La estafa de la tecnología: el presente frente a las predicciones de ‘Blade Runner’
(Un artículo de Pablo Pardo en El
Mundo del 26 de octubre de 2019. La segunda parte, la de los errores y aciertos
de la película, es de Guillermo del Palacio.)
El cine de ciencia ficción nos
hizo creer en un futuro radicalmente distinto del presente, pero las
predicciones de 'Blade runner' no se han cumplido. Nacemos, vivimos y morimos
igual que hace 40 años… Mucha Alexa y mucho Facebook, pero la ciencia apenas progresa,
el crecimiento de Occidente lleva estancado decenios y no tiene pinta de que
vayamos a viajar a Marte en breve.
En noviembre de 2019 iba a haber
coches voladores y colonias humanas en Marte, según la película. La realidad es
que hoy no hay nada de eso. El progreso se ha frenado en seco desde los años 50
y los últimos avances, según un grupo de economistas, no han hecho crecer la
productividad como lo hizo la devolución Industrial.
«Yo he visto cosas que vosotros
no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C
brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tanháuser. Todos esos momentos se
perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia... Es hora de morir».
Si alguien nos suelta eso, caben
varias respuestas. Por ejemplo: «Eres insoportable», o «¿Cuándo vas a quitarte
de las drogas?», o justo lo contrario: «¿has vuelto a dejar de tomar la
medicación?». Otra opción es, simplemente: «Estás mal».
Ése es el famoso monólogo del
replicarte Roy Batty cuando le llega la hora de morir, que le ha sido
programada por la empresa Tyrell en Blade Runner, la película de Ridley
Scott que se desarrolla en noviembre de 2019. Pero el viernes que viene es 1 de
noviembre de 2019, festividad de Todos los Santos. Los coches no vuelan, y, por
supuesto, ninguna empresa fabrica personas que trabajan en colonias en Marte.
Al
mundo del futuro descrito en Blade Runner y en 2001: una odisea del
espacio le ha
pasado
lo mismo que al general Alfonso Armada en el Palacio Real el 23-F: ni está ni
se le espera. En diciembre se cumplirán 47 años desde que el último ser humano
puso el pie en la Luna, que está a menos de 400.000 kilómetros de distancia de
la Tierra, así que no estamos precisamente para soñar con ir a Orión, cuyas
estrellas se encuentran, en su mayor parte, a unos 14.000 billones de
kilómetros.
Tampoco
hay ordenadores asesinos, como el HAL de 2001. Ya han pasado 18 años de la
fecha de la odisea espacial que dirigió Stanley Kubrick y el robot más común
que tenemos solo sirve para barrer el suelo mientras se enreda en cables o se
va pegando leñazos contra los muebles.
Hoy,
más que volar a la velocidad de la luz, la cosa es que el avión acelere. En
1973, ir de Nueva York a Houston llevaba 2 horas y 37 minutos; en 2016, 3 horas
y 50 minutos, porque las aeronaves se desplazan más despacio para ahorrar
combustible. En 1996, un Concorde cruzó el Atlántico desde Nueva York a Londres
en 2 horas, 52 minutos y 59 segundos. Siete años después, ese avión fue
retirado del servicio, y hoy no es posible hacer esa ruta en menos de cinco
horas ni siquiera con viento -el mismo viento de los navegantes del siglo XVI-
a favor.
Pero
no es sólo viajar. También es vivir. Y morir. El actor que da vida al Nexus-6
de Blade Runner, Rutger Hauer, murió el pasado 19 de julio a los 75 años.
La razón de su fallecimiento no ha sido hecha pública, pero lo más probable es
que el intérprete haya muerto de los mismos males de los que se moría la gente
hace 50 años.
Si
tomamos en concreto el caso de Estados Unidos, cuatro de las cinco causas de
mortalidad más importantes en ese país son ahora las mismas que en 1968, cuando
Philip K. Dick publicó ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, el
libro en el que se inspira Blade Runner. El único cambio es que la diabetes ha
pasado del cuarto al sexto puesto y ha sido reemplazada por el Alzheimer. Los
ciudadanos de EEUU han perdido un año y un mes de esperanza de vida desde 2014.
