Telegramas, un poco de historia
(Un artículo de Fernando Miñana en el Heraldo de Aragón del 12 de noviembre de 2017)
Su irrupción a mediados del siglo XIX aceleró el mundo, pero hoy
prácticamente ha desaparecido. Sobrevive por su valor legal ante un tribunal y
su carácter solemne para instituciones.
Recibir un telegrama solía ser una mala noticia. Aquella hoja doblada
y sellada solía encerrar anuncios funestos. Aunque no siempre. También había
deportistas, por ejemplo, que eran convocados para la selección española a través
de un telegrama. Y algunas familias tenían la costumbre de utilizar este servicio
para felicitar las navidades. O el día de San José, que también es el del
padre, en el que se mandaban tantos que eran conocidos como los 'pepes'. Pero
el tiempo pasó y la tecnología, con el correo electrónico y los mensajes de
teléfono gratuitos, fue sepultándolo. Ahora prácticamente ha desaparecido, pero
no del todo. Sobrevive por dos motivos: la aureola solemne y ceremoniosa que lo
rodea, que hace que instituciones públicas, como la Casa Real, lo sigan utilizando,
y su valor legal, como prueba judicial, ante un tribunal.
Los españoles mandaban más de 20 millones de telegramas en 1975;
en 1991, ya solo 12,5 millones; unos 10 en 2000; 2,6 en 2005, y un
millón y medio en 2012, el último año que se contabilizaron. Ahora solo
es un servicio residual, que incluso puede utilizarse por internet. No se
parece mucho ya a aquel primer telegrama, con el discurso de apertura de las Cortes
de Isabel II, que viajó de Madrid a Irún el 8 de noviembre de 1854 picando puntos
y rayas. El invento de Samuel Morse, que se había extendido por todo el mundo,
llegaba a España. Dos años antes el Gobierno había ordenado un Real Decreto para
la construcción de una línea telegráfica y en 1855 aprobó levantar una
red nacional que estuvo completa en 1863, con 10.000 kilómetros de cables y 194
estaciones telegráficas. Unas décadas después, a finales del siglo XIX, España contaba
ya con 32.500 kilómetros de líneas y casi 1.500 oficinas. Las comunicaciones
iban y venían a diario.
El telegrama lo cambió todo. Desde el orden económico -las
cotizaciones de la Bolsa podían llegar a diario- hasta el periodístico, que
pasó de rellenar sus páginas con artículos de opinión a poder ofrecer algunas
noticias 'frescas'. La vida dio un acelerón a golpe de telégrafo. El cable
submarino, después de que, en 1851, uniera Inglaterra y Francia, desde Dover a Calais.
a través del Canal de la Mancha, fue acercando los países y en 1876 ya estaban
conectados los cinco continentes. España siguió el ritmo. En 1859, acuciada por
la Guerra de África, echó un cable de Tarifa a Ceuta, y uno más tarde,
otro de Jávea (Valencia) a Sant Josep de Sa Talaia (Ibiza). Y así, poco a poco,
fue llegando lo demás: Barcelona-Mahón en 1861, Bilbao-Halmouth (Inglaterra) en
1872 o Cádiz-Santa Cruz de Tenerife en 1884. En esos años ochenta el país ya tenía
conexión con sus colonias en Filipinas, Cuba o Puerto Rico.
DIEZ HORAS DE 'VIAJE'. El crecimiento de este sistema de
comunicación exigió formar un gran equipo con sargentos y soldados licenciados
del Ejército. Los 290 telegrafistas de 1855 se convirtieron en 3.500 en 1892.
Fue, además, la primera administración en ofrecer empleo, como telegrafistas, a
las mujeres. Ahí se conocieron muchas parejas, como los morsistas María Flor
Martínez y Urbano Fernández, que trabajaban en el edificio Cibeles de la Sala
de Aparatos de Telégrafos de Madrid y que, años después, hablaban en secreto
delante de sus hijas durante las comidas dando golpecitos sobre la mesa con las
cucharas.
Eran los años en los que un telegrama podía tardar ocho o diez
horas en llegar a su destino, atravesando todos los nudos de la red nacional.
El mensaje se transmitía pulsando una tecla manejada por un operario, el
morsista o 'manipulador', que abría y cerraba la corriente eléctrica. Un pulso largo
era una línea y uno corto, un punto. El receptor era una pluma movida por los impulsos
eléctricos que transcribía esos puntos y líneas. Una impresora transformaba después
el lenguaje Morse en letras hasta dar forma a un mensaje.
LA MUERTE DE UN OFICIO. Al principio fue un servicio al que solo
tenían acceso los más pudientes. Un telegrama, que se pagaba en función del
número de palabras utilizado. podía costar 313 reales cuando el sueldo anual de
un telegrafista, por ejemplo. era de 4.000 reales anuales. Poco a poco fue
haciéndose algo más asequible y en 1861 tenía un precio aproximado de cinco
reales. El mínimo eran cuatro palabras y el cliente prescindía de los artículos
para abaratarlos. Los telegrafistas se especializaron en componer algo
inteligible con el menor número posible de palabras para los que no podían permitirse
grandes dispendios.
