Carlos III, el rey más aburrido de Europa
(Un texto de Juan Eslava Galán en el XLSemanal del 5
de febrero de 2017)
Rutinario, discreto, austero… Carlos III hizo de la
corte española la más aburrida de Europa. Pero también equilibró las arcas,
favoreció a las clases populares y construyó edificios como el Museo del Prado.
El escritor Juan Eslava Galán repasa la figura del ‘rey tranquilo’.
Su Católica Majestad es consciente de que la armadura
de acero con que el pintor lo retrata desentona notablemente. Carlos III nunca
vistió armadura alguna ni tuvo más contacto con las armas que el propio de su
afición a la caza, que practicó hasta con exceso.
Conviene recordar que Carlos III, que vino al mundo en
Madrid el 20 de enero de 1716, era hijo de Isabel de Farnesio, la segunda
esposa de Felipe V, nuestro primer Borbón. Lo precedían en la línea dinástica sus hermanastros Luis y Fernando
(habidos de María Luisa Gabriela de Saboya, primera esposa del rey), por lo que
parecía improbable que algún día pudiera reinar en España.
Consciente de ello, la ambiciosa y dominante Isabel de
Farnesio orientó la política exterior española para colocar a sus hijos en
Italia y le consiguió al joven Carlos el ducado de Parma y posteriormente los
reinos de Nápoles y Sicilia. Hijo devoto y obediente, Carlos contrajo
matrimonio con la esposa escogida por su madre, que fue María Amalia de
Sajonia, con la que vivió un matrimonio sin sobresaltos. Tuvieron trece hijos
(de los que sobrevivieron siete). El día en que ella murió, pudo declarar:
«Este es el primer disgusto que me da». Viudo a los 44 años, se desentendió del
sexo y no volvió a conocer mujer.
En el cuarto de siglo que gobernó Nápoles, Carlos se
rodeó de funcionarios eficaces que, sin lesionar los intereses de la nobleza
dominante, favorecieron a las clases populares con un gobierno eficaz que
desarrolló notablemente la agricultura, la industria y el comercio.
Carlos se hizo querer por el pueblo. Cuando heredó el
trono español, tras el fallecimiento de su hermanastro Fernando VI, los
napolitanos lo despidieron con muestras de pesar y aceptaron de muy buena gana
el traspaso de la corona a su hijo Fernando.
Sanear las arcas
El reinado de Carlos en España fue tan benéfico como
en Nápoles. También es cierto que encontró un país bien encaminado por los
excelentes ministros del reinado anterior, a muchos de los cuales confirmó en
sus cargos. Después de dos siglos de guerras continuas, España había vivido un
periodo de paz de trece años que lo ayudó a recuperar los pulsos y sanear la
maltrecha economía. Era la primera vez, en siglos, que la monarquía salía de
los números rojos.
En lo personal, Carlos III fue un burgués de vida
reglada y morigerados hábitos, amante de la buena administración, del sosiego y
de las apacibles rutinas. Durante su reinado, la corte española mantuvo una
acreditada fama de ser la más aburrida de Europa. Pasaban los decenios y, del
mismo modo que su sastre no tenía que alterar las medidas de sus casacas, su
mayordomo tampoco tenía que salirse de la rutina establecida: el rey se
levantaba temprano, oía misa, desayunaba una jícara de chocolate y se ocupaba
el resto de la mañana en labores de oficina y en recibir los informes de sus
competentes ministros. Llegada la hora del almuerzo, comía en la misma vajilla
y usando los mismos cubiertos. El cocinero se atenía a la media docena de
platos que agradaban al rey. Tras el almuerzo, Carlos sesteaba (solo en verano)
y después pasaba la tarde cazando por los montes del Pardo, su gran y casi
única pasión. A lo que parece la afición cinegética del rey, con el ejercicio
físico que comporta, encerraba algo de terapia, pues Carlos temía que una vida
menos ordenada y deportiva reprodujera en él las taras genéticas de la familia:
su padre, Felipe V, había sido un
depresivo que desarrolló un trastorno bipolar; su hermano, Fernando VI, padeció
demencia progresiva; y su propio hijo Felipe Antonio era deficiente mental.
En días de lluvia pasaba el resto del día dedicado a algún ejercicio manual. Al
parecer, encontraba muy entretenido tornear palos de sillas.
Hemos de advertir que para la nobleza española
cualquier trabajo manual era una deshonra. Carlos III se esforzaba en dar
ejemplo de lo contrario. Incluso emitió un real decreto, en 1783, en el que
declaró que el trabajo manual no deshonra. Trabajo baldío: a la postre no
consiguió que trabajaran ni los nobles ni los mendigos, las dos clases más
improductivas y numerosas del reino. También fracasó en su proyecto de arrestar
a todos los gitanos del reino y ponerlos a trabajar en labores del Estado.