En Francia, Alemania y Gran Bretaña ese mismo indicador está estancado desde
hace casi un lustro, aunque en España todavía crece. Los peor parados son los
rusos, que pueden esperar hoy morirse a los 71 años, la misma edad que un
ciudadano de la Unión Soviética hace seis décadas.
Usar
una película de ciencia ficción no es la herramienta más fiable para analizar
el estado de la innovación tecnológica. Blade Runner trata de
entretener, no de predecir. Pero el desfase entre lo que el filme prevé y lo
que la realidad nos ha traído refleja una tendencia muy arraigada en la
sociedad actual: la propensión no solo a exagerar el avance de la Ciencia y la
Tecnología, sino a ignorar el hecho de que esos avances se han frenado en seco.
Desde los años 50, vivimos un invierno de la tecnología del que no nos
queremos dar cuenta.
Es
cierto que hay progreso, pero éste tiende a limitarse a mejorar la eficiencia
de lo que ya existe, o a idear bienes sustitutivos de los que ya tenemos. Hace
200 años, por ejemplo, se estaban generalizando nuevos modelos de transporte,
el tren y el barco a vapor, así como las vacunas. Hace 100, los avances en las
vacunas continuaban, mientras llegaban formas de comunicación que permitían,
por primera vez, hablar a distancia, como el teléfono, el telégrafo y la radio,
mientras que el automóvil hacía al ser humano autónomo e independiente de los
animales, la luz eléctrica le liberaba de la esclavitud del sol y la aviación
permitía el sueño más loco de todos: volar.
¿Dónde
se puede encontrar hoy algo parecido? ¿Cuándo estarán disponibles las cabinas
de teletransporte? ¿O es que el coche eléctrico y Alexa es todo lo que nos
espera? Como tituló en octubre de 2012 la revista del Instituto Tecnológico de
Massachusetts (MIT) en su portada, con una foto del astronauta Buzz Aldrin, el
segundo hombre en pisar la Luna: «Me prometiste colonias en Marte y todo lo que
tengo es Facebook». Facebook no ha cambiado el mundo de la misma forma que lo
hizo la invención del váter y su conexión a una red de cañerías que permitió
que las heces fecales quedaran enterradas y no en las calles, donde eran una
fuente de epidemias constante. Si queremos señalar una Red que haya cambiado
irrevocablemente a la Humanidad para mejor por los siglos de los siglos, es la
del alcantarillado, no la de Internet.
Y,
aunque adjuntar documentos en los correos electrónicos nos ahorra tiempo y
dinero, su impacto en el mundo ha sido muy inferior al de una caja
estandarizada llamada contenedor, que pesa poco y en la que se puede meter
cualquier mercancía para mandarla en un barco o avión al otro extremo del mundo.
Sin
los contenedores que mueven piezas por todo el mundo no dispondríamos de unos
teléfonos que tienen más capacidad de gestión de datos que el módulo lunar con
el que Aldrin aterrizó en la Luna hace 50 años pagando sólo 65 euros, ni
tampoco televisiones que son cada día más parecidas a ordenadores previo
desembolso de 150.
Acaso
sea un problema de mala asignación de los recursos. En un país como EEUU, cuyas
infraestructuras presentan unas enormes deficiencias, las mejores redes de
comunicación las tienen las empresas de Wall Street, para poder lanzar miles de
órdenes de compra y venta de activos una millonésima de segundo antes que sus
rivales. Y eso no aporta mucho a la sociedad. Como tampoco lo hace el que,
desde que sale del pozo de petróleo hasta que llega al surtidor de la
gasolinera, un barril de petróleo se compre 50 veces en el mercado financiero,
una cifra brutal que «ciertamente podría ser muy posible», según explicó en
2017 a EL MUNDO Jeff Katz, entonces máximo responsable de materias primas de JP
Morgan, el mayor banco de EEUU.
Lo
mismo cabe decir del hecho de que las farmacéuticas usen todo tipo de trucos
para extender innecesariamente durante décadas las patentes de sus fármacos de
más éxito. O de que los sistemas fiscales de todo el mundo favorezcan la compra
de vivienda, que
a su vez fomenta un sector, la
construcción, en el que la productividad no crece, porque las casas siguen
haciéndose igual que hace cinco décadas. Pero lo cierto es que nadie sabe la
razón.
