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viernes, septiembre 7

El timo de Piltdown: el gran engaño arqueológico y científico del siglo XX

(Un artículo de Rosa Cuevas-Mons publicado en La Gaceta del 4 de diciembre de 2011 –y completado en la edición digital del diario-)

Durante cuarenta años fue la joya de la corona del londinense Museo de Historia Natural y quienes hasta él se acercaban creían contemplar al eslabón perdido, ese que habría marcado, siguiendo postulados darwinistas, el salto cualitativo entre el hombre y el mono. 

Y era hombre, sí, y también simio. En concreto mitad -su cráneo- hombre, mitad -su mandíbula- orangután. Una genial falsificación que convirtió al Hombre de Piltdown en el timo de Piltdown.

Hace 58 años que el engaño salió oficialmente a la luz, pero todo comenzó en 1908. El arqueólogo aficionado Charles Dawson aseguró haber recibido un fragmento de cráneo encontrado en una cantera de Piltdown. Cuatro años -y muchas excavaciones y estudios- después, en 1912, el propio Dawson y el eminente paleontólogo del Museo Británico Smith Woodward presentaban ante la Sociedad Geológica de Londres el hallazgo: el cráneo que representaba el eslabón perdido, un gran cerebro en una calavera aparentemente humana pero con rasgos simiescos.

Aunque los primeros escépticos -el paleontólogo francés Marcellin Boule y el británico David Waterson- aparecieron casi de forma paralela al Hombre de Piltdown y señalaron la combinación de dos especies -humano y simio-, el recién llegado Eoanthropus dawsonii (en memoria de su descubridor), convenció a suficientes miembros de la comunidad científica como para ser estudiado y expuesto en el Museo de Historia.

Quizá tratando de refrendar su descubrimiento, Dawson aseguró en 1915 haber encontrado otro yacimiento con restos similares a unas dos millas de Piltdown. Si era cierto o no nunca se sabrá porque Dawson murió en 1916. Tampoco pudo presenciar Dawson el homenaje que los arqueólogos británicos le rindieron en 1938 y del que todavía se conserva el monolito que señala el lugar en el que ‘nació’ el primer hombre.
Entre homenajes e interrogantes llegamos a 1953. Aquel año el Museo se vio obligado a reconocer lo que muchos habían asegurado años atrás y que la revista Time publicaba ya como una certeza: el hombre de Piltdown no era más que la unión de un cráneo humano de la época medieval con una mandíbula de orangután y el diente fósil de un chimpancé.

Su creador había limado las partes del diente que evidenciaban su procedencia simiesca para conferir un toque humano al engaño y había utilizado un tinte para lograr el color ferruginoso de la muestra que hizo pensar a los científicos en una antigüedad superior a la real.


Las primeras teorías apuntaron directamente al propio Dawson, y no solo porque estuviera muerto y, por tanto, sin capacidad de réplica, sino porque al parecer no era la primera vez que hacía trampas, y así lo prueba el estudio detallado de su currículum, que más tarde hizo el arqueólogo de la Universidad de Bournemouth, Miles Russell.

¿Fue Dawson el malo o fue víctima de una trampa?, ¿actuó solo o tuvo cómplices?... Demasiadas preguntas como para contentarse con un solo culpable. Así que se buscaron más. ¿Por qué no Grafton Elliot Smith, un anatomista australiano que anhelaba el cargo de Woodward en el Museo? También pudo ser William Sollas, un catedrático de Geología que envidiaba profesionalmente a Woodward, o el sacerdote Teilhard de Chardin, un jesuita experto en antropología que participó en las excavaciones. ¿Y por qué no Hinton, uno de los conservadores del Museo en la sección de Zoología? Posible teniendo en cuenta que en el ático del Museo se encontró un baúl con las iniciales de Hinton y en él materiales teñidos exactamente igual que los restos de Piltdown.

¿Y si el encargado de fabricar el engaño no hubiera sido otro que un hombre amante de la aventura, del misterio y de la naturaleza, con una imaginación a prueba de balas y con motivos -cierta desavenencia con la clase científica- para alegrarse de un fracaso tan sonado? Pues sí, el creador de Sherlock Holmes y de El mundo perdido, Arthur Conan Doyle, también fue acusado de haber perpetrado el ‘crimen de Piltdown’. Pero, como los huesos no hablan, ese sigue siendo un misterio por resolver.