un año invertir 178 millones de euros para crear el teleférico
urbano más largo del mundo.
«Estamos
ante el mayor desafío que se ha realizado nunca en una red de teleféricos urbanos»,
señala Javier Tellería, presidente ejecutivo de Doppelmayr en Bolivia, la
empresa austriaca que el gobierno contrató para ejecutar la obra. «El
teleférico viene del esquí, y la técnica que se aplica en la ciudad tiene
algunas peculiaridades: intentamos poner menos torres y más separadas para que
existan menos interferencias en las calles; las terminales son más amplias para
dar acceso a minusválidos y personas mayores y, además, se ha intentado que las
estaciones sean un polo de atracción social con servicios comerciales, culturales
y de todo tipo».
La primera
línea de Mi Teleférico, que es como las autoridades han bautizado el proyecto, se
inauguró el pasado mes de mayo y la segunda lo hizo hace tan solo unos días. La
tercera parte del recorrido se abrirá, seguro, antes de los comicios del 12 de
octubre en los que Morales se enfrenta a su tercera reelección como presidente.
Cuando se complete esta primera fase, el metro del cielo boliviano podrá movilizar
a 18.000 pasajeros cada hora a lo largo de 10 kilómetros del entramado urbano.
Para tener
una idea de lo que significa la obra, basta con comparar el trayecto que hace cualquiera
de las góndolas desde la antigua Estación
de Trenes de La Paz hasta la zona 16 de Julio en la ciudad de El Alto, con el mismo
recorrido a bordo de cualquier otro medio de transporte. En taxi, por un precio
cercano a los cuatro euros y medio, un pasajero tardaría 30 minutos, si tuviera
la suerte de no encontrarse con nada de tráfico. Con trancadera, como dicen en Bolivia
para describir el embotellamiento, el trayecto superaría fácilmente la hora de
viaje.
«Los
microbuses no tienen paradas determinadas, por lo que se mueven y se paran tantas
veces como el cliente quiera subir o bajar de ellos. Esto hace que el trayecto medio
sin paradas sea muy corto, porque siempre hay alguien de los que están dentro
del bus que quiere bajar o alguien de la calle que quiere subir. Al final, los
buses paran en cualquier sitio, lo que hace que el tráfico se congestione y se
cree un pequeño caos», explica Tellería.
Una cabina
del teleférico tarda 10 minutos en cubrir el mismo
recorrido por algo más de 30 céntimos de euro. Es ligeramente más caro que un autobús,
pero no hay muchos viajeros a los que parezca importarle. En las ocho primeras semanas
de vida de Mi Teleférico se registraron más de dos millones de pasajeros. Ningún
teleférico alpino mueve tanta gente.
Las cabinas
de Mi Teleférico cuelgan sobre calles, plazas, canchas de fútbol, tiendas, escuelas
y también sobre el Cementerio General de La Paz, donde se detienen. Ajayuni se
llama la parada, que en castellano significa el lugar de las almas. Los viajeros
observan las tumbas entre inquietos y divertidos. A pesar de que El Alto se asome,
desde sus 4.000 metros sobre el nivel del mar, por encima de La Paz, casi nadie
se ha acostumbrado todavía a moverse volando sobre su ciudad.
En unos
meses le sorprenderá a poca gente. Un poquito antes de que se inauguraran los Juegos
Olímpicos de 2012, Londres acaparó titulares por un fenómeno muy parecido: el teleférico
se había desplazado al Támesis desde los Alpes. Doppelmayr se estrenó en Reino Unido
con el primer teleférico urbano de Europa, una atracción turística que conecta
el norte de la capital inglesa con la orilla sur del río, y que ahora los londinenses
miran como un engranaje más de su sistema de transporte público.
Lo mismo
sucedió en Colombia. En Medellín, la segunda ciudad más poblada del país, se inauguró
hace diez años un sistema similar llamado Metrocable. Sin embargo, las razones para
construir el teleférico colombiano fueron muy distintas: la urbe tenía en los 90
una de las tasas de homicidios más altas del mundo con 380 muertos por cada 100.000
habitantes. El proyecto buscaba conectar los barrios más marginales de la urbe
con el resto de la ciudad.
Medellín
ha inspirado planes parecidos en Caracas y Lagos, otras dos ciudades con serios
problemas de seguridad que ya se están planteando alejar a sus ciudadanos de la
peligrosidad de sus calles. Caracas tiene un tramo en funcionamiento, pero el verdadero
grueso del proyecto lleva en el aire -sin cables ni cabinas- desde 2008, mientras
que en Nigeria todavía no han comenzado las obras.
En las
próximas olimpiadas de Río de Janeiro en 2016, el teleférico volverá a ser noticia
en Latinoamérica. La ciudad brasileña, famosa por el «bondinho» que llega a lo
alto del Pan de Azúcar, está conectando algunas de sus favelas con la red de
transporte público mediante este sistema.
Todavía
no está confirmado, pero en La Paz ya se habla de ampliar la cobertura a 12 líneas
más hasta conseguir un total de 15. Si esto saliera adelante, Mi Teleférico no solo
se convertiría en la mayor red de transporte urbano del mundo colgada de cables,
sino también en la más densa. Y los habitantes de La Paz, al mirar hacia arriba,
no solo se encontrarían con los glaciares del Illimani, sino también con las cabinas
de su metro entre las nubes.
Etiquetas: Culturilla general
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