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sábado, marzo 13

Louis XIV, fou des petits pois

(Y aunque yo me enteré por un comentario en una revista francesa, la información que viene a continuación viene del "Hola" digital, así que me temo que lo único francés de este artículo es el título)

Ese coloso del huerto en miniatura, el elegante y asiático Pisum sativum L., tribu Papilionáceas, llegó de Génova de la mano del limonadero parisino Audiger en París, el 16 de enero de 1660, ante el mismísimo Luis XIV y su Corte al completo.

Ahí, en pleno Louvre, el Duque de Soissons desengranó un puñado de verdes vainas protegidas entre hierbas y rosas. Un clamor extasiado saludó unas minúsculas bolitas rebosantes de verdor y frescor, después de un viaje de quince días en cesta cerrada. Luis, maravillado por su delicioso sabor y tamaña hazaña inaudita en tan fría estación, espetando un “nada es tan novedoso ni tan hermoso”, ordenó al Sieur Baudouin, su “controlador de boca”, de “componer ya una receta para su reina madre, su esposa, dos otros para el Cardenal Mazarino y Monsieur, su hermano”.

La cosa desató un auténtico furor gastronómico en el Rey solar, quien, en pleno ataque de nouvelle cuisine”, consumió hasta indigestarse esa ternura de 4000 años de antigüedad y lustro impecable, que le provocaba tanto placer y claro bienestar.

El guisante, ahora legumbre de relumbre y producto de lujo, se bautizó “petit pois” para distinguirle del seco y arrugado, comido en puré entre plebeyos. Como su bella flor sedosa, integró la fantaisie potagère real y los imperantes gustos alimentarios delicados. Además, su rabioso favor real y sabor natural provocaron una auténtica evolución entre fogones. Siguiendo las normas culinarias dictadas desde el trono, eclosionaron recetas más saludables y un nuevo personaje, el gourmet, pero sobre todo, se rehabilitaron las despreciadas legumbres frescas, esas raíces bestiales destinadas al pueblo llano, por tanto consideradas rastreras, sucias, vulgares, incomibles y hasta malignas, véase al respeto las tribulaciones patateras...

Bajo el sol de Luis, el invasor petit pois alimentó todo: aristócratas, burgueses y hasta las conversaciones. Resumió el delirio una emocionada Madame de Maintenon en una carta famosa: “El capítulo de los “petits pois” sigue vigente. La impaciencia de comérseles, el placer de haberles comido y la alegría de volver a devorarles son los tres puntos que ocupan nuestros Príncipes desde hace varios días...”

En cuanto a De la Quintinie, sufrido agrónomo real, tuvo que ingeniárselas para satisfacer el estacional capricho regio y “fabricarlo” fuera de temporada. Milagro hecho realidad mediante angélica paciencia, campanas de vidrio a granel, estufas calientas y un hortelano borbónico inesperado, el monarca in person.

Así el hombre más poderoso del mundo mundial, Louis Dieudonné, rey de Francia y de Navarra, metido a voluntario urgente en su Real Huerto, diaria y personalmente vigiló ese cultivo, a quien hablaba, acariciaba y cuidaba, como si de oro puro se tratara. Hasta paseó sin reírse ante los reales petits pois de su alma a los prestigiosos embajadores del Siam y al Doga de Venecia, previamente atiborrados de los mismos a la mesa real. ¿Y qué encontraban las distinguidas damas en sus aposentos versallescos entre bomboneras de chocolate? El implacable ojo verde del omnipresente guisante, por supuesto, a todas horas por orden, obra y gracia del goloso soberano y para hartura definitiva del callado personal. ... Manías de una real gula.

Singulares efectos. El dichoso petit pois desinhibió y desató en el soberano su lado más lúdico e infantil. En ciertas comidas, olvidándose del penoso protocolo, Luis, alias el Grande, tiraba a modo de proyectil las esmeraldas bolitas, después trocitos de pan y platos enteros de ensaladas aliñadas sobre sus atónitos convites. Fuera de Versalles, siempre seguío exigiendo, pataleando, su momento petits pois. En fin, el invicto guisante, alegría de la huerta regia, sensación de la Corte y hartazgo de muchos, terminó ennoblecido por su mejor embajador, Luis XIV. Entronizado “Príncipe de los Entremeses” desbancó al aristócrata espárrago, antaño predilecto del soberano, puesto firme en una receta del misterioso “LSR”, llamada “espárragos a modo de guisante verde”. El cultivo, negocio redondo, se expandió despiadadamente por todo el país y Francia devino más verde que nunca. Incluso algunos lugares, como Clamart y Saint Germain, en las afueras de París, adquirieron fama por sus guisantes.

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