La II Guerra Mundial cambió el sistema. Durante el conflicto
bélico se cortaron los cables y la comunicación empezó a hacerse por radio. Aquel
método se acabó imponiendo y el paisaje se llenó de repetidores. El telegrama comenzó
a decaer en los ochenta, en los noventa llegó la comunicación por satélite y en
el siglo XXI fueron desapareciendo postes e hilos. Y con ellos, los telegrafistas.
Moría un oficio y, casi casi, un sistema de comunicación que había
revolucionado el mundo. Y España con él. Como en las primeras elecciones de la democracia,
en 1977, cuando los resultados se comunicaron por el servicio telegráfico y
todos los morsistas tuvieron que trabajar aquella noche.
El telegrama ha ido desapareciendo en todas partes. La Western
Union anunció en 2006 el cierre de su servicio de telegramas. La compañía
estadounidense, que en su día, hace siglo y medio, reemplazó a los mensajeros
del Pony Express, liquidaba el sistema de comunicación con el que transmitió a las
familias el deceso de miles de soldados durante la II Gran Guerra.
Estados Unidos se había olvidado de los telegramas a pesar de que la
empresa se fundó con una subvención de 30.000 dólares del Congreso. O de que en
1858 celebró un despampanante desfile con carrozas y fanfarria por la Quinta Avenida,
en Manhattan, para festejar que 3.000 kilómetros de cable submarino habían unido,
al fin, América y Europa. Dos barcos partieron de cada lado del Atlántico y se
encontraron en medio del océano, engancharon el cable y regresaron de nuevo a
puerto. Aquella conexión permitió que la reina Victoria enviara el primer telegrama
al presidente James Buchanan. El mensaje tardó 17 horas y 40 minutos en saltar
de costa a costa -unos dos minutos y cinco segundos por letra-. Esta línea duró
tres semanas. El cable no resistió un aumento de potencia y se rompió. Estados
Unidos e Inglaterra tuvieron que esperar seis años para restablecer esta vía de
comunicación.
Aunque aún da coletazos. José Luis Rodríguez Zapatero todavía
felicitó al Real Madrid por su título de Liga en 2008 con un telegrama. Como
Angela Merkel a Mariano Rajoy después de su último triunfo en las urnas.
Telegramas célebres
El SOS del 'Titanic'
Desde el célebre transatlántico mandaron un telegrama pidiendo ayuda
tras chocar con el iceberg. Llegó a Terranova, de ahí se envió a Nueva York y
un mensajero lo llevó a la empresa White Star.
Goering pide el mando
Hermann Goering envió un telegrama a Adolf Hitler pidiéndole, en
vista de que el Führer estaba sitiado en Berlín, asumir el mando del Reich.
Hitler se negó, pero siete días después se suicidó.
El primero de la historia
El 24 de mayo de 1844 el físico e inventor Samuel Morse envió el primer telegrama de la historia,
de Washington a Baltimore: «What has God wrought?» («¿Qué nos ha deparado Dios?»).
Telegrama de Ems
Es como se conoce al documento que envió Guillermo I de Alemania a
Bismarck el 13 de julio de 1870 y que desencadenó, seis días después, la guerra
franco-prusiana.
Churchill y Manolete
Winston Churchill envió una nota a la madre de Manolete al
enterarse de la muerte del matador. Y recordaba: «Me conmoví al recibir el
noble trofeo de su hijo soberbiamente matado en la plaza de toros, enviado a mí
con ocasión de nuestra victoria en Europa».
De Dalí a Picasso
Franco había convocado en 1950 la I Bienal de Arte
Hispanoamericano, que encontró el rechazo de Picasso. Dalí aprovechó esta polémica
para atacarle con un telegrama al ministro Sánchez Bella.
La primera crónica
El mismísimo Azorín, que trabajaba para 'ABC', fue el primer
enviado especial español en mandar una crónica telegrafiada. Fue en 1905 con
motivo del viaje a París de Alfonso XII, que sufrió un atentado anarquista.
Estados Unidos, imparcial
Estados Unidos se mantenía neutral en la I Guerra Mundial hasta que
Inglaterra interceptó un mensaje de Alemania a su embajador en México en el que
pedía ayuda a este país a cambio de devolverle Texas, Arizona y Nuevo México.
2+1=3
El matemático Dirichlet era un genio con los números, pero parco en
palabras, como demostró al anunciarle a su suegro que habían tenido un niño. El
telegrama decía: «2+1=3».
110 pesetas. En 1978 un telegrama urgente costaba 110 pesetas.
El precio subió a 190 pesetas por la percepción fija.
21,06 euros. El precio actual es de 21,06 euros con la tarifa
bás1ca (9,73), menos de 50 palabras, acuse de recibo y prueba de entrega.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia
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