El mundo actual tiene flujos de
información inmensos, que deberían favorecer la transmisión del conocimiento.
Hay seguridad jurídica que garantiza a los descubridores de nuevos hallazgos
sus derechos de propiedad intelectual. Vivimos un periodo de paz sin parangón
en la Historia de la Humanidad, Y los potenciales beneficios económicos de las
nuevas tecnologías en áreas como la salud, el transporte, la vivienda son
infinitos.
Sin embargo, por alguna razón,
eso no funciona. Y el resultado es descorazonador. Justin Fox, ex director de
la revista Harvard Business Review, ha desmenuzado la inmensa base de
datos de la Universidad de Groningen, en los Países Bajos, que incluye cifras
de crecimiento históricas que llegan en el caso de algunos países hasta el año
1 de nuestra era. Pues bien, Fox ha descubierto que el PIB per capita -que mide
lo que le corresponde a cada persona de la riqueza de un país- está creciendo a
ritmos anteriores a la Revolución Industrial en Suecia, Francia y Gran Bretaña.
De hecho, los franceses se estaban haciendo más ricos a principios del siglo
XIV que a comienzos del XXI.
El ex secretario del Tesoro con
Bill Clinton y ex rector de Harvard Lawrence Summers ha popularizado la
expresión «estancamiento secular» para referirse a esta situación. Los hay
mucho más pesimistas. De hecho, «estancamiento secular» no fue un invento de
Summers, sino de Tyler Cowen, de la Universidad George Mason, famoso por su
liberalismo, su afición a la gastronomía y su pesimismo acerca de lo que
considera falta de innovación en el mundo actual.
En 2011, Cowen publicó un
opúsculo de 110 páginas titulado El gran estancamiento, cuyo argumento
central podría resumirse en esta idea: el Ford Modelo T, que popularizó el
automóvil, cambió la vida de las; personas; el Honda Accord que se fabricó en 2010
no mejoraba nada en relación al Honda Accord que se había
estrenado en 1992. La obra de Cohen es una versión light
de Auge y caída de la productividad de Estados
Unidos, un mamotreto de 768 páginas del
mayor experto en la materia de ese país, Robert Gordon, de la Universidad
Northwestern. Pero el
resultado es el mismo. Según
Gordon, EEUU, el país innovador por excelencia, ha dejado de innovar. Y los
demás no están asumiendo esa tarea.
Es algo que ya definió en 1985 el
Nobel de Economía Robert Solow: «Veo ordenadores en todas partes menos
en las estadísticas de productividad». De hecho, en las últimas décadas ha
habido periodos en los que, pese al presunto avance tecnológico, la
productividad ha caído. Un caso brutal es el de España, donde la productividad
lleva estancada 30 años. O las estadísticas están muy mal -cosa que, según
algunos, es cierta, ya que la productividad de un médico, de un abogado o de un
periodista es más difícil de medir que la de un obrero industrial que genera un
producto estable y cuantificable- o hay algo que falla mucho.
Desde hace varias décadas,
siempre estamos a punto de lograr un avance decisivo contra el cáncer, o un
medio para viajar a Marte, o una fórmula de ingeniería genética que nos permita
rozar la inmortalidad. Y es cierto que constantemente hay avances. Pero en
muchos casos, desgraciadamente, el cáncer sigue siendo mortal, la ingeniería
genética apenas da resultados localizados, y no solo no vamos a Marte, sino que
no sabemos absolutamente nada de los océanos del planeta en el que vivimos.
Esta semana Google anunció la construcción del primer ordenador cuántico, que permitirá
multiplicar de manera casi infinita el avance de estas máquinas. Pero es solo
un modelo experimental y su rival IBM se apresuró a cuestionar el éxito del
experimento.
De todos modos, ¿para qué se van
a usar esas máquinas? ¿Para comprar y vender bonos más rápido? Porque, por
ahora, los principales clientes de ese tipo de productos son empresas
financieras.
Al menos cabe un consuelo: el
progreso no se ha acelerado, pero sus beneficios se han expandido. El mundo de
hoy es mucho más igualitario que el de hace 20, 50 o 100 años. Desde 2017, y
por primera vez desde que el Horno Sapiens surgió en África hace 100.000 años,
se muere más gente a nivel mundial de enfermedades no infecciosas -cáncer,
dolencias coronarias, Alzheimer o diabetes- que de enfermedades infecciosas. Y
eso se debe a la mejora de las condiciones de vida en el mundo en desarrollo.
