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sábado, septiembre 7

Estocolmo, ciudad archipiélago

(Un artículo de Alfonso Rodríguez en el suplemento dominical del Periódico de Aragón del 30 de junio de 2019)

La capital sueca se extiende por catorce islas bañadas por el lago Mälar y el mar Báltico. Los holmienses atestiguan que su ciudad es una de las urbes del mundo en las que mejor se vive.

Estocolmo no es una ciudad que te sonríe al llegar. Ya lo decía una holmiense célebre, Greta Garbo, nacida en Södermalm, una de las 14 islas que componen la ciudad: “Cualquier persona que muestra una sonrisa perpetua en su rostro oculta una rudeza que asusta”. Estocolmo es sincera, por eso no siempre sonríe.

La ciudad recibe con relativa circunspección y se abre al visitante lentamente, para acabar siendo una experiencia entrañable y mucho más que interesante. Como todas las relaciones forjadas a fuego lento, esta acaba siendo memorable. Parece que a esta ciudad no le vale la rapidez de la pasión sino la lentitud de la tolerancia y la comprensión, conceptos que deberían ser las claves de una sociedad ideal. En este caso, se reflejan en las múltiples nacionalidades, culturas y religiones que se observan por las calles de la capital sueca.

Se suele empezar a visitar la ciudad por su casco viejo o Gamla Stan, una pequeña isla que separa las aguas del mar Báltico de las del lago Mälaren. Calles animadas, flanqueadas por edificios nobles en las que se alternan cafeterías donde practicar el fika –la pausa en el trabajo para tomar algo y desconectar– y tiendas de segunda mano en las que se refleja claramente una parte del carácter sueco y una de sus revelaciones: los objetos siempre tienen una segunda oportunidad. Este barrio es también el lugar en el que se originó la historia de la ciudad, en 1252, como bastión defensivo frente a invasiones extranjeras. La burguesía y el palacio Real y su corte primero y el turismo después han dulcificado ese origen, convirtiendo la pequeña isla en lo que es hoy.

Al cruzar el puente de Skeppsbron, hacia el sur –hay cerca de 60 puentes entre todas las islas que componen la ciudad–, se accede a Södermalm. Allí se está conformando uno de los nuevos estocolmos, el llamado SoFo –abreviatura de Söder om Folkungagatan, o sea al sur de la calle Folkunga–, un barrio de calles tranquilas y tiendas alternativas frecuentadas por padres hipsters empujando a carritos de estilo vintage. Padres que cuentan con 480 días de permiso por paternidad, consecuencia de una sociedad que entiende de igualdad y de que los momentos buenos hay que vivirlos intensamente y a partes iguales. También resultado de esa comprensión son los cómodos horarios laborales y las facilidades para abrirse camino en la vida que proporciona el sistema sueco de seguridad social, educación y otras primeras necesidades sociales. Es también uno de los países con mayor igualdad de género, hasta el punto de que muchos han sustituido los pronombres masculino y femenino por uno neutro cuyo uso se extiende cada vez más. La búsqueda del estado de bienestar o folkhemmet es el camino, o la meta, de la sociedad sueca.

Al norte de Gamla Stan se extiende la ciudad más nueva, conformada por las áreas de Kungsholmen, Östermalm y Norrmalm. En esta última se hallan las zonas comerciales más importantes y globalizadas, con marcas suecas cuyo liderazgo suele corresponder a dos firmas locales: Ikea y H&M, dos puertas al diseño, una de las grandes bazas de la proyección sueca, que junto al prestigio que están alcanzando sus chefs están llevando Estocolmo al ideal de ciudad de vanguardia en cuanto a diseño y creatividad.

Los oscuros y fríos meses de otoño e invierno, además de transportarnos a las novelas negras de Mankell, Larsson o Läckberg, consiguen, curiosamente, abrir el carácter holmiense, pues al llegar el buen tiempo los parques y zonas verdes de la ciudad se llenan de gentes ávidas de tomar el sol, disfrutar de la vida en compañía y absorber la energía necesaria para afrontar un nuevo periodo de recogimiento, el periodo de pensar y crear. Así es el ciclo nórdico.

Al este se recorta la isla de Djugarden, que es como un enorme jardín en el que saborear el buen tiempo y la cultura con sus museos – también los hay en otras zonas de la ciudad–, de entre los que destaca uno por ser único en el mundo, el Museo Vasa. En él reposa un enorme navío militar hundido en 1628 que fue rescatado 333 años más tarde, para depositarlo, casi intacto de forma sorprendente, en un edificio en el que se explica todo lo referente a su historia y a su complejo proceso de rescate y restauración.

Estocolmo no es un lugar ideal y perfecto, inventado para el deleite de sus visitantes. “Es una ciudad auténtica, y eso la hace tan apetecible”, asegura Gabriella Cerchiari, holmiense de ascendencia italiana y madre de dos hijos, que actúa de cicerone de Magazine. “El 15% de los habitantes de Estocolmo han nacido en el extranjero, intentamos acoger a todo el mundo que llega pero no es fácil encontrar el equilibrio”, comenta Gabriella mientras mira el techo del suntuoso salón dorado del Ayuntamiento, la espectacular sala donde se celebra el baile anual de los premios Nobel. Deja escapar una sonrisa pícara: “Así somos los suecos, tan extravagantes para unas cosas y tan moderados para otras”, refiriéndose al despilfarro en la decoración del lugar y también a otras muchas actitudes de sus compatriotas. En sus palabras y en su expresión se advierte con claridad que, como siempre, hay otra cara que debe ser igualmente contemplada. Y Estocolmo no escapa a ello. La derecha política está adquiriendo fuerza y la desigualdad social ha crecido, pero también es verdad que este indeseable fenómeno ocurre en todos los rincones de nuestro mundo. Estocolmo ha sabido encontrar, mejor que casi ningún otro lugar, ese punto de equilibrio que la convierte en uno de las mejores ciudades en las que vivir.

Imprescindibles:

Los suecos no son de los que hacen la pelota al jefe. No perdonan salir pronto del trabajo o hacer una o varias pausas para el café. A este momento le llaman 'fika'.

La ciudad está concebida por y para el mar. Moverse por ella con los botes-autobús o hacer excursiones a las islas es más que recomendable.

El barrio alternativo y bohemio se situa en la isla de Södermalm, es el conocido como SOFO, abreviatura de Söder om Folkungagatan, o sea, el sur de la calle Folkunga. Abundan las cafeterías de ambiente bohemio.

Las mejores vistas de la ciudad se consiguen subiendo los centenares de escalones de la torre del ayuntamiento, en la isla de Kungsholmen. Cierran pronto por la tarde.

En el barrio de Norrmalm, en la ciudad nueva, se halla un mercadillo que vale la pena visitar. Además de artículos de segunda mano y antigüedades curiosas, uno se puede hartar de comprar frutos del bosque y setas. Superanimado el fin de semana. Se halla al norte de la estación central.

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