Cheverny: el castillo de Tintín
(Leído en un artículo de Borja Olaizola en el Heraldo de Aragón del 12 de agosto)
Cheverny es una de las principales referencias del
Loira, una comarca que concentra algunas de las más espectaculares
construcciones de Francia. Hay castillos para todos los gustos: medievales, góticos,
renacentistas... Casi todos están además enclavados en medio de jardines que
resultan tanto o más vistosos que las propias edificaciones a las que sirven de
adorno. […]
Cheverny era conocido por la magnificencia de su arquitectura y la
riqueza de su mobiliario, el más suntuoso de todas las edificaciones del Loira.
Desde hace una década, sin embargo, ha pasado a ser a secas el castillo de
Tintín. La alianza de intereses entre los propietarios del palacio, que desde
su construcción ha permanecido en manos de la misma familia, y la Fundación
Hergé propició la apertura en 2001 de una exposición permanente en una de las
dependencias auxiliares.
Es una muestra sencilla que repasa las principales
aventuras del más famoso de los reporteros con constantes guiños a sus
incondicionales. No faltan ni la botella de Loch Lomond, la marca de whisky favorita
de Haddock, ni el submarino con forma de tiburón que el
profesor Tornasol diseña para La expedición que parte en busca de 'El Tesoro de
Rackham el Rojo'. La exposición se detiene de forma especial en aquellos
episodios que transcurren en Moulinsart: hay referencias a la huida de Tintín
del
sótano donde había sido encerrado por Los hermanos Pájaro en 'El Secreto del
Unicornio', al laboratorio de Tornasol en el álbum
que lleva el nombre del profesor -'El Asunto Tornasol'- y a la inefable Bianca
Castafiore, la diva operística que da nombre a la única aventura que transcurre
íntegramente en Moulinsart: 'Las Joyas de la Castafiore’.
La muestra de Tintín, de todas formas, es tan solo una de
las muchas excusas válidas para acercarse a Cheverny. El castillo original tiene
suficientes argumentos para justificar el viaje. Se trata de una edificación de
cinco cuerpos del siglo XVII con mucho de