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viernes, abril 24

Hernando Colón, el hombre que quiso tener todos los libros del mundo

(Complementario al de ayer, un texto de Juan Eslava Galán en el XLSemanal del 22 de septiembre de 2019)

Hernando Colón, hijo bastardo del almirante Colón, creó una de las bibliotecas más completas de la historia. Más de quince mil volúmenes sobre todos los temas y en todas las lenguas. Un libro recoge nuevos detalles de este maravilloso ‘Google del siglo XVI’. Parte de este tesoro se custodia en Sevilla.

En 1539 resultaba de todo punto insólito que un hombre designara heredera universal de sus bienes a su biblioteca. Eso fue lo que hizo Hernando Colón, el hijo del famoso descubridor, como nos cuenta el profesor de Cambridge Edward Wilson-Lee en su libro Memorial de los libros naufragados. Hernando Colón y la búsqueda de una biblioteca universal (Ariel).

Como hijo del almirante, Hernando había recibido la mejor educación que en su tiempo se dispensaba. Había sido compañero de estudios del príncipe Juan, el heredero de los Reyes Católicos, y tenía un magnífico porvenir en la Corte. Sin embargo, en cuanto alcanzó la edad viril de entonces, trece años cumplidos, su padre quiso ver en él el posible continuador de su empresa descubridora y lo enroló en su cuarto viaje, el que exploró las costas de Veragua, el istmo de Panamá y el golfo de Darién.

Muerto Colón, el joven Hernando regresó a América a la sombra de su hermano Diego, que iba a hacerse cargo del gobierno de la Española, colonia fundada por su padre. Esa nueva singladura fue muy breve, pues hubo de regresar a España para defender los intereses de la familia en los Pleitos Colombinos y sobre todo para dedicarse a sus verdaderas vocaciones de bibliófilo y cosmógrafo.

Según las capitulaciones de Santa Fe, suscritas por los Reyes Católicos y Colón, este y sus descendientes tenían derecho al cargo de virreyes a perpetuidad y al diez por ciento de los beneficios obtenidos de las Indias. La sentencia final reconoció a los Colón el rango de almirante a perpetuidad y la posesión de algunas islas, pero suprimió el cargo de virrey y les recortó las concesiones otorgadas por las capitulaciones.

El episodio fundamental de la vida de Hernando Colón fueron sus cinco años en Roma en el momento álgido del Renacimiento. La imprenta estaba en su apogeo. Por doquier se imprimían los libros que durante la Edad Media se habían tenido que copiar a mano fatigosamente. En los cinco años que Hernando pasó en Roma frecuentó las cartolai o librerías que abundaban en la Ciudad Santa y, al tiempo que iniciaba su biblioteca (ampliando la de los 238 volúmenes heredados de su padre), asistía a las clases de renombrados maestros en la universidad. Los intereses de Hernando eran universales y abarcaban desde la astronomía a la botánica (lo que explica que mantuviera, años después, un huerto de especies raras en su casa de Sevilla).

Hernando concibió la ambiciosa idea de reunir una biblioteca que abarcara todos los conocimientos de la humanidad: «Todos los libros, en todas las lenguas y sobre todos los temas» para ponerla al servicio de los estudiosos (como dejó indicado en su testamento «para uso e provecho de todos sus prójimos»). En esta materia se adelantó en siglos a lo que ahora concebimos como biblioteca pública, no solo en bibliotecnia y catalogación (su obsesión de erudito), sino en la selección de textos o, mejor, en la aceptación de todo lo impreso como válido y testigo de una época y de la humanidad variada y bullente del Renacimiento. Incluso fue pionero en disponer los libros de canto en estantes adecuados.

Aquellas bibliotecas romanas que Hernando admiraba solo coleccionaban clásicos en latín, griego o hebreo con desprecio de los libros e impresos en lenguas vernáculas. Hernando Colón se adelantó en siglos a su tiempo y, con un criterio absolutamente moderno, adquirió toda clase de papeles, incluso las canciones, romances volanderos y pliegos de ciego que los buhoneros vendían en tabernas y posadas y los opúsculos y primitivas guías de viaje que se editaban para los peregrinos. A estos cabría agregar los primeros libros de cocina editados.

También adquirió literatura esotérica y amatoria: la Hypnerotomachia Poliphili, de Francisco Colonna, abundantemente ilustrada, por la que pagó 200 cuatrines. ¿Cómo sabemos el precio? Anotaba en cada libro la fecha de adquisición, el precio, el lugar de la compra y, en su caso, el nombre del que se lo había obsequiado. Además, reunió una estupenda colección de grabados, un arte que había adelantado mucho y que resultaba fundamental para explicar el mundo a una población mayormente analfabeta.

