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sábado, julio 3

Rodin: el tocador de señoras

 (Un reportaje de Anne-Cecile Beaudoin en el XLSemanal del 9 de abril de 2017)

«Muchos moralistas pudibundos se taparán los oídos. Pero ¿y qué? ¡El deseo! ¡El deseo! ¡Qué estimulante tan formidable!». Así se expresaba el maestro de la escultura moderna que amasaba carne y barro con la misma intensidad. Enamorado del cuerpo femenino, dedicó su vida a descifrarlo.
 
París, 1900. Auguste Rodin recibe a Isadora Duncan en su taller, en París. La bailarina no se sentirá decepcionada. El maestro la guía en la penumbra para enseñarle sus esculturas. Sus dedos suben y bajan, se deslizan por las estatuas; pasa su mano sobre ellas, las acaricia, murmura su nombre. Toma un poco de barro y moldea un seno…
 
«Al hacerlo, respiraba con fuerza -escribió ella en sus Memorias-. Me miraba, con los ojos semicerrados, chispeantes, y con la expresión que mostraba ante sus obras se acercó a mí. Comenzó a amasar mi cuerpo como si fuera barro, mientras de él salía un calor que me quemaba y me fundía».
Rodin tenía 60 años y su fama de mujeriego se había extendido por todo París. Duncan, a sus 23, ya era célebre por sus danzas, que ejecutaba descalza y sin corsé bajo sus vestidos flotantes, pero no se atrevió a liberarse. «Solo deseaba una cosa: abandonarle todo mi ser. Lo habría hecho si, por culpa de mi educación absurda, no me hubiera asustado. Cuántas veces me he arrepentido de esa incomprensión infantil que me hizo perder la oportunidad divina de entregar mi virginidad al gran dios Pan en persona».
Para Rodin era impensable trabajar sin modelo. «Yo no creo: yo veo», confiesa. «Contemplar las formas humanas me alimenta y me reconforta». Sus cuadernos están llenos de nombres garabateados, a los que adjunta a veces un comentario: «Mlle Octavie Lhonneur, una bella pelirroja. Pie en tensión muy bello, un muslo muy bonito». Algunas procedían de los «mercados de modelos», en la plaza Pigalle, o de la calle Grande-Chaumière. Otras son celebridades, como Isadora Duncan. Su obsesión la llevará también al papel: más de 7000 dibujos y bocetos eróticos de cruda sensualidad.
Mucho antes de su éxito, un joven Rodin de apenas 24 años conoció al amor de su vida. Marie Rose Beuret, primogénita de una familia de viticultores, no tenía ninguna formación. Sabía leer, apenas escribía, confeccionaba flores artificiales y plumas para sombreros y, por las mañanas, posaba para artistas.

Hasta entonces, Rodin -hijo de un recadero- solo había contratado a Bibi, un hombre con la cara herida que le barría el atelier por unos céntimos. De esa época es El hombre con la nariz rota, su primera obra maestra.

La irrupción de Rose en su vida es una oportunidad, porque al genio no le llegaba para pagarse modelos. «Se ató a mí como un animalillo», confesaría más tarde. Nada más conocerse, su cara de gatita le inspiró Joven con sombrero de flores y ella pronto le dio un hijo, Auguste, al que Rodin nunca reconoció.

Aun así, Rose se convirtió en su compañera de fatigas recogiendo materiales para su amado o cuidando del taller y de sus bocetos cuando Rodin viajaba fuera de París.

En 1875, Rodin conoció el éxito con La edad de bronce, un desnudo a tamaño natural de tal precisión que fue acusado de haberla moldeado sobre un cadáver. El escándalo le vino de maravilla, ya que el Estado adquirió la estatua por 2000 francos y le encargó una puerta para el Museo de Artes Decorativas, que nunca entregará. Inspirado en La divina comedia, de Dante, este conjunto de figuras, al que llamó La puerta del infierno, lo mantendrá ocupado hasta el final de sus días.

Con el éxito, Rodin descuidó cada vez más a Rose e incluso llegó a ausentarse en ocasiones durante días, hasta que en 1883 su pasión creadora pasó a llamarse Camille Claudel. Alumna, musa y amante, Claudel tenía 19 años y esculpía sus propias obras. «Yo le he enseñado donde encontrar oro, pero el oro que encuentra le pertenece», dijo su mentor.

