Economistas con el pie cambiado
(Un artículo de Robert J. Samuelson en el suplemento económico de El Mundo del 12 de julio de 2009)
Niall Ferguson es un personaje poco corriente: un
académico respetado que también es un polemista de éxito. Ferguson, británico, ha enseñado en Oxford, la
Universidad de Nueva York y ahora Harvard. Ha escrito acerca de la Primera
Guerra Mundial, el Imperio Británico y los Rothschild (la dinastía bancaria más
poderosa de Europa). Ha convertido cuatro de sus proyectos en documentales para
la televisión, el más reciente de los cuales -El ascenso del
dinero, que también es un libro- empieza a emitirse en la
cadena pública el 8 de julio. Es un programa que sería útil que fuera seguido
por los alrededor de 13.000 economistas de América.
Uno de los argumentos secundarios intrigantes de la
crisis económica es el fracaso de la mayor parte de los economistas a la hora
de predecirla. Estamos inmersos en la crisis económica y financiera más
espectacular de las últimas décadas -probablemente desde la Gran Depresión- y
el único colectivo que dedica la mayor parte de sus horas laborales a analizar la
economía no la vio venir. Oh, unos cuantos pueden reivindicar cierta previsión.
Pero son una minoría. La mayor parte fue sorprendida, igual que el resto de
nosotros.
¿Por qué? Esta es la pregunta de rigor sin -a fecha
de hoy- una respuesta rigurosa. En la práctica, en cuanto a lo que he visto,
los economistas no han realizado un ejercicio riguroso de autocrítica para
explicar su lapso. Hemos visto algunas teorías puntuales y algunas
recriminaciones partidistas: «La ideología del libre mercado» es el chivo
expiatorio estándar que opera bajo la premisa de que la mayoría de los economistas
son
«ideólogos
del libre mercado». Pero eso no es cierto. En cualquier caso, la crisis
sorprendió a los economistas conservadores y a los izquierdistas, a
republicanos y demócratas por igual.
Esto me conduce de vuelta a Ferguson. La creación
del dinero fue un acontecimiento histórico determinante; también lo fue la
posterior invención de las finanzas, el ahorro y la inversión del dinero. Sin
ellos, nunca podríamos haber pasado del trueque a una economía moderna basada
en la especialización y el ahorro para el futuro. Pero estos avances se produjeron
entrelazados con burbujas, descalabros, fraudes
e hiperinflaciones. Las finanzas han sido fuente de progreso e inestabilidad a
la vez.
Ferguson es un guía capaz. Relata la creación del mercado de bonos por
las ciudades-estado italianas del siglo XIV como una manera de financiar
sus guerras entre sí; explica las burbujas de
la compañía South Sea y Mississippi en Inglaterra y Francia en torno a 1720 (manipulaciones
del mercado basadas en las riquezas soñadas del Nuevo Mundo); y finalmente, se
detiene en la reciente burbuja inmobiliaria.
El trepidante recorrido de Ferguson sugiere dos motivos
de que la presente crisis avergüence a la mayor parte de los economistas. El
primero implica al propio sector de las finanzas. La crisis se originó en los
mercados financieros (los mercados de acciones, bonos y muchos títulos
complejos), y aun así las finanzas ocupan una posición accesoria en la economía
de referencia. Son estudiadas por una subfamilia de economistas, y los mercados
financieros -sus subidas, bajadas y efectos colaterales- no son considerados
grandes fuentes de expansiones y contracciones económicas. Los economistas
tienden a centrarse directamente en el gasto del consumidor, las empresas y el
Gobierno. También estaba ampliamente asumido que la protección de depósitos y la
Reserva Federal existente evitarían los episodios de pánico financiero.
En realidad, si usted resta importancia a los mercados
financieros y los mercados financieros son decisivos, está usted con el pie
cambiado. Los mercados financieros inflaron la verdadera burbuja
inmobiliaria;
el mayor nivel de riqueza inmobiliaria y accionarial despertó la ampliación del
gasto del consumidor; las pérdidas en los títulos hipotecarios de
riesgo provocaron el derrumbe de la confianza. Algunos economistas
han reconocido el error a regañadientes, si bien de forma disimulada. Un
estudio del Fondo Monetario Internacional llamado Lecciones iniciales de
la
crisis admite que «Se produjo una valoración a la baja de
los riesgos para el sistema proveniente de las manifestaciones del sector
financiero en la economía real». Eso es un eufemismo.
Eclipsando la interpretación errónea del sector
financiero hay un error más extendido: ignorar la historia. En general, a la
mayor parte de los economistas no les preocupa gran cosa. La bibliografía
universitaria de introducción dedica poco espacio, si es que dedica alguno, a
explorar los ciclos económicos del siglo XIX. El acento se pone en «los
principios de la economía» (el título de muchos textos básicos), como si la
mayor parte de ellos fueran inmutables. Los economistas se centraron en
levantar modelos matemáticos elegantes. «Durante años los teóricos dominaron el
terreno», escribe el historiador económico Barry Eichengreen, de la Universidad
de California en Berkeley. «Fueron los miembros de mayor prestigio de la
profesión».
La historia es caótica y en cambio permanente, como
recuerda Ferguson. Depende de las instituciones, las tecnologías, las leyes,
los valores culturales y religiosos, los gobiernos, las opiniones generalizadas
y mucho más. La creación de modelos y teorías a veces puede simplificar el
mundo real en sentidos que proporcionan nociones básicas. Pero, con frecuencia,
las premisas de los modelos se alejan de manera tan radical de la realidad que
las conclusiones se vuelven inútiles. Alguien que estudia la historia se vuelve
humilde ante los cambios incesantes y la mezcla caprichosa de incentivos.
Los economistas pensaron haber solucionado el
problema de la estabilidad económica. Sus herramientas bastaban para evitar el
colapso económico extendido, incluso si no podían controlar cada giro del ciclo
económico. Este engaño puede haber sido real hace mucho. Ya no. Los mercados se
volvieron más complejos, mayores sumas cruzan fronteras nacionales, la gente se
acomoda. La historia pasó página, pero los economistas no.
Etiquetas: Economía para curiosos
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