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viernes, febrero 2

Napoleón, el descubrimiento de Egipto



(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 9 de octubre de 2009)

PARÍS, 1809. Se publica la magna obra que mostrará al mundo la desconocida civilización egipcia.
Egipto, la más soberbia civilización de la Antigüedad, tuvo su esplendor miles de años antes de que existiera Europa. No es extraño que cuando Europa alcanza el apogeo tras el Siglo de las Luces, y la Revolución Industrial y la Revolución Francesa inician la modernidad occidental, los europeos “sólo conocen de Egipto el nombre”, como dice Vivant Denon , director del Louvre que acompañó a Napoleón al Nilo. Los grandes militares que conquistan países se prodigan mucho en la Historia. Pero que un genio bélico se plantee, a la vez que hace la guerra, descubrir una civilización espléndida con la misma ambición de quien excava buscando un tesoro, eso es algo único. Una de las cosas que más asquean de la conquista de Iraq por George W. Bush son las imágenes del saqueo del museo de Bagdad, con el ejército americano indiferente ante la destrucción de aquel templo de la cultura. 

Piénsese en lo más opuesto, un ejército conquistador que llega acompañado de artistas, eruditos y expertos en todas las ramas de la cultura, cuyo particular interés no es vencer al enemigo en el campo de batalla, sino estudiar el país, su presente y su pasado... Es la diferencia entre el imperialismo interpretado por un zoquete o por quien fue no sólo un genio de la guerra, sino un estadista igualmente grande. Cuando el joven Bonaparte emprendió la expedición de Oriente, llevaba consigo dos ejércitos. Uno de 38.000 soldados y otro de 167 sabios, incluidos 21 matemáticos, tres astrónomos, diez lingüistas, trece naturalistas... El primer ejército llevaba cañones, el segundo, imprentas provistas de caracteres latinos, griegos y árabes, con peritos en artes gráficas, para ponerlas en marcha en cuanto ocuparan el territorio. 

La expedición de Egipto fue un desastre militar indiscutible con consecuencias inmensas en el campo de la cultura, según el historiador del arte Gilles Néret . El proyecto parece una locura, sobre todo en las circunstancias en que se emprendió. En un momento en que la República Francesa era hostigada desde todos los frentes, el Directorio prescinde de su mejor ejército y de su general invicto y los manda a Oriente Medio con la utópica misión de ¡arrebatarle la India a los ingleses!

Alejar a Bonaparte

Sin embargo, detrás de las locuras románticas se pueden esconder viles propósitos. El interés prioritario del Directorio que gobernaba Francia no era enfrentarse con los enemigos externos, sino con el interno, deshacerse de aquel joven general Bonaparte que tarde o temprano les disputaría el poder, como sucedió en efecto. Había que mandar a Napoleón lo más lejos posible, y ojalá no volviese. Bonaparte , por su parte, tampoco estaba loco cuando se planteaba emular a Alejandro Magno, conquistar Egipto, atravesar Asia y llegar a la India. Cierto que jugaba una partida muy arriesgada, pero era la única forma de lograr lo que al poco tiempo logró: ser, como Alejandro , el monarca más poderoso de la Tierra. Al principio las cosas fueron como quería el Directorio.

Tras el desembarco de la expedición en Egipto, Nelson destruyó su flota y los franceses se quedaron aislados en Oriente. Sin embargo Napoleón supo revertir la situación a su favor. Un año después, tras varias brillantes victorias, burló él solo el bloqueo inglés y llegó a Francia acompañado de una aureola de héroe épico, pese a haber abandonado a su ejército. A los tres meses daba el golpe de Estado del 18 Brumario y se hacía con el poder; luego se coronaría Emperador. Pero lo que distingue a Napoleón de otros arribistas de la Historia es la grandeza de su labor de estadista, desde la emancipación de los judíos en Europa hasta el Código Civil, pasando por la invención de los museos públicos. En su expedición a Oriente, Bonaparte quería realizar una obra maestra de ocupación de un país atrasado, de imperialismo ilustrado, y lo logró. Su ejército de sabios cartografió minuciosamente a Egipto e hizo un completo estudio económico, sociológico y científico del país, desde sus minerales hasta sus pájaros.

El naturalista Étienne Geoffroy Saint-Hilaire , tras descubrir el pez políptero bichir , un auténtico fósil viviente que será clave para elaborar la teoría de la evolución, dice que eso vale por sí solo el viaje a Egipto y todas las penalidades pasadas. Sin embargo, la labor más importante será la arqueológica, la invención in situ de un nuevo saber, la egiptología, que descubrirá al mundo las maravillas de una civilización milenaria y olvidada. Los entusiastas sabios, cuya edad media es de 25 años, dibujan los monumentos antiguos con fidelidad fotográfica, levantan planos de los templos, copian las pinturas y jeroglíficos murales, coleccionan papiros y toda clase de antigüedades, incluida la famosa Piedra Rosetta que esconde la clave de la escritura jeroglífica.

Epopeya cultural

Bonaparte funda en El Cairo el Instituto de Egipto, del que asume la presidencia, sin embargo los sabios seguirán la misma triste suerte del resto de la expedición. Sin comunicación posible con Francia, sin Napoleón al frente, pues ha escapado en solitario, el ejército francés no tiene más horizonte que una capitulación en las condiciones menos malas. Los ingleses, conscientes de la inmensa obra de los sabios, se van a mostrar más ávidos de sus descubrimientos que de las armas y bagajes del ejército. Pero los sabios no están dispuestos a entregar la espada. Amenazan con quemar todos sus papeles antes que dárselos al enemigo, y el general inglés, que también es ilustrado, hace como la madre auténtica del juicio de Salomón , consiente que se los queden los adversarios antes de que no sean para nadie. A cambio, exige las antigüedades, y así llegará la Piedra Rosetta al Museo Británico.

La epopeya cultural no termina con la expedición. Cuando regresan los sabios a Francia, Napoleón , ya en el poder, les manda recoger todos sus descubrimientos en una obra que debe ser la primera maravilla del mundo de la edición. Todo el esplendor del mundo faraónico debe ser reflejado en una obra impresa para la que hay que fabricar imprentas especiales, capaces de reproducir las inmensas planchas en las que los mejores grabadores de Francia, 400 artistas, trabajarán a lo largo de dos décadas. Durante años los jóvenes sabios van haciéndose viejos en la edición de la Description de l’Égypte . Se quiere que la obra aparezca en 1809, décimo aniversario de la ascensión al poder de Napoleón. Ningún militar golpista ha imaginado nunca celebrar así su golpe de Estado. 

En realidad el primer volumen de la Description no aparecerá hasta 1810 por las inmensas dificultades de la impresión, y se tardará 20 años en completar la publicación de esta auténtica enciclopedia con más de 3.000 ilustraciones en 23 libros, tres de los cuales miden más de un metro de largo. Pero como la voluntad de Napoleón es ley, será 1809 el año de edición que aparezca en el frontispicio, donde consta “publicado por orden de Su Majestad el Emperador NAPOLEON EL GRANDE”.

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