Lucrecia, la violación que derribó a la monarquía
(Un texto de Luis Reyes en la revista Tiempo del 13 de abril
de 2007)
Que ninguna mujer pueda vivir deshonrada tomando como
ejemplo a Lucrecia”. La dama empuñó la daga y, ante la estupefacta mirada de su
padre y su esposo, se la clavó en el pecho. Pero la muerte de la deshonrada
Lucrecia significaba también la muerte de la deshonorable monarquía.
Este suicidio por honor fue la piedra fundacional de la
República romana. El suceso, que Tito Livio detalla en Ab Urbe Condita y
Ovidio en sus Fasti, es toda una lección política de cómo la conducta
privada de los gobernantes tiene consecuencias públicas, algo que estuvo a
punto de costarle el impeachement a Bill Clinton (aunque la famosa
felación no pueda compararse con una violación) y que ahora ha arruinado la
carrera política del presidente de Israel.
Virtud romana
Lucrecia pertenecía a una de las grandes familias romanas y
estaba casada con Colatino, sobrino de Tarquino el Soberbio, el último rey de
Roma. Según Tito Livio, los hijos del rey y su primo Colatino, que estaban en
la guerra, decidieron volver por sorpresa a Roma para ver qué hacían sus
mujeres. Solamente la virtuosa Lucrecia estaba trabajando en el hogar, las
otras se divertían en ausencia sus maridos. Sexto Tarquino, heredero del rey,
concibió entonces una pasión enfermiza por Lucrecia. Era algo más que el deseo
sexual despertado por la belleza de la dama, era un morboso prurito de pisotear
la virtud, ese donjuanismo patológico que concibe el triunfo amoroso como burla
y vejación de la mujer.
A la semana siguiente, Sexto Tarquino regresó a Roma en
solitario y asaltó a Lucrecia sin circunloquios, con el empleo de la mayor
violencia, a espada desnuda. No sólo la amenazó con darle muerte, sino que
además le dijo que mataría a un esclavo en su habitación y explicaría que los
había encontrado en flagrante adulterio. Es decir, además de la muerte, sobre
Lucrecia caería el deshonor eterno.
“¿Qué podía hacer? –cuenta Ovidio en un dramático pasaje–
¿Luchar?, en una batalla la mujer pierde. ¿Gritar? La espada en la diestra de
él se lo impedía. ¿Volar? Sus manos sobre los pechos la retenían”. Así se
consumó la violación. Pero al día siguiente, como hemos dicho, Lucrecia convocó
a su padre y a su marido, les explicó lo sucedido y, en gesto típico de virtud
romana, se suicidó para no vivir deshonrada.
La poderosa familia de Lucrecia no se resignó. Aquello era
una muestra del despotismo de la monarquía romana, así que encabezó la
revolución que derribó el trono e implantó la república. Cuando la Italia del
Renacimiento, rompiendo el oscurantismo medieval redescubrió Roma, Lucrecia
apareció como ejemplo de virtudes romanas. Y enseguida se convirtió en
protagonista reiterado del arte italiano y europeo.
“Impulsado por alas de un infame deseo/abandona Tarquino su
ejército/y lleva hacia Colatio el mal fuego sin lumbre/que, oculto entre
cenizas, acecha el momento/de lanzarse y ceñir con llamas la cintura/de la
casta Lucrecia”, dice Shakespeare en su soberbia reflexión sobre los abusos del
poder. Para los pintores renacentistas, Lucrecia fue también excusa para
ilustrar el desnudo femenino. La pintaban apuñalándose el pecho, pero Tiziano
fue más allá, creó una escena de fuerte violencia erótica, la violación con sus
protagonistas, él amenazando a Lucrecia con la espada, con gesto bestial; ella
desnuda, desvalida, implorante, víctima.
Aún subiría el tono Tintoretto. Si en Tiziano el violador
podría pasar por un simple asesino, en Tintoretto no hay duda de lo que
pretende, está explícitamente desnudo, ha tirado la espada y desgarra la poca
ropa de Lucrecia. La estatua tirada, el collar de perlas roto reflejan la
violencia que sufre la mujer, cuyo gesto es de impotencia frente al poderoso.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, Roma y Grecia
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