Mientras tanto, Rose apretaba los dientes. Contará, mucho más tarde, cómo pasaba sola las noches de Año Nuevo, mientras Rodin cubría a Camille de flores y dinero y alentaba a los críticos a ensalzar a su protegida y a mecenas a que le hicieran encargos. Rodin, eso sí, no abandonó a su Rose y Camille, poco a poco, se trastornó.

En 1895, el escultor compró una villa en Meudon, donde Rose cocinaba y llevaba la intendencia, pero, considerado como el maestro de la escultura moderna en el extranjero, Rodin no era todavía profeta en su tierra. En el Salón de 1898, los críticos se burlaron ante su Balzac envuelto en una bata.

El momento decisivo llegó en 1900, cuando aprovechó la Exposición Universal para organizar su propia muestra personal. Presenta su Puerta del infierno desmontada y con muchas de las escayolas fragmentadas, en una ruptura total con el academicismo.

Frente al modelado con precisión, Rodin prefiere lo inacabado y enseña los restos del trabajo. Es su consagración. Con 60 años se convierte en una estrella internacional y acumula admiradoras.

Como testigos de la intimidad del maestro, sus dibujos representan las sesiones a las que se someten las modelos. Rodin disecciona hasta el infinito su objeto de estudio: persigue sin cesar sus cuerpos, traduce su carne en mármol o barro; las vemos separar las piernas, ponerse a gatas, acariciarse… Entre sus favoritas está la joven pintora y mujer de letras Gwen John, su amante desde 1904 hasta que, tres años más tarde, es sustituida por la duquesa de Choiseul.

La duquesa lo convence para que abandone Meudon y se instale en París. Rodin había descubierto, en 1908, el palacete Biron, una casona del siglo XVIII alquilada a artistas. Se instala en el bajo y allí recibe a periodistas, marchantes y coleccionistas. La duquesa se ocupa de la correspondencia en inglés, hace de intermediaria para la venta de obras a precios desorbitados y presume. «Antes de que tomara las riendas, Rodin no ganaba más de 12.000 dólares al año. A partir de ahora ganará 80.000».

El romance acaba cuando la duquesa intenta hacerle firmar un testamento que concede a ella y a su marido derechos de reproducción sobre las obras que Rodin quiere legar al Estado.

Entra así en escena Jeanne Bardey, a quien conoce desde 1909, cuando era una joven artista en ciernes. Se la encuentra en 1915 convertida en viuda desolada, con su hija Henriette de la mano. Secretaria, enfermera, su figura es omnipresente en los días finales de su vida y pretende «aliviar a Rodin de las escenas que le monta la pobre loca de su esposa -escribe Judith Cladel, su biógrafa-. Una vez más es víctima de una estafa, la de una mujer que sobrepasa con mucho a la duquesa en sus malas artes».

Bardey consigue que el escultor firme un testamento por el cual ella heredará la mitad de la obra del maestro si la donación al Estado que pretende Rodin no tiene éxito. El expolio fracasa por los pelos: tras más de 50 años de ternura y de lágrimas, Auguste Rodin decide casarse con Rose Beuret en 1917. Tiene 77 años; ella, 73. Es la unión conmovedora de dos ancianos. Ella fallece a causa de una neumonía dos semanas después. Con pequeños pasos de inválido, Auguste se acerca a su lecho de muerte para contemplarla. «Es tan bella como una estatua», dice.

Triste y debilitado, el escultor ya no trabaja. Muere el 17 de noviembre de 1917 recluido en su villa de Los Brillantes. Auguste y Rose reposan el uno al lado del otro en una tumba sellada con un inmenso Pensador. Inseparables para siempre.

‘El beso’ forma parte de su obra cumbre, La puerta del infierno, y demuestra su deslumbramiento por el cuerpo humano, "ese templo que camina".
Camille claudel: amante y artista. Conoció a Rodin con 19 años. Fue su amante, su modelo y su discípula durante diez años, mientras desarrollaba su obra.
Claire Coudert: su última amante. La futura duquesa de Choiseul, fue su última pasión. Comenzó su primer busto de ella en 1908 en el hotel Biron.
Su más célebre gigante. El pensador. En su origen apenas tenía 20 centímetros de altura y había sido concebida ya en 1880 para ornar el tímpano de ‘La puerta del infierno’.
 
 
 
 

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