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lunes, enero 29

La otra familia de Felipe IV



(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 15 de octubre de 2013)

Madrid, 1621-1665 · Durante su reinado, Felipe IV engendra entre 30 y 60 bastardos en amoríos de todo nivel.

Son todos los que están, pero no están todos los que son en la fantástica exposición de retratos de la familia de Felipe IV recién inaugurada en el Museo del Prado. Porque el rey Planeta tuvo 13 hijos de sus dos matrimonios, pero engendró el triple de bastardos, y alguno ocupó un lugar protagonista en la Historia de España.

“Amor trompero, cuantas veo tantas quiero”. Este refrán que cita Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana parece de molde para Felipe IV, un enamorado irremisible que se encaprichaba de cualquier mujer hermosa que viese, sin que ni siquiera la Grandeza de España o la clausura del convento fuese barrera para sus amores. Las crónicas de Madame D’Aulnoy relatan las aventuras galantes del rey y dan detalles como que pagaba a las prostitutas 20 escudos, cantidad rácana para un soberano que enfadó a alguna meretriz de lujo.

Las andanzas reales eran conocidas y se comentaban; Quevedo escribía en carta a un amigo “hay, parece, nuevas odaliscas en el serrallo y esto entretiene mucho a Su Majestad”. Más cortesano, Antonio de Zayas, duque de Amalfi, decía en un soneto describiendo al rey: “Oculta el traje que severo luce / de amor y gloria devorante fuego / que de sus noches el placer inquieta”. Y Marañón sostiene que el conde-duque de Olivares le proporcionaba aventuras a Felipe IV para aplacar su “devorante fuego” con otras mujeres y que dejara en paz a la reina cuando estaba encinta, para no perjudicar el embarazo.

Fruto de los ardores del rey fueron gran número de bastardos, entre 30 y 60 según las fuentes, de los que conocemos alrededor de una decena, más o menos reconocidos por Felipe IV. El padre Flórez, famoso historiador del siglo XVIII, cita a ocho con nombres y apellidos. El primero de estos fue fruto del amor de juventud que Felipe, a los 19 años, sintió por la hija del conde de Chirel. Ventajas de su posición, envió al padre de la amada en misión de guerra a Italia y así la sedujo sin obstáculos; en 1626 nació un fruto de estos amores, Francisco Fernando Isidro de Austria, que murió cuando tenía 8 años y al que Felipe IV, que lo quería mucho, reconoció póstumamente y enterró en El Escorial.

Juan de la Tierra.

El siguiente bastardo lo concibió María Inés Calderón, la Calderona, estrella del teatro y objeto de deseo para muchos hombres. La Calderona era mujer de rompe y rasga, como evidencia el retrato suyo que hay en el convento de las Descalzas, y a los 16 años tenía ya un marido irrelevante y un amante Grande de España, el duque de Medina de las Torres, yerno del conde-duque de Olivares.

La entrada de Felipe en la alcoba de la Calderona no hizo salir de ella al noble. La actriz simultaneaba ambos amantes, hasta que un día hubo un desfase y coincidieron los dos. El rey estuvo a punto de matar allí mismo al duque, pero las súplicas de la amante compartida le salvaron la vida. El duque se fue al destierro, y la Calderona, al convento alcarreño de Valfermoso de las Monjas, aunque hizo entrada de gran señora, pues recibió el velo del futuro papa Inocencio X, y llegaría a ser superiora.

La Calderona tuvo al parecer dos hijos con el rey, Luisa de Orozco Calderón, monja de la que se sabe poco, y un niño del que se sabe mucho, pues fue un protagonista de su siglo. Empezó mal el bastardo real, pues en 1629 fue bautizado con el nombre de Juan de la Tierra, que era como se cristianaba a los de padre desconocido –aunque fue su padrino un caballero de Calatrava de la Casa del rey– pero a los 12 años fue legitimado por Felipe IV y mudó ese nombre vergonzante por el de don Juan José de Austria, infante de España con tratamiento de Serenidad (el mismo que los príncipes electores del Sacro Imperio) y fue nombrado superintendente del ejército para la guerra de Portugal.

