Barolo, la ruta del "rey del vino" I
(Leído en el Dominical de hace unos meses en el que cuenta un recorrido por uno de esos rincones maravillosos que tiene Italia. En este caso, del Piamonte)
Faltan todavía algunas semanas para la vendimia en los viñedos que se extienden por las suaves colinas piamontesas de la Langa y el Barolo. La uva nebbiolo, de la que nace uno de los caldos italianos mejores y más apreciados, es remolona.
Alcanza el punto máximo de maduración con las nieblas otoñales, a mediados de octubre. De ahí, de nebbia, quizá viene su nombre. O a lo mejor es el velo nebuloso que cubre los granos como si fuera escarcha lo que bautiza a esta uva. Lo que sí es cierto es que necesita un terreno soleado, protegido de las heladas y de los fríos primaverales. La nieve está a la vista, pero suficientemente lejos.
Once pueblos forman la zona de origen del barolo, pequeños, a poca distancia, unidos por carreteras estrechas pero bien cuidadas, y casi siempre todos a la vista. Son pueblos de calles sinuosas, encaramados a un castillo que los corona y hace de atalaya, desde el que admirar el paisaje sabio y antiguo de los viñedos pulcramente ordenados siguiendo las ondulaciones de un terreno benévolo, en el que nada o casi nada, agrede a la vista. Son pueblos cargados de historia y de cultura de la tierra, donde toda la actividad agrícola se sigue haciendo en familia.
Merece la pena iniciar la ruta en el lugar donde nació este caldo que le dió su nombre. Las bodegas del castillo reconstruido de Barolo lo alumbraron a principios del siglo XIX gracias a Giulia Colbert, esposa del marqués Carlo Tancredo Falletti. La marquesa impuso su vino a la corte de los Saboya enviando a Turín, al rey Carlo Alberto, una recua de 325 carros cargados con una bota cada uno para cada día del año, a excepción de los cuarenta días de ayuno cuaresmal. Así el barolo pasó a considerarse "el rey de los vinos y el vino de los reyes".
Las bodegas del castillo albergan la Enoteca Regionale del Barolo, un centro de exposición, degustación y venta que agrupa a los cosecheros. El restaurante Locanda del Borgo Antico, a cargo de Massimo Camia, tiene una de las varias estrellas michelín repartidas por la zona.
Después de la marquesa, un conde se encargó de mejorar el caldo. Fue Camilo Benso, conde de Cavour, padre de la unidad de Italia. Su familia era propietaria de un castillo y unas tierras en el pueblo de Grinzane. Cavour quería convertir el barolo en un gran vino "al estilo de Burdeos", la máxima aspiración vitivinícola de la época, de modo que se trajo al enólogo francés Louis Oudart. El castillo, construido alrededor de una torre cuadrada central del siglo XI, aparece hoy como una impresionante mole trapezoidal. El pueblo da nombre al premio literario Grinzane Cavour, creado en 1982, cuya ceremonia de entrega tiene lugar en el castillo.
Desde aquí y pasando por Roddi, una carretera secundaria lleva a Verduno, excelente mirador sobre el valle del Tánaro. La iglesia y el castillo, de mediados del siglo XVIII, tienen el estilo creado por Filippo Juvarra, el arquitecto de los Saboya que después proyectó el madrileño Palacio Real. El rey Carlo Alberto adquirió el castillo en 1838 para hacer una explotación agrícola, aunque al final optó por Pollenzo, donde construyó un edificio neogótico que es ahora la sede de la Universidad de las Ciencias Gastronómicas, promovida por el movimiento "Comida Lenta", nacido en la vecina ciudad de Bra.
La familia Burlotto compró el castillo en 1909y en 1953 a la producción de vino se le añadió la actividad hotelera, con unas habitaciones que conservan la decoración y los muebles de la época, repartidas entre el castillo, la antigua casa del guarda y la casa de huéspedes, a las que se llega cruzando un hermoso y tranquilo jardín. Las hermanas Lisetta y Gabriela Burlotto se ocupan del hotel; sus maridos, de la producción de vino; y las hijas, del restaurante. La abuela ocupa su lugar en el luminoso vestíbulo-salón y una cuarta generación ya hace acto de presencia desde su cochecito de bebé.
De Verduno, la carretera lleva a La Morra. La plaza del municipio ofrece otro gran mirador panorámico con los Alpes al fondo. A un lado, un castillo medieval reestructurado ha sido uno de los restaurantes pioneros en la difusión de la tradición gastronómica de la zona. Del Belvedere son famosos su paté de faisán con trufa blanca: el uovo in pasta (un huevo dentro de un ravioli), también con trufa blanca, o el risoto al barolo. De dimensiones mucho más reducidas, pero interesante por las propuestas tanto tradicionales como atrevidas de Franco Gioelli, es la Osteria Veglio, en la pedanía de la Annunziata. En su comedor, con techo de arcos de ladrillo o en su terraza con vistas sobre los viñedos, se pueden degustar platos tan poco habituales como los ravioli servidos sobre una servilleta.
Etiquetas: Sitios donde perderse
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