Es algo que debemos a la
tecnología, pero, más que a Facebook o a Instagram, también al humilde
contenedor, que ha permitido integrar por medio del comercio en la economía
mundial a países que antes vivían aislados del resto del mundo y les ha
permitido ganar dinero con los intercambios para, por ejemplo, construir
retretes y cañerías.
Lo que está claro es que, para
ver algo más cercano al mundo de hoy, es mejor, como suele decir Cowen, ver una
película de hace 70 años. Las casas son prácticamente iguales. A las cocinas
solo les falta el microondas y la campana extractora de humos. Los baños son
casi idénticos. Igual que los coches, los trenes, los aviones y las calles, con
sus farolas y semáforos. En los restaurantes no pedimos píldoras a
robots-camareros, sino carne con patatas a camareros-humanos. El médico es un
señor con bata blanca que le dice al paciente que abra la boca y diga «aaaaa».
Solo los ordenadores y los
teléfonos móviles han cambiado nuestro día a día. Lo cual es una paradoja. Ni a
Kubrick ni a Arthur C. Clarke, que escribió el libro 2001: Una Odisea del
Espacio, se les ocurrió que las computadoras tuvieran teclados, ni mucho
menos ratones, pese a que ambos artilugios ya estaban siendo utilizados en
Silicon Valley en 1968. En Blade Runner, cuando el detective Rick
Deckard, representado por Harrison Ford, busca imágenes del pasado de los
replicantes, lo hace en fotos en papel, no en pantalla. Y cuando tiene que
llamar a uno de ellos, Rachel -representada por la actriz Sean Young- usa una
cabina de teléfonos. Al menos, en eso, hemos progresado. Para lo de las naves en
Orión, sin embargo, tendremos que esperar unos miles de años.
ACIERTOS Y ERRORES DE LA
PELÍCULA
‘Blade Runner', película de
ciencia ficción hoy considerada de culto, mostró hace casi 40 años un mundo en
el que convivían las pantallas gigantes, los coches voladores y los robots al
servicio del ser humano. ¿Estaban muy lejos sus predicciones de lo que existe
realmente en 2019?
COCHES VOLADORES.
No hay coches voladores, pero sí un Tesla en el espacio. También tenemos bicis
eléctricas, patinetes y hasta ‘segways’, aunque ninguno vuela. Al menos, no de
forma voluntaria: sus conductores siempre pueden exponerse a un paseo
espacial... bordillo mediante.
REPLICANTES ANIMALES.
‘Blade Runner’ acertó y al mismo tiempo también erró el tiro con lo de los
animales (si bien no por mucho; tal vez se lo podemos anotar como un
lanzamiento al larguero). Hemos sido capaces de crearlos de forma artificial
(que se lo digan a ‘Dolly’) y todavía quedan bastantes. En el 2019 de la
película ya solo hay versiones replicantes de los animales que viven con los
humanos; son las ovejas eléctricas con las que sueñan los androides. Tal vez
nos podríamos haber acercado más, pero se nos pasó rápido la fiebre del Furby,
los ‘tamagotchi’ murieron de hambre en nuestros bolsillos y ahora nos
conformamos con las criaturillas de Pokémon Go.
VIDEOLLAMADAS.
Cuando Deckard tiene que hacer una llamada no es únicamente de voz, y en este
sentido la película acertó de lleno: las videollamadas ya son una tecnología
que damos por sentada y están disponibles en cada vez más servicios. Si hace
unos años era cosa de Skype y poco más -todos conocemos a alguien que habla de ‘hacer
un Skype', independientemente del medio que pretenda utilizar-, ahora se pueden
hacer en WhatsApp, Gmail e, incluso, Instagram. La calidad de vídeo, por
cierto, es muy superior a la vista en el filme. Y hay filtros, si bien no está
claro que con esto hayamos ganado algo.
CABINAS TELEFÓNICAS.