Después de su época romana, Hernando -ya bibliófilo empedernido- invirtió las rentas que recibía de su hermano y de Carlos V en recorrer Europa mientras adquiría libros para una biblioteca que llegó a ser la privada más importante de su tiempo: unos quince mil volúmenes de los cuales, por avatares de la historia (especialmente requisas y subastas forzadas por acreedores), solo se han conservado unos cuatro mil. La biblioteca de Hernando resumía la cultura occidental de la época con libros en no solo latín y griego, sino francés, italiano, alemán, flamenco y catalán.

La Biblioteca Colombina refleja el nacimiento de una libertad hasta entonces desconocida. Antes de la imprenta, la Iglesia y las monarquías absolutas controlaban la transmisión del pensamiento. La imprenta permitió esquivar esa censura. Entre los impresos incunables (anteriores a 1500) encontramos la Imago mundi, de Pierre d’Ailly, o la Gramática castellana, de Nebrija. Del eclecticismo de Hernando Colón dan fe la convivencia en su catálogo de la monumental Biblia políglota complutense, encargada por el cardenal Cisneros a la Universidad de Alcalá, el mayor monumento impreso del humanismo cristiano renacentista, junto con las obras de su admirado Erasmo de Róterdam.

Quizá la parte más valiosa de este tesoro sean los libros anotados por Cristóbal Colón que tanto han contribuido al conocimiento del almirante. De su curiosidad universal (y de su coquetería) da fe una anotación marginal de su puño y letra en el ejemplar de la Historia natural de Plinio el Viejo: «Cómo se quitan las canas de la cabeça: la semilla del miembro genital del asno hace los cabellos más espesos, y quita la canicie, si se afeita la cabeza y se emplasta con ella».

Parte de la biblioteca de Hernando que debería venir de Italia (1637 libros) se perdió en 1522 en un naufragio. Los libros de Hernando dispersos se han encontrado en lugares tan distantes como la biblioteca de El Escorial; la de John Carter Brown, en Estados Unidos; o la de la Fundación Giorgio Cini, en Venecia. Los que permanecieron son hoy el tesoro de la Biblioteca Colombina, conservada en la catedral de Sevilla.

En el tiempo en que anduvo de pleitos con el rey, Hernando le propuso que financiara una expedición que más tarde llevaría a cabo su nieto Carlos. La idea era atravesar el océano, bordear América si no se encontraba el tan buscado paso (el estrecho que después halló Magallanes), seguir a las Molucas y la costa de Asia y regresar a Europa bordeando África. Otro proyecto de Hernando Colón casi tan ambicioso y filantrópico como el de su biblioteca fue el de una obra magna, la Descripción y cosmografía de España (o Itinerario), que recogería noticia de «todas las particularidades y cosas memorables» de cada lugar reflejado en «tablas cuadradas por grados de longitud y latitud». Lamentablemente esa obra que empezó en 1517 se interrumpió en 1523 cuando apenas levantaba el vuelo.

Otras grandes bibliotecas de la humanidad

LA BIBLIOTECA DE NÍNIVE
La Canción de Gilgamesh, de 4000 años de antigüedad, ha llegado a nosotros inscrita en unas tablillas de arcilla que pertenecieron a la biblioteca del rey asirio Asurbanipal (hacia 668 a. de C.), hallada en Nínive (actual Irak). Muchas de las 30.000 tablillas inscritas en escritura cuneiforme procedían de saqueos de bibliotecas más antiguas en Babilonia.

LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA
Compilada por Ptolomeo I Sóter (367 a. de C.). Sus fondos se estiman en medio millón de rollos de papiro de derecho y ciencias. Se cuenta que el segundo sucesor de Mahoma, el califa Úmar ibn al-Jattab, dijo cuando conquistó Alejandría: «Si esos libros están de acuerdo con el Corán, son innecesarios, puesto que ya tenemos el libro santo; y si están en desacuerdo, son heréticos. Hay que quemarlos». Los venerables papiros sirvieron como combustible durante medio año a los hornos de los cientos de baños que había en la ciudad.

LA BIBLIOTECA DE PÉRGAMO Y TRAJANO
La de Pérgamo (actual Turquía) atesoraba unos 200.000 rollos y la de Trajano, en Roma, unos 20.000. De la reunida por los emperadores bizantinos en Constantinopla se dice que en el siglo V llegó a contar con 120.000 rollos y códices.

LA BIBLIOTECA DE FELIPE II
La más notable española quizá sea la que Felipe II reunió en El Escorial: unos 1400 manuscritos y por encima de 40.000 impresos. Abundan las obras en árabe; muchas de ellas, procedentes de una nave que trasladaba la biblioteca de un erudito musulmán y que fue capturada por un corsario cristiano.

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