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domingo, octubre 11

Buenos Aires, un latido renovado


(Un texto de Carma Casulá en el suplemento dominical del Periódico de Aragón del 6 de enero de 2019)

El nombre de la capital argentina viene que ni pintado a los nuevos vientos que mecen a una ciudad que ya no vive sólo al ritmo del tango. El diálogo entre los barrios vecinos de Puerto Madero y San Telmo ofrece esa cara moderna y antigua de la metrópoli.

La capital porteña rezuma vida, vibra y enamora por la vitalidad de sus barrios. A los iconos de Gardel, Evita o Mafalda, que rebasan todas las fronteras, se suman nuevas imágenes. Un clásico ya es el puente de la Mujer de Puerto Madero, símbolo de la renovación y la elegancia de la ciudad. Una obra del arquitecto valenciano Santiago Calatrava, que representa a una pareja bailando tango y funciona como mirador rotatorio en uno de los barrios más chetos (pijos) de la ciudad.

Puerto Madero. Este distrito ganado al agua dulce del Río de la Plata ocupa lo que fue el antiguo puerto de Buenos ­Aires, caído en desuso en 1920. La zona estaba abandonada hasta que en los ochenta se puso en marcha el megaproyecto urbanístico que rescató buena parte de su patrimonio cultural y reconvirtió las arquitecturas industriales y portuarias. Hoy se entremezclan los antiguos muelles, fábricas y tinglados rehabilitados en centros multiusos, espacios de arte o en la Universidad Católica Argentina, con edificios y rascacielos de factura high tech. Este barrio residencial muestra el lado más exclusivo y sibarita de la capital argentina. También es el más femenino, pues todas sus calles y grandes avenidas llevan nombres de mujeres que han forjado la historia de la nación, como Encarnación Ezcurra (política), Alicia Moreau (científica y activista por los derechos humanos) o Azucena Villaflor (una de las fundadoras de las Madres de la Plaza de Mayo).

Entre los varios rascacielos que custodian el parque Mujeres Argentinas, el Alvear Tower (Aimé Painé 1130) tiene un mirador de la ciudad en el Crystal Bar de su último piso. El parque también limita con la reserva ecológica de la Costanera Sur, gran pulmón verde de 350 hectáreas que separa Puerto Madero del Río de la Plata.

La dársena ofrece un paseo de tres kilómetros de restaurantes como Le Grill o La Cabaña, con carnes y vinos para paladares exigentes, coctelerías y locales de tendencia con música de dj. Las fragatas reconvertidas en museo o discobar y los kayaks del club deportivo surcando el agua retornan la imagen de ­puerto. 

Universo Faena. A una manzana del parque, se halla el ecléctico Faena Arts Center de creación contemporánea y experimentación cultural. Con sus amplios y luminosos espacios, ocupa la sala de máquinas de una antigua fábrica hari­nera, que contrasta con la ­propuesta barroca del espectacular hotel Faena; de silo portuario a un intimista cinco estrellas diseñado por Philippe Starck. Un ágape en su restaurante bajo unicornios blancos es toda una sensación, para acabar la velada en su exclusivo tango cabaret o en la zona chill out con sugerente iluminación en rojo. Todo ello forma parte del distrito con nombre propio que está creando Alan Faena, empresario argentino con vocación de reciclaje inmobiliario.

Dos barrios y dos mundos separados por la avenida Paseo Colón con su descomunal tráfico. La misma donde fue plantada la presidencial Casa Rosada y otros edificios relevantes.

San Telmo. Pasear por sus calles es sumergirse en el corazón porteño, donde se fundó la ciudad en 1536. Pese a ser uno de los sitios de mayor atracción turística, conserva ambiente de vecindario bohemio, por los muchos artistas y artesanos de este distrito de las artes. Las propuestas se multiplican por los rincones con pequeñas galerías de arte, espacios sociales autogestionados, anticuarios y tiendas de segunda mano, librerías, locales y cafés. En los escaparates de souvenirs comparten protagonismo las figuras del papa Francisco, Leo Messi y parejas de tango.