Don Juan José, guapo, sano y con fuerte carácter, capaz de aplastar la rebelión de Masaniello en Nápoles cuando solo tenía 18 años, y de reconquistar luego Barcelona, fue el hijo que Felipe IV habría querido para heredero, y no el pobre Carlos II. Cuando este, aún niño, subió al trono, el hermano bastardo mantuvo una pugna por la regencia con la madre, Mariana de Austria. La lucha fue larga, pero en 1678 don Juan José tomó el poder y confinó a la reina en Toledo. Se convirtió en el valido de Carlos II y tuvo en sus manos el destino de España, aunque le duró poco, pues murió al año siguiente.

En especial peligro estaban las damas de la reina, varias de ellas convertidas en amantes. Destaca por lo paradójico el caso de doña Casilda Manrique de Luyando, noble viuda que tenía el cargo de guardadamas mayor, es decir, precisamente la responsable de vigilar la moral de las damas jóvenes, que de guardiana se convirtió en presa. Doña Casilda tuvo un niño llamado Carlos Fernando de Austria, que vivió toda su vida en la Corte con la consideración y el apellido de hijo del rey, aunque no fuese prohijado legalmente. Este se casó y tuvo una hija, Mariana Fernández de Austria, aunque cuando enviudó, ya cincuentón, se ordenó sacerdote y fue canónigo de la catedral de Guadix.

Carreras eclesiásticas.

Aunque pagara poco a las prostitutas, Felipe IV sí se preocupaba por las amantes palaciegas. A doña Casilda la mandó una temporada a la Corte imperial austriaca, de donde volvió como guardadamas mayor de la segunda esposa del rey. A doña Constanza de Ribera y Orozco, a la que dejó preñada siendo soltera, la casó con su gentilhombre de cámara, don José Enríquez de Guzmán, de la más alta nobleza de Castilla, que pasaría por padre del bastardo real don Alonso Enríquez de Guzmán, marqués de Quintana y conde de Castronuevo, que al quedarse huérfano fue criado por la familia pseudopaterna, los Enríquez.

Cuando murió el príncipe Baltasar Carlos, heredero de Felipe IV, este quiso reconocer a ese hijo que era su viva imagen, según puede comprobarse en el retrato que le hizo Maíno vestido de dominico, y le invitó a venir a residir a la Corte, donde habría tenido un papel semejante al de don Juan José de Austria. Pero el muchacho, que con 16 años tenía fuerte personalidad, rechazó la propuesta paterna y prefirió ingresar en la orden de Santo Domingo. Fray Alonso, que nunca aceptó la paternidad real pese a la evidencia física, fue una lumbrera como orador, teólogo y filósofo. Fue provincial de los dominicos en Andalucía y obispo de Osma, de Plasencia y de Málaga, sede que ocupó hasta su muerte, además de mecenas que protegió a grandes artistas como el escultor Pedro de Mena o Alonso Cano.

Caso parecido al anterior fue el de Alonso Antonio de San Martín, hijo de doña Mariana Pérez de Cuevas, dama de la reina cuyo pecado fue encubierto por don Juan de San Martín, gentilhombre de Su Majestad; el bastardo real llegaría a ser obispo de Oviedo y de Cuenca. O el de doña Ana Margarita de Austria, nacida en 1641 de María de l’Escala, la más joven de los bastardos reales identificados, que si no fue reconocida de derecho si lo fue de hecho, como prueba su apellido o el tratamiento de Serenidad que le otorgó el rey. Ingresó a los 12 años en el Real Monasterio de la Encarnación, del que sería abadesa, y que guarda un gran cuadro de su ceremonia de profesión de votos hecho por el pintor de la Corte Antonio Pereda, en el que la real bastarda aparece con San Agustín y la Virgen.

Algún hijo se dedicó a las armas, como Fernando Valdés, que el rey había tenido con María de Uribeondo, que fue general de Artillería y gobernador de Novara, pero era más recurrida la carrera eclesiástica, que fue la que siguió Juan Cossío, fraile agustino y predicador muy famoso en Nápoles, que pasaba por hijo de don Francisco Cossío, aunque los napolitanos decían al verlo por la calle en tiempos de Carlos II: “Ahí va el hermano del rey”, tan evidentes eran sus rasgos físicos.

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