Nueva Aquitania, la ruta del vino y el 'charme' francés
(Un texto de María de León en la revista Mujer de Hoy del 17 de junio de 2017)
Partiendo desde Burdeos, la petit París a orillas
del río Garona, te invitamos a un viaje por esta región del sur de
Francia. Días de vino, rosas... ¡y encanto medieval!
La primera parada nos llevó en avión a Burdeos, un petit Paris, con sus edificios del siglo XIX, elegante, con estilo y con mucha historia. Nos hospedamos en el Intercontinental Bordeaux Grand Hotel, desde cuya terraza se puede contemplar la ciudad presidida por la famosa Columna de los Girondinos.
Burdeos está considerada Patrimonio de la Humanidad desde 2007 y su casco urbano es el más amplio catalogado por la Unesco dentro de ese selecto club. A pesar de haber conocido una brillante época romana -de hecho, los romanos introdujeron la cultura del vino en esta zona-, de aquellos años apenas se conserva el anfiteatro. Más restos perduran de la ciudad medieval, así que tienes la sensación constante de estar caminando por el decorado de un cuento.
Además, los amantes de la gastronomía tienen en Burdeos un auténtico paraíso: la ciudad cuenta con el mayor número de restaurantes por persona del mundo, ¡uno por cada 280 habitantes! Allí se vive la bistronomía, la fusión entre la cocina de un gran chef y el ambiente de brasserie, una fórmula que me encanta porque hace accesible la alta cocina. También en Burdeos, donde se producen algunos de los mejores vinos del mundo, se ha democratizado la cultura enológica, con una escuela, recorridos urbanos y, por supuesto, un museo, La Cité du Vin. Allí pude disfrutar de la exposición Bristrot! De Baudelaire à Picasso y de tres espacios de restauración: dos Latitude20 -en el magnífico jardín- y el restaurante panorámico Le 7 Restaurant, donde triunfa la cocina molecular de Nicolas Lascombes.
En una visita a esta ciudad, por rápida que sea, no pueden faltar un recorrido por el CAPC, el Museo de Arte Contemporáneo; la basílica de San Miguel -el punto más alto de la ciudad-; y el Espejo de Agua, el más grande del mundo, aunque en realidad se trata de una lámina de dos centímetros de agua en la Plaza de la Bolsa, en la que se reflejan los edificios. La plaza se ha convertido en un escenario mágico de juegos para los niños, que en verano corren descalzos, entre los chorros de agua y de niebla, que se van alternando.
Y si antes os decía que ésta es la ciudad de los restaurantes, el barrio donde se concentran más es el de San Pedro. El local típico es la brasserie, donde se pueden degustar especialidades de la zona: paté, carne o pescado. Yo disfruté en la Brasserie Bordelaise, con una cuidada selección de vinos, deliciosos platos y una interesante galería de arte.
El vino como protagonista
Pero, junto a las piedras, el vino emerge también como centro de la vida de esta villa, puesto que su denominación de origen es una de las más importantes de burdeos. Uno de los viñedos de Saint-Émilion pertenecía a Coco Chanel y en la actualidad la firma de moda sigue teniendo un château en la zona. Nosotros visitamos otros dos: Soutard, que tiene una bodega con añadas de 1924 a 1964, y Troplong Mondot, con viñedos ecológicos dedicados al enoturismo y un restaurante -Belles Perdrix, del chef David Charrier- con una estrella Michelin. Y para alojarnos, La Petite Madeleine, un hotel familiar con vistas a los viñedos.
Pueblos de película
Tras un delicioso almuerzo en La Belle Etoile, emprendimos camino hacia Vézac para descubrir los bellísimos Jardines de Marqueissac, diseñados por André Le Notre, jardinero de Versalles. Y desde allí, al espectacular castillo de Beynac. Y para acabar el día, una magnífica cena en el restaurante Un Parfum de Gourmandise, en Perigueux, donde ofrecen cocina de autor en sus cinco únicas mesas. Uno de los nombres propios que van unidos a Dordoña es el de Chamberlan, una firma de zapatos a medida, emblema del savoir faire y la historia artesana de la región.
La Rochelle, ciudad de sal y vino, aficionada a los deportes náuticos, fue la siguiente parada. Entre Hôtes, almorzamos en el restaurante Le Bar André, para después disfrutar de un crucero fluvial hacia Fort Boyard, un enclave estratégico para la protección del río Charente.
Compras y ostras
Para una tarde de shopping en La Rochelle, paséate por la rue Saint Yon, salpicada de tiendas de moda de marcas francesas, preciosas tiendas de decoración y hasta unas Galerías Lafayette. Y para descansar después de las compras, una visita al mercado des Halles, para disfrutar en la terraza de otro platito de ostras con un vasito de vino blanco. ¡Delicioso! Y de La Rochelle a la isla de Ré, última parada de nuestro periplo, un pequeño paraíso con 50 kilómetros de playa de arena fina y un paisaje espectacular. En el pueblo de Saint-Martin-de-Ré está el Hotel Relais Thalasso Atalante, un edén de la talasoterapia y donde nos alojamos.
Las fortificaciones de Saint-Martin-de-Ré, construidas en el siglo XVII por el mariscal Vauban, que fue urbanista del rey Luis XIV, forman parte del patrimonio de la Unesco. Desde el campanario de la iglesia se disfruta de una vista única de la ciudad y el puerto, pero no dejéis de dar un paseo también por el casco viejo. Entre sus callejuelas descubriréis boutiques de moda y locales tan recomendables como la jabonería Loix et Sabons (donde elaboran jabones con leche de burra), o la sombrerería Fred Chapellerie de Sully, que fue mi perdición.
Para almorzar elegimos La Cible, un restaurante de playa de estilo surfero, donde, como en cada rincón de la isla, se respira el charme francés. Claro que si buscáis una experiencia foodie exótica, no os debéis perder los helados de La Martiniére, muy famosos, especialmente ¡el de ostras y patata! En el extremo occidental de la isla está el Faro de las Ballenas, uno de los más grandes de Francia. Subir sus 257 escalones merece la pena. O, simplemente, pasear por la playa de la Conche, a sus pies (un plan mucho más relajante).
Tras pasar por Ars-en-Ré, considerado uno de los pueblos más bonitos del país, llegamos a La-Flotte-en-Ré, uno de los más antiguos de la isla, con un puerto bellísimo y un mercado perfecto para descubrir los productos locales. Allí, rodeada de la energía del mar y la naturaleza, cuesta poco imaginar de dónde sacó las fuerzas Leonor de Aquitania: una región con tanta personalidad imprime carácter.
Etiquetas: Sitios donde perderse
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