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martes, mayo 17

Carroñeros

(De Gonzalo Sánchez-Terán, en la sección del XLSemanal Cartas desde África, publicada el 30 de septiembre de 2007)

Francia comenzó la invasión de lo que hoy es el Chad en el año 1900, 15 después de que la nauseabunda lonja de la Conferencia de Berlín le otorgara el derecho a sojuzgar pueblos e imperios que ningún francés había hollado. Entre 1900 y 1920 el Chad, fue oficialmente un territorio militar administrado por el Ejército. Durante este periodo se instituyeron los trabajos forzados: miles de jóvenes fueron enviados a morir en la construcción del ferrocarril Congo-Océano. París dividió el Chad entre una 'región útil', el sur animista, donde se impuso el monocultivo del algodón y las aldeas fueron obligadas a pagar impuestos para financiar la colonia, y otra inútil, el norte, donde los antiguos sultanatos musulmanes fueron aplastados y empobrecidos. Al llegar la independencia, tras seis décadas al mando, los blancos dejaban un país enconado, sin apenas infraestructuras y con un único licenciado universitario.

Desde entonces, hasta hoy, Francia ha continuado disponiendo quién es el cómitre de esta tierra malhadada. Envió tropas para mantener en el poder al primer presidente, Ngarta Tombalbaye, mientras su régimen se iba haciendo cada vez más criminal y paranoico. A partir de 1982, Mitterrand sostuvo con las armas a Hissein Habré, un tirano despiadado que en estos momentos aguarda en Senegal a ser juzgado por crímenes contra la humanidad. En 1990, el que había sido durante años comandante en jefe del Ejército de Habré, Idriss Déby, gracias al apoyo de los servicios de inteligencia franceses y el dinero de Libia, toma N'djamena. Con un poder omnímodo construido sobre los alaridos de sus armas y los dólares del petróleo que emplea para enriquecerse, comprar adversarios y engordar su arsenal, Déby sigue contando con el sostén de los destacamentos franceses desplegados en el Chad, que aseguran su pervivencia y al mismo tiempo la del conflicto.

En todo esto pensaba mientras el militar francés, vestido de civil, pulcro y untuoso, al frente de una misión de la Unión Europea, nos anunciaba aquí, en Goz Beida, el envío inminente de fuerzas de paz para salvaguardar los campos de refugiados y desplazados. Dijo que los primeros soldados llegarán en noviembre. Perfecto. Lo que le costó confesar es que la mayor parte de las tropas serán francesas, y lo que se negó a comentar es que una fuerza de paz liderada por Francia, un país que apoya a sangre y a fuego al dictador chadiano, no puede ser considerada neutral ni por los rebeldes ni por todas las tribus que se oponen a Idriss Déby. Francia, bajo bandera europea, acude a proteger a los campesinos, pero también al dictador, que es en buena medida culpable de la guerra que padecen y de la miseria en la que viven.

Siglo y cuarto después seguimos los mismos sentados alrededor de la mesa en la Conferencia de Berlín: poco ha cambiado, sólo que China ha reclamado su silla.