Para conocerlo hay que perderse entre callejuelas adoquinadas repletas de lugares de interés e intervenciones de arte público, como un muro tapizado de besos dibujados por los labios de transeúntes. También por sus casas bajas populares, iglesias y casonas de las primeras familias aristocráticas de Buenos Aires que, con la gran epidemia de fiebre amarilla de 1871, se trasladaron hacia los barrios del norte dando lugar a que inmigrantes europeos las ocuparan y formaran los “conventillos”, a modo de corralas con cocina y baño compartido. Entre ellos, el inmenso Zanjón de Granados (calle Defensa, 755) o el Pasaje de la Defensa (Defensa, 1179). Una curiosidad es La Casa Mínima (pasaje San Lorenzo 380), la más angosta de la ciudad. Allí también hay una sede del Museo de Arte Contemporáneo (Macba) que, junto con el Museo de Arte Moderno, a la altura 350 de la misma calle, ofrecen arte del siglo XX hasta la actualidad.

Cafés y tragos. Son innumerables los bares y pequeños cafés. La plaza Dorrego, uno de los lugares más carismáticos, centraliza buena parte de la vida social. Cada domingo se extiende sobre ella y las calles aledañas el concurrido mercado de antigüedades o de pulgas. Un buen pretexto para darse una pausa en una de sus animadas terrazas con una Blest, la cerveza artesanal más antigua de Argentina, o dejarse tentar por los alfajores y el dulce de leche. Entre los locales centenarios, el Café Dorrego es un clásico, con obras en sus paredes de los famosos de la esfera cultural que han pasado por él, y donde sentarse en alguna mesa compartida por Borges y Ernesto Sábato tiene su peso. O el Café Rivas (Estados Unidos, 302), donde puede tomarse el típico desayuno porteño a base de café con leche y medialunas (croissants) caseras. A pocas manzanas, uno de los enclaves más buscados: el paseo de la Historieta con el banco de Mafalda con sus amigos Susanita y Manolito (calle Chile, 371), personajes universales de Quino. Y es que este barrio ha inspirado el talento literario y artístico como ningún otro.

El mercado de San Telmo (Bolívar, 970), patrimonio histórico nacional de la ciudad desde el 2001, fue construido para alimentar a la ola de nuevos ciudadanos llegados del Viejo Continente. Además de la venta de productos frescos y anticuarios, ha incorporado puestos de tragos y picoteo, y el Coffee Town para amantes del café. La unión de catadores de café y baristas profesionales ofrecen degustación de cafés exclusivos.

Un San Telmo más alternativo vive el boom de las vinotecas y los speakeasy –bares al estilo clandestino de EE.UU. en tiempos de la ley seca–, que ofrecen cócteles de autor o los renombrados vinos argentinos. La Puerta Roja (Chacabuco, 733) o el Doppelganger (Juan de Garay, 500) son buenas opciones para acabar la jornada con milonga en vivo en un clásico: el Buenos Ayres Club (Perú, 571).

Destino para ‘foodies’. Junto a las parrilladas de asados de tira o chorizo acompañados con provoleta o papas fritas, además de las empanadas como estandartes de la cocina nacional, Buenos Aires se ha reinventado en los últimos años. Se ha apostado por un gran abanico gastronómico de fusión de los cinco continentes con los mejores ingredientes argentinos, además de abrazarse al comer despacio (slow food) y degustar alimentos crudos (raw food).

En boulevard Caseros e inmediaciones del parque Lezama, se han afianzado establecimientos de tendencia como Hierbabuena, restaurante vegetariano y mercado de productos orgánicos, o el Nápoles, un inmenso almacén del coleccionista Gabriel del Campo reconvertido en restaurante bar.

Este barrio brinda algunas de las notas más efervescentes y alternativas a la escena artística y musical de la siempre magnética Buenos Aires.

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