Donde la película queda anticuada hasta un punto casi irrisorio -al menos, para
las generaciones que no las han conocido- es en la aparición de cabinas
telefónicas. La culpa la tienen los móviles e Internet, que ya existían en
1982, pero en unas versiones tan primitivas que compararlas con las actuales
sería como meter en el mismo saco un carro y un Ferrari. En cualquier caso, hay
una tendencia, la de los asistentes virtuales, que podría darle la razón a
Ridley Scott. Con sus pantallas y sus cámaras, estos dispositivos exigen para
sí el centro del salón y una de sus balas son las videollamadas. Facebook, de
hecho, ya ha presentado cuatro (los tres últimos juntos y hace unas semanas,
eso sí) y uno de ellos ‘parasita' el televisor para llamar a los contactos de
WhatsApp o la red social. No es una cabina, de acuerdo, pero dista mucho de ser
un móvil.
REPLICANTES. En el
año 2019 no existen los replicantes (que sepamos, claro). Ni siquiera estamos
cerca de algo parecido, por mucho que haya avanzado la robótica. Ahora bien, la
inteligencia artificial y los asistentes virtuales de empresas como Amazon
(Alexa), Apple (Siri), Microsoft (Cortana) o Google (que tiene asistente, pero
sin nombre propio) cada vez están más presentes y son capaces de ‘aprender'. En
cualquier caso, por ahora su inteligencia daría para un aprobado y únicamente
si el examen es sencillo. Tampoco parece que haya interés en ‘trasplantar' este
cerebro al cuerpo de un androide, aunque podría llegar ese día, ya que sí hay
empresas que se dedican a la fabricación de robots. Por ahora los dos usos más
comunes son bastantes dispares: el cuidado de mayores y el sexo.
PANTALLAS ENORMES. No
es solo que haya pantallas de gran tamaño, es que se ríen en la iluminada cara
de las que muestra la cinta. Si no son tan omnipresentes es únicamente por las
leyes que regulan la contaminación lumínica. Y tal vez porque estamos tan
acostumbrados a ver pantallas que nuestro cerebro ya las ignora de forma
automática. De hecho, hay empresas que prueban nuevos modelos, como las
marquesinas de realidad aumentada o la creación de imágenes en movimiento
mediante drones con leds.
HUMO EN SITIOS PÚBLICOS.
En 'Blade Runner' el tabaco se fuma en entrevistas, interrogatorios y, si se
descuidan, hasta en hospitales. ¿Cómo puede un futuro situado en el presente
parecer algo tan del pasado? Aunque lo hayamos modernizado y ahora también se
vapee -incluso de forma competitiva-, cada vez más países se declaran libres de
humos. España, en concreto, desde 2006, 11 años antes del ‘nacimiento' de Roy
Batty. La idea de fumar en un edificio público en 2019 resulta anacrónica.
TEST DE VOIGHT KAMPFF.
Obviamente, al no haber existir
replicantes -de nuevo, que sepamos- no hace falta un test para detectarlos. Lo
que sí se ha desarrollado es otro, el de Turing, encargado de identificar
inteligencias artificiales. A base de preguntas y conversaciones, el test debe
decidir si el interlocutor es un humano o una máquina. La comunidad científica,
sin embargo, no termina de aceptar la prueba como definitiva, ya que hay quien
considera que únicamente sirve para crear sistemas capaces de pasar la prueba,
pero incapaces de mostrar inteligencia de otra forma. Es, salvando las
distancias, como quien aprueba matemáticas -y con chuleta, en este caso-, pero
suspende todas las demás.
MOMENTOS QUE SE PIERDEN
COMO LAGRIMAS EN LA LLUVIA.
Actualmente cada día se generan 2,5 trillones de bytes
y se espera que esta cantidad aumente cada año. Entre 2017 y 2018 se crearon el
90% de los datos de toda la historia. Todo esto se almacena en gran parte en
'la nube' que, pese a su tan etéreo nombre no es un cirrocúmulo, sino un
descomunal almacén situado en Oklahoma. En él, miles de discos duros guardan la
información. El conocimiento acumulado hasta ahora por la humanidad no parece
correr peligro a corto plazo. Nos hemos encargado de cuidarlo. Al fin y al
cabo, personas y replicantes buscamos lo mismo: trascender y no desaparecer
como... Bueno, ya saben cómo.Etiquetas: Tardes de cine y palomitas, Tecnología
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