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lunes, enero 1

Filósofos en camino



(Un poco de culturilla general en un texto de Mar Abad en el nº 55 de Yokoburu, en 2014)

Rousseau 

El filósofo genovés (1712-1778) detestaba los escritorios. Pensar para él, una extensión de caminar. De los 17 a los 19 años anda sin cesar. Después verá los caminos en coche de caballos, con gran disgusto, según escribió en Las confesiones.

«Sólo he viajado a pie en mis días de juventud, y siempre con delicia. Pronto los deberes, los asuntos y un equipaje que llevar me obligaron a dármelas de señor y a utilizar vehículos, a los que conmigo subían atormentadoras preocupaciones, apuros y molestias, mientras que antes en mis viajes no sentía otra cosa que el placer de caminar. Desde entonces no he sentido otra cosa que la necesidad de llegar».

Fue caminando por el bosque como Jean-Jacques Rousseau escribió su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres. Andando descubrió al horno viator (hombre que camina), «el que no está desfigurado por la cultura, la educación y las artes; el de antes de los libros y los salones; el de antes de las sociedades y el trabajo».

Entre los árboles busca Rousseau a ese primer hombre anterior a toda civilización, «saturado de cortesía e hipocresía, lleno de maldad y de envidia». Es su buen salvaje.

Pero la vida hace el paisaje gris y en sus últimos paseos no busca inspiración. Al contrario. «Los últimos paseos tienen la inmensa dulzura del desapego», escribe Gros. «Ya no hay nada que esperar, nada que aguardar. Vivir solamente, permitirse existir». 

Thoreau 

El siglo XIX trajo las grandes producciones en masa y las explotaciones industriales. Los hombres empiezan a saquear la naturaleza. El filósofo Henry David Thoreau (1817-1862) se siente abrumado ante un capitalismo feroz y propone una nueva economía en la que «el coste de una cosa es la cantidad de vida que hay que dar a cambio de ella» (Walden, 1854).

«Es también una manera de distinguir el provecho del beneficio. ¿Qué provecho saco de una larga caminata por el bosque? El provecho es nulo: no se ha producido nada que pueda luego venderse, ni se ha realizado algún servicio social que pueda rentarme nada. A ese respecto, la marcha es desesperadamente inútil y estéril. En términos de economía tradicional, es tiempo perdido, malgastado, tiempo muerto, sin producción de riqueza. Y sin embargo para mí, para mi vida, no diría siquiera interior, sino total, absoluta, el beneficio es inmenso», explica Gros en su obra. «Vivir, en el sentido más profundo, es algo que nadie puede hacer por nosotros. En el trabajo puede sustituirnos alguien, pero no al caminar. Ese es el gran criterio».

El naturalista estadounidense medía el valor de las cosas en la calidad de las vivencias. Decía: «¿Cuánta vida pura pierdo cuando me esfuerzo en ganar más dinero? Lo que les cuesta a los ricos ser ricos: trabajo, preocupaciones, desvelos, no descansar nunca». Él, en cambio, no necesitaba posesiones. Le bastaba con hacer suyo lo que veía. Así lo sentía. Todo el bosque, todo el mundo, para él.

Cuán vano es sentarse a escribir cuando aún no te has levantado a vivir. H.D. Thoreau -El diario (1837-1861) 

Nietzsche 

Decía Friedrich Nietzsche (1844-1900) que «hay que sentarse lo menos posible: no creer en ningún pensamiento que no haya surgido al aire libre y estando nosotros en movimiento, en ningún pensamiento en cuya génesis no intervengan alegremente también los músculos. Todos los prejuicios proceden de los intestinos. Ya dije en una ocasión que la vida sedentaria constituye el auténtico pecado contra el espíritu».

El filósofo alemán pensaba que las morales sedentarias habían envenenado a la humanidad. «No somos de esos que solo rodeados de libros, inspirado por libros, llegan a pensar. Estamos acostumbrados a pensar al aire libre, caminando, saltando, subiendo, bailando, de preferencia en montañas solitarias o a la orilla del mar, donde hasta los caminos se ponen pensativos», escribió en La gaya ciencia.

Y así construyó su obra. Nietzsche no era caminante de ciudad. Era andante de naturaleza. En sus marchas por el bosque huía de sus infernales dolores de cabeza y buscaba ideas que no estaban atadas a nada. Nietzsche trabajaba caminando, según Gros. Caminaba solo y a veces hasta ocho horas al día. Andando escribió El paseante y su sombra. Andaba y redactaba a la vez lo que iba pensando en seis cuadernos pequeños.

Pero el hombre que quiso llegar más allá del bien y del mal acabó sentado en una silla de ruedas. 

Rimbaud 

Escapó andando hasta París, marchó a Bruselas, deambuló por Londres, atravesó los Alpes y hasta intentó llegar a Rusia. El poeta francés (1854-1891), cuando era muy joven, dijo que era «un peatón, nada más» y siguió andando el resto de su vida.

«A pie. Siempre a pie y midiendo con las 'piernas sin rivales' la amplitud de la tierra», escribe Gros. «Para caminar, para avanzar, hace falta ansia. Siempre se da en Rimbaud ese grito en el momento de la partida, esa alegría rabiosa (…). En las tripas, el dolor de estar aquí, la imposibilidad de quedarse quieto, de enterrarse vivo, de quedarse simplemente».

En 1891 su rodilla se inflama terriblemente. Hay que amputar y pierde la pierna para siempre. Rimbaud sigue haciendo planes con su futura prótesis, pero ya no volverá a caminar. El poeta que vio en la marcha una forma de huida, de dejar atrás y olvidarse de uno mismo y del mundo en cada paso, nunca paró. Ni en su lecho de muerte, donde dijo, como últimas palabras: «Deprisa, nos esperan».

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