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viernes, noviembre 23

Kurosawa, el samurái que cambió el pincel por la cámara II



(Extraído de un artículo de Alfonso Basallo en el suplemento Dom del 12 de diciembre de 2010)

Pese a su arraigo en la cultura nipona (sobre todo por el teatro kabuki y el subgénero de samuráis), el cine de Kurosawa tiene resonancias universales. Para Caparrós, eso significa que, como otros grandes del séptimo arte (Renoir, Fritz Lang, Welles o Dreyer), Kurosawa trasciende los géneros y sus filmes no son de guerreros, geishas, funcionarios venales o gángsters atormentados, sino de Kurosawa. Hay un género Kurosawa, como hay un género Hitchcock o un género Fellini.

Y aunque sus historias transcurran en el siglo XI o en el Tokio de la posguerra, desbordan las coordenadas temporales porque atañen al hombre de todas las épocas. El director describe a sus criaturas frecuentemente sumidos en conflictos de conciencia, atrapados en la mentira, juguetes de la ambición, inmersos en un ambiente despiadado o trágico. Pero en medio de esa miseria, en ocasiones abrumadora, algunos personajes conservan un ápice de dignidad. Un rasgo aislado pero enternecedor de piedad. Ese claroscuro tan propio de la condición humana les confiere particular intensidad dramática y, al mismo tiempo, les acerca al espectador.

Es el caso de Los siete samuráis que se juegan el tipo y lo pierden por unos campesinos desharrapados, el funcionario desahuciado de Vivir, que se replantea su existencia al borde la muerte o el ciego que, como un juglar errante, cierra el friso trágico de Ran. […] Los cuadros y story-boards de Kurosawa son testigos de la preparación y el rodaje de películas minuciosas, perfeccionistas, en las que estaba cuidado hasta el último detalle.

[…] El ritmo de sus filmes hace añicos el tópico de la lentitud del cine asiático. ¿Lento Kurosawa? Depende. En los momentos de reflexión, Kurosawa es sereno y majestuoso, pero no vacío. Pero en los momentos de acción, puede ser más vertiginoso que Tarantino y Oliver Stone juntos. "Hay muchos Kurosawa" señala Caparrós. Un Kurosawa lírico y paisajista -como en Los sueños- y un Kurosawa frenético, trepidante -como en la catártica batalla final de Los siete samuráis, a base de travellings, relinchos y sangre-, bajo una síntesis magistral de acción y contemplación.

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