El Pilar y la monja de Ágreda
(Un texto de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 14
de octubre de 2018)
La vasta obra de María Coronel, sor María Jesús de Ágreda,
basada en revelaciones directas de María en el siglo XVII, ha influido
grandemente en la tradición pilarista.
La fiesta de Santa María del Pilar se celebra el 12 de octubre porque en
ese día renació la iglesia de Zaragoza, al ser consagrada la nueva catedral de
la Seo en 1119 tras la conquista de la ciudad por Alfonso I
diez meses antes. No obstante, la fecha de la venida de la Virgen se conmemora el 2 de enero,
que debería ser propiamente el Día del Pilar.
La explicación de la
discrepancia está en las visiones celestes de la monja soriana María Coronel, cuyos escritos fueron muy populares tras su edición
póstuma y quitadas las tachas que hizo la Inquisición. María Jesús de Ágreda (su nombre religioso), villa de la que nunca
salió, fue confidente de Felipe IV. Murió en 1665. Compuso, entre otras,
la extensa obra (la edición de 1860 tiene siete tomos) ‘Mística Ciudad de Dios, Milagro de su omnipotencia y Abismo de la
gracia’, cuyo quid reside en que narra la vida de María, solo que
«dictada y manifestada en estos últimos siglos por la misma Señora a su esclava
Sor María de Jesús (…) para nueva luz del mundo, alegría de la Iglesia católica
y confianza de los mortales». Publicada
en 1670, se ha reeditado docenas de veces en variedad de lenguas. Hay quien no
cree ni una palabra.
María le fue revelando un
sinfín de cosas, incluida su visita en vida a Zaragoza. Según el relato, luego tan popular, Santiago había
estado en Andalucía, Toledo, Portugal, Galicia, Astorga, Logroño y Tudela,
«dejando discípulos por Obispos», cuando Jesús baja del cielo para solicitar a
su madre un servicio: Santiago debe regresar a Jerusalén, a sufrir martirio. «Quiero, Madre mía, que vayáis a Zaragoza y
le ordenéis que vuelva y antes que parta de aquella ciudad edifique en ella un
templo en honra y título de vuestro nombre, donde seáis venerada e
invocada para beneficio de aquel reino (…)». Jesús promete que velará por
quienes allí recen. María emprende el viaje «en alma y cuerpo mortal» llevada
por coros angélicos que cantan el Ave María, la Salve y el Regina Coeli.
2 de enero, a media noche
Cerca de la media noche, Santiago y los suyos,
«arrimados al muro que correspondía a las márgenes del río Ebro», vieron un
intenso fulgor «como un gran globo», en cuyo interior «traían los Ángeles
prevenida una pequeña columna de mármol o de jaspe, y de otra materia diferente
habían formado una imagen no grande de la Reina del cielo». María dejó esos
presentes como testimonio de la promesa divina: «Quedará aquí esta columna y
colocada mi propia imagen, que en este lugar donde edificaréis mi templo
perseverará y durará con la santa fe hasta el fin del mundo. (…) Y habiéndole
hecho este servicio partiréis a Jerusalén, donde mi Hijo santísimo quiere que
le ofrezcáis el sacrificio de vuestra vida en el mismo lugar en que dio la suya
para la Redención humana. Dio fin la gran Reina a su razonamiento, mandando a
los Ángeles que colocasen la columna y sobre ella la santa Imagen en el mismo
lugar y puesto que hoy están, y así lo ejecutaron en un momento. (…) Santiago
se postró en tierra, y los Ángeles con nuevos cánticos celebraron los primeros
con el mismo Apóstol la nueva y primera dedicación de Templo que se instituyó
en el orbe después de la Redención humana y en nombre de la gran Señora del
cielo y tierra. Este fue el origen felicísimo del santuario de Nuestra Señora
del Pilar de Zaragoza, que con justa razón se llama cámara angelical (…)». Santiago pidió a María «el amparo de este
reino de España con especial protección, y mucho más de aquel lugar consagrado
a su devoción y nombre. Y todo se lo ofreció la divina Madre, y dándole
de nuevo su bendición, la volvieron los Ángeles a Jerusalén».
Y concluye: «Sucedió este milagroso aparecimiento de
María santísima en Zaragoza, entrando el año del nacimiento de su Hijo nuestro
Salvador de cuarenta, la segunda noche [entrada la noche] de dos de enero. Y
desde la salida de Jerusalén a la predicación habían pasado cuatro años, cuatro
meses y diez días, porque salió el Apóstol año de treinta y cinco, a veinte de
agosto; y después del aparecimiento gastó en edificar el templo, en volver a
Jerusalén y predicar, un año, dos meses y veinte y tres días; murió a los
veinte y cinco de marzo del año cuarenta y uno. La gran Reina de los Ángeles,
cuando se le apareció en Zaragoza, tenía de edad cincuenta y cuatro años, tres
meses y veinte y cuatro días; y luego que volvió a Jerusalén partió a Efeso; al
cuarto día se partió. De manera que se le dedicó este templo muchos años antes
de su glorioso tránsito».
Este relato, con ventaja
sobre los demás a pesar de sus anacronismos (no existía el reino de España; los cánticos angélicos que cita se compusieron
siglos después; etc.), se impuso en la
creencia popular y entre los clérigos y artistas que llevaron a cabo las
obras del Pilar a partir de esas fechas.
Por eso las visiones de María Coronel están plasmadas en diversos lugares del
gran templo zaragozano.
Etiquetas: Pequeñas historias de la Historia, Sin ir muy lejos
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