Un hombre de orden
Monarca ilustrado y reformista («todo por el pueblo,
pero sin el pueblo»), Carlos III se fijó dos objetivos. orden y buena
administración, nada de dispendios inútiles, y paciente eliminación de los
estorbos y antiguallas que atoraban las acequias del progreso, especialmente
los privilegios medievales de la Iglesia y de la nobleza absentista (las
llamadas ‘manos muertas’).
Uno de los mayores problemas de España, que se venía arrastrando desde hacía un siglo, era su pobreza demográfica. Carlos III impulsó la natalidad y trasplantó colonos extranjeros a las regiones despobladas, especialmente Sierra Morena, donde el bandolerismo dificultaba las vitales comunicaciones entre Madrid, la capital, y Cádiz, el puerto más importante del comercio americano. Finalmente protegió las artes y las ciencias con su apoyo a las Sociedades Económicas de Amigos del País.
En la política exterior, el reinado de Carlos fue menos afortunado. Au nque era amante de la paz, se vio implicado muy contra su voluntad en la guerra familiar de los Borbones franceses contra la rapaz Inglaterra, a la que tuvo que ceder la Florida, pero luego la recuperó tras auxiliar a las Trece Colonias (germen de los Estados Unidos) en su guerra de la Independencia contra los británicos.
Carlos reinó en España veinticuatro años. A su muerte mereció el título de «padre de sus pueblos», que le da el solitario vítor dedicado a su memoria en la sierra de Otíñar, Jaén. Lo sucedió su hijo Carlos IV, que desde su nacimiento había dado muestras de no ser algo acomodaticio y mentecato. Para muestra, un botón: en una tertulia cortesana se hablaba sobre esposas adúlteras, de las que, al parecer, había muchas en la corte. El príncipe, futuro Carlos IV, dejó caer:
-Nosotros los reyes, en este caso, tenemos más suerte que el común de los mortales.
-¿Por qué? -le preguntó el padre, escamado.
-Porque nuestras mujeres no pueden encontrar a ningún hombre de categoría superior con quien engañarnos.
Carlos III se quedó pensativo. Luego sacudió la cabeza y murmuró con tristeza.
-¡Qué tonto eres, hijo mío, qué tonto!
En su más famoso retrato, el del Museo del Prado, Mengs lo reproduce sin misericordia alguna. feo, ojos ahuevados, enorme nariz borbónica, estatura media, enteco, tez apergaminada y algo cargado de espaldas. Y una media sonrisa burlona como si nos dijera. «Ya veis a lo que me obliga el cargo».
EL CREADOR DE LA BANDERA ACTUAL
Hasta el reinado de Carlos III, la bandera española había sido la de la Casa de Borbón, completamente blanca, pero en 1785, siendo rey de Nápoles, Carlos decretó que sus navíos de guerra usaran una nueva bandera roja y gualda para evitar que los ingleses los cañonearan si los confundían con los de otros estados borbónicos enemigos de Albión.Carlos III trajo consigo esa bandera que desde 1843 sería la oficial de España y lo ha seguido siendo hasta nuestros días, excepto durante los años de la Segunda República, en los que se sustituyó por otra con la franja inferior morada, erróneo recordatorio de la supuesta bandera de los comuneros castellanos que se alzaron contra Carlos V. En realidad, el pendón castellano del que tomaron la idea era rojo, pero con el tiempo se había descolorido hasta parecer morado.
UNA SUCESIÓN ‘TOP SECRET’
Carlos IV, el hijo y sucesor de Carlos III, lo casaron con su prima María Luisa de Parma (de quien recibió el nombre la hierbaluisa), seguramente la reina menos agraciada que ha tenido España, quizá hasta Europa. Esta señora fue tan promiscua que no sabemos a ciencia cierta la parte que cupo al monarca en los catorce hijos (y diez abortos) que tuvo. En el lecho de muerte confesó a su director espiritual, el fraile agustino Juan de Almaraz, que ninguno de sus hijos lo era de su augusto esposo. Fernando VII, el heredero de la corona, lo supo y para evitar que se divulgara la noticia confinó a Almaraz de por vida en un lóbrego calabozo de la fortaleza de Peñíscola. Ignoraba que el fraile, viéndolas venir, había confiado su terrible secreto a un documento que guardó bajo el epígrafe ‘reservadísimo’. El memorial ha llegado a nuestros días y actualmente se custodia en el archivo del Ministerio de Justicia.CONSTRUIR UNA CAPITAL
En realidad, el rey nunca vestía armadura ni tuvo más contacto con las armas que por su afición a la caza. Sin embargo, consciente de que el prestigio de la monarquía requería una capital adornada con bellos edificios públicos, se ocupó de embellecer Madrid con monumentos tan característicos como la Puerta de Alcalá, el Museo del Prado, las fuentes de Cibeles y Neptuno, el Jardín Botánico y el Palacio Real. Por eso se lo ha llamado «el rey albañil».Etiquetas: Grandes personajes, Pequeñas historias de la Historia
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