Centro
(Editorial de la revista de crítica cultural "Crisis" de junio de 2016)
Hasta dieciocho acepciones recoge el Diccionario de la lengua española de la Academia para la palabra centro. La primera de ellas nos recuerda que es un concepto geométrico y relativo: 'punto interior que se toma como equidistante de los límites de una línea, superficie o cuerpo'. Es consustancial al centro su carácter locativo, que plasma ese repertorio lexicográfico en nada menos que cinco acepciones que comienzan del mismo modo: 'lugar de donde parten o a donde convergen informaciones, decisiones, etc.', 'lugar donde habitualmente se reúnen los miembros de una sociedad o corporación', 'lugar o situación donde alguien o algo tiene su natural asiento y acomodo', entre otras. Lugar y tiempo explican que el centro sea el 'núcleo de una ciudad o de un barrio'. Solemos emplear el término en referencia a una 'dependencia de la administración del Estado' o a un Instituto dedicado a determinados estudios e investigaciones'. La metáfora política con la que lo usamos se apoya en la compleja, relativa y muchas veces pretendida equidistancia entre los extremos: 'tendencia o agrupación cuya ideología es intermedia entre la derecha y la izquierda'. Al fin y al cabo, asimismo es centro el 'objetivo principal a que se aspira o hacía el que se siente atracción' (valor este que conviene ejemplificar oportunamente: «el dinero es el único centro de sus intereses»).
En dicho repertorio lexicográfico no faltan las marcaciones diatécnicas, todas ellas del citado ámbito de la geometría y en referencia al círculo, la esfera y hasta los poliedros regulares. Y hay interesantes notas díatópícas: se designa así en Honduras al `chaleco'; en Ecuador y en Bolivia, al 'vestido tradicional de bayeta'. Indica por último el diccionario que el centro puede ser activo en bioquímica, nervioso en fisiología, de gravedad en física, de sílaba en fonética, de simetría en geometría y de la batalla en el lenguaje militar. Hay centros de flores, de mesas y comerciales en los que no cabe tampoco detenerse.
Quizá convenga recordar que, a través del latín, viene el vocablo del griego xévnov, que en esa lengua designaba, entre otra cosas, el 'aguijón'. Y puestos ya en la historia, diremos que un paseo por el corpus diacrónico de la «docta institución» nos muestra a grandes rasgos que nuestra voz (a veces con forma centro) aparece con frecuencia en textos relacionados con la astrología allá por la segunda mítad del siglo XIII: «el centro del peciclo de Mercurio», «el centro saliente de cada planeta del centro del mundo», «el logar do cayer la pierna segunda [...] sera el centro del leuador de venus» (no haría falta apuntar, pero lo hago por si acaso, que esa pierna es la de un compás y el levador, el de una esfera armilar, digamos un astrolabio). En el «çentro del mundo» localizaban Jerusalén a mediados del Trescientos (traducción de la Historia de Jerusalem abreviada, de Jacobo de Vitríaco). Más tarde, ya en 1437, plantea entre sus Paradojas Fernández de Madrigal, el Tostado, que la tierra «está en el centro del mundo et en derredor del centro», frente al agua, más ligera, que corre por encima, y el aire, aún más alto, aunque menos que el fuego, cuyo «lugar corre fasta el cielo de la luna et adelante». Por esa época, hasta el «abismo o centro maligno» iría el enamorado tras su dama, en apasionados versos incluidos en el Cancionero de Juan Fernández de Íxar.
Quienes han defendido ze y zi, que los ha habido, han preferido escribir zentro, como es natural. El lector más avezado en letras y sonidos estará pensando en Gonzalo Correas, quien en su Arte de la lengua española hastellana (1625) alude al «corazón i zentro de España», a propósito de la elegancia de nuestra lengua, hoy diríamos que con perspectiva centralista.
Etiquetas: Ayudando a Supereñe (y a sus amigos guiris), Pensamientos varios
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