De sopa y de sopas
(Parte de un artículo en la revista Casa Magazine de
hace unos meses)
Hace unos días en un restaurante de las islas Baleares
figuraba en la carta un plato con el nombre de sopas mallorquinas, cuyo plural
tradujimos al singular en nuestro imaginario, sin duda urgidos por el deseo y
el gusto. El camarero nos informó de que se trataba de una vianda densa, muy
cuajada, elaborada a base de rebanadas de pan bien empapadas en un caldo con
diversas verduras. Era la hora de la cena, y buscábamos una sopa ligera,
reconfortante, como para calentar el estómago, sin otras pretensiones, y tal
descripción nos disuadió de nuestra intención. En este punto caímos en la
notable diferencia que hay entre sopas y sopa.
Cierto es que, en la
tradicional cocina popular, la(s) sopa(s) ha(n) constituido el plato
único con base en el pan "rebanadas o pellizcos" muy sentado, de
varios días, hasta con frecuencia hacerse mendrugos. El cereal, panificado y
empapado en agua caliente con ingredientes de la huerta "ajo, cebolla,
pimiento tomate" o de fortuna "sofritos y cocidos", ha venido a
ser la base alimenticia de nuestros antepasados. Obsérvense cuántas de estas
elaboraciones tradicionales se expresan con el preciso plural "sopas de
ajo, sopas perotas (propias de Álora), sopas cachorreñas (así
denominadas por el tipo de naranja agria, Juan Cepas: Vocabulario Popular
Malagueño), sopas de gato (las elaboradas con rebanadas de pan cocidas en
agua, aceite crudo y sal...) o las aludidas de Mallorca", el cual es
preferido cuantitativamente al singular. La sopa boba, que dábase a
pobres e indigentes en la puerta de los conventos en la famélica España de
nuestro áureo siglo es, sin duda, una excepción: quizás el imaginario plural
"sopas bobas" resulta disonante y fonéticamente forzado, y de ahí su
expresión en singular; el alimento queda reflejado, por obra de Murillo, en el
espléndido documento pictórico.
La evolución sociológica y culinaria del plato ha
reservado el singular, sopa, para designar al plato caliente con base
líquida en el que la cantidad y variedad de ingredientes mejoran su calidad y
aminoran el protagonismo del pan, incluso su sustitución: sopa de fideos,
sopa de picadillo, sopa de otras pastas, espárragos, marisco... La sabia
lengua popular ha sabido distinguir mediante el uso del singular o el plural
esta cotidiana y sencilla elaboración de nuestra cocina. Así pues, no cabe
confundirse: si hablamos de sopas, el pan, componente principal del
condumio, manda, y por lo tanto da lugar a una vianda densa y trabada, propia
de escasez y de penuria y destinada a saciar la andorga. Si decimos sopa, otros
ingredientes, más ricos y nutritivos, constituyen su esencia y dominan en el
conjunto líquido, más ligero, que caldea y entona el estómago, y en una dieta
variada, constituye sólo el primer plato. Este fenómeno es relativamente
reciente, está vinculado al progreso y muy unido al desarrollo de la cultura
alimentaria. He aquí la diferencia.
Por otra parte, frecuentes expresiones populares utilizan
este término coquinario en el uso de la lengua coloquial con ampliación de
significado. Así: Estar hasta en la sopa, para indicar "que se está
en todas partes", como el plato, que de ordinario, era común en los
hogares. Hecho una sopa, "estar muy mojado", como el pan mismo
en su caldo. Dar sopas con honda, "mostrar una superioridad
abrumadora sobre una persona". En esta expresión, más que ampliación de
significado se muestra un sentido translaticio, habida cuenta de la excepcional
habilidad y destreza que un sujeto ha de poseer para hacer llegar a otro tal
alimento semilíquido con tan elemental instrumento destinado a arrojar piedras.
En lo apuntado queda de manifiesto, una vez más, los préstamos recíprocos entre
la creación culinaria, en este caso, y el uso común de la lengua.
En esta línea, y referido a otras seculares preparaciones
de cocina tradicional, el término gazpacho, en su doble forma singular o
plural, determina dos realidades culinarias que solo tienen en común ser
viandas, pero que en lo demás responden a dos realidades absolutamente
diferenciadas, tanto por sus ingredientes como por el lugar y hábito de su consumo.
El vocablo gazpachos, en plural, lo define Covarrubias, en su Tesoro
de la lengua castellana, de 1611, como “Cierto género de migas que se hace con pan tostado y
aceyte y vinagre, y algunas cosas que les mezclan, con que los polvorizan. Es
comida de segadores y gente grosera”. En cuanto a su origen, Corominas, en su Diccionario
etimológico de la lengua castellana de 1967, lo hace derivar de la raíz caspa,
probablemente prerromana y con significado de “residuos, restos, sobras de
ningún valor... Seguramente el uso en plural, con valor colectivo, tal como
dicen Cervantes y Covarrubias, sería el originario por alusión a los pedacitos
de pan".
Gazpacho, en singular, procede quizás
del árabe hispano, y éste, del griego “cepillo de la iglesia", por alusión
a la diversidad de su contenido, ya que en él se depositaban como limosna
monedas, mendrugos y otros objetos. Es un género de sopa fría que se hace
regularmente con pedazos de pan y con aceite, vinagre, sal, ajo, cebolla y
otros aditamentos (DRAE 22.ª ed., 2001). Habrá que sobreentender, entre otros
aditamentos, el tomate y el pimiento, ya plenamente integradas ambas solanáceas
indianas en la dieta popular, a poco más de medio siglo del descubrimiento de
América.
En su segunda acepción, gazpachos manchegos o galianos
de galiana, “cañada de ganados se refiere a un guiso que hacen los
pastores con diversas carnes de cacería, troceadas y deshuesadas, extendido
sobre un fondo de masa de pan".
En la copiosa literatura de nuestro Siglo de Oro, tan
solo existen tres referencias al binomio gazpacho/ gazpachos. ¿Pero
quién se iba ocupar de una comida de “segadores y gente grosera y rústica”? ¿A
quién se le iba ocurrir recrear un condumio de gañanes, arrieros y pastores? En
singular, y no es casualidad, tienen por escenario Andalucía y en el género de
la novela picaresca donde personajes y relatos con desgarrado realismo muestran
la dramática lucha por la supervivencia cotidiana de la escala inferior de la
sociedad de la época. Concretamente, el escenario es el área sevillana de
Cazalla, Alcalá del Río y la propia capital bética, y por protagonista, Estebanillo
González (Cap.IV): “Comimos al mediodía un gazpacho que me
resfrió las tripas". Ninguna alusión a sus componentes. La inconsistencia
nutritiva da como resultado “que le resfrió las tripas".
Esta otra referencia es mucho más expresiva e incluso
laudatoria con los ingredientes. Se trata del rondeño Vicente Espinel en su Marcos
de Obregón, que tiene por escenario Lucena y Benamejí, camino de Málaga: “Yo cené un mui gentil gazpacho,
que cosa más sabrosa no he visto en mi vida [...], fuera de que el aceite
de aquella tierra y el vino y el vinagre es de lo mejor que hay en toda la
Europa". [Austral, 1972 Descanso dieciséis (sic)]. En plural, sólo aparece
el término en el Quijote, puesto en boca de Sancho: “Más quiero hartarme de gazpachos que estar sujeto a la
miseria de un médico impertinente que me mate de hambre" (2.ª parte,
capítulo LIII). Nada tiene que ver este guiso con el gazpacho andaluz y, sin
duda, es en este sentido en el que el buen Sancho, como manchego, se expresa.
Cabe deducir, a través de las definiciones de los
diccionarios, de las citas literarias y de la propia experiencia que, en
singular, el gazpacho es una sopa fría con todos los ingredientes en crudo, y
en frío se consume, propia de la época estival, particularmente en Andalucía.
En plural, en cambio, consiste en una sopa poderosa, carnal, contundente, que
se ingiere cálida, es propia de pastores y tiene raigambre manchega,
concretamente, la zona este de la provincia de Ciudad Real y la parte de
Albacete que tanto frecuentó Cervantes. Sin embargo, Sancho no debía de conocer
otro guiso con ese nombre que el de su tierra, gazpachos galianos -por
economía del lenguaje, en la actualidad, simplemente galianos-, en tanto
que Espinel, por su lugar de nacimiento, Ronda, y el escenario donde su
protagonista consume esta vianda, Córdoba, así como por el origen del propio Estebanillo,
la Baja Bética, alude, sin duda, al gazpacho andaluz.
Etiquetas: Con las manos en la masa
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