La diplomacia de la paella
(Un artículo de Joan Sella Montserrat publicado en el ABC del 25 de agosto)
¿En qué momento la paella echó a correr por el mundo,
tras
su
infancia en la Albufera valenciana, para convertirse en un emblema de la cocina
española? Cuatro fechas atestiguan su recorrido universal con honores de
pasaporte diplomático: 1867; José de Castro y Serrano, miembro de la Real
Academia Española y curioso gastrónomo, hace constar que en uno de los
restaurantes de la Exposición Universal de París (Expo, diríamos hoy) se servía
«arroz a la valenciana». El autor añade más datos sobre el éxito de aquel
acontecimiento: «media Europa invadía París y la otra media hacía cola.»
Otra fecha clave: 1876; Alfonso XII ofrece, en
solemnes banquetes, «arroz a la valenciana» -con esta denominación consta en
los menús impresos de los ágapes; el término «paella» se popularizaría años más
tarde- al Príncipe de Gales y al Gran Duque de Sajonia. La paella en la mesa
del Rey ennoblece al plato y favorece su divulgación. Hay constancia, a partir
de este momento de que el arroz a la manera de Valencia ocupa lugares de honor
en numerosas celebraciones que tienen lugar a lo largo de la geografía
española, sea para inaugurar un museo, o para que el arma de Artillería rinda
tributo a Santa Bárbara, su patrona.
En 1896, el diplomático Ángel Ganivet incluye en sus
«Cartas finlandesas» la crónica de un viaje a Valencia para comer la «legítima
paella». Dato fundamental que demuestra que el arroz valenciano ya se ha
expandido por un territorio mucho más vasto que el que le vio nacer y ha
sufrido múltiples interpretaciones y mistificaciones. ¿De qué se compondría la
genuina paella que buscaba el diplomático en Valencia? Dionisio Pérez, autor
del primer inventario sistemático de la cocina regional española, sentencia
escuetamente: «anguilas, caracoles y judías verdes».
Al enciclopédico escritor y cronista gastronómico
Néstor Luján esta fórmula le parece excesivamente esquemática y ofrece datos
sobre la presencia del pollo u otras especies volátiles, como patos salvajes de
la Albufera, en los albores del plato. Sea como sea, la paella, a finales del
siglo XIX, inicia su evolución en ambos sentidos. Un personaje de Galdós
presume de haber introducido las almejas en el plato y el ingeniosísimo Julio
Camba se muestra escéptico ante alguien que promueve una paella con chorizo. De
tal
manera
que, por aquellas fechas, Vicente Blasco Ibáñez no tuvo más remedio que
calificar de «gran circo gastronómico» la famosa especialidad de su tierra.
En 1906, la diplomacia y la paella vuelven a
encontrarse. En el marco de la Conferencia Internacional de Algeciras, donde
las potencias europeas discutían agriamente sobre el futuro de Marruecos, el
duque de Almodóvar -jefe de la delegación española- ofreció una paella al aire
libre al resto de los comisionados. A decir de uno de los periodistas
presentes, tras la digestión del arroz, el conflicto se encaminó hacia una
rápida solución. «Un estómago lleno es una sólida garantía para la paz»,
concluyó el cronista. La diplomacia de la paella proseguía su camino.
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