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viernes, junio 28

Lucrecia, la violación que derribó a la monarquía


(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 13 de abril de 2007)

Que ninguna mujer pueda vivir deshonrada tomando como ejemplo a Lucrecia”. La dama empuñó la daga y, ante la estupefacta mirada de su padre y su esposo, se la clavó en el pecho. Pero la muerte de la deshonrada Lucrecia significaba también la muerte de la deshonorable monarquía.

Este suicidio por honor fue la piedra fundacional de la República romana. El suceso, que Tito Livio detalla en Ab Urbe Condita y Ovidio en sus Fasti, es toda una lección política de cómo la conducta privada de los gobernantes tiene consecuencias públicas, algo que estuvo a punto de costarle el impeachement a Bill Clinton (aunque la famosa felación no pueda compararse con una violación) y que ahora ha arruinado la carrera política del presidente de Israel.

Virtud romana
Lucrecia pertenecía a una de las grandes familias romanas y estaba casada con Colatino, sobrino de Tarquino el Soberbio, el último rey de Roma. Según Tito Livio, los hijos del rey y su primo Colatino, que estaban en la guerra, decidieron volver por sorpresa a Roma para ver qué hacían sus mujeres. Solamente la virtuosa Lucrecia estaba trabajando en el hogar, las otras se divertían en ausencia sus maridos. Sexto Tarquino, heredero del rey, concibió entonces una pasión enfermiza por Lucrecia. Era algo más que el deseo sexual despertado por la belleza de la dama, era un morboso prurito de pisotear la virtud, ese donjuanismo patológico que concibe el triunfo amoroso como burla y vejación de la mujer.

A la semana siguiente, Sexto Tarquino regresó a Roma en solitario y asaltó a Lucrecia sin circunloquios, con el empleo de la mayor violencia, a espada desnuda. No sólo la amenazó con darle muerte, sino que además le dijo que mataría a un esclavo en su habitación y explicaría que los había encontrado en flagrante adulterio. Es decir, además de la muerte, sobre Lucrecia caería el deshonor eterno.

“¿Qué podía hacer? –cuenta Ovidio en un dramático pasaje– ¿Luchar?, en una batalla la mujer pierde. ¿Gritar? La espada en la diestra de él se lo impedía. ¿Volar? Sus manos sobre los pechos la retenían”. Así se consumó la violación. Pero al día siguiente, como hemos dicho, Lucrecia convocó a su padre y a su marido, les explicó lo sucedido y, en gesto típico de virtud romana, se suicidó para no vivir deshonrada.

La poderosa familia de Lucrecia no se resignó. Aquello era una muestra del despotismo de la monarquía romana, así que encabezó la revolución que derribó el trono e implantó la república. Cuando la Italia del Renacimiento, rompiendo el oscurantismo medieval redescubrió Roma, Lucrecia apareció como ejemplo de virtudes romanas. Y enseguida se convirtió en protagonista reiterado del arte italiano y europeo.

“Impulsado por alas de un infame deseo/abandona Tarquino su ejército/y lleva hacia Colatio el mal fuego sin lumbre/que, oculto entre cenizas, acecha el momento/de lanzarse y ceñir con llamas la cintura/de la casta Lucrecia”, dice Shakespeare en su soberbia reflexión sobre los abusos del poder. Para los pintores renacentistas, Lucrecia fue también excusa para ilustrar el desnudo femenino. La pintaban apuñalándose el pecho, pero Tiziano fue más allá, creó una escena de fuerte violencia erótica, la violación con sus protagonistas, él amenazando a Lucrecia con la espada, con gesto bestial; ella desnuda, desvalida, implorante, víctima.

Aún subiría el tono Tintoretto. Si en Tiziano el violador podría pasar por un simple asesino, en Tintoretto no hay duda de lo que pretende, está explícitamente desnudo, ha tirado la espada y desgarra la poca ropa de Lucrecia. La estatua tirada, el collar de perlas roto reflejan la violencia que sufre la mujer, cuyo gesto es de impotencia frente al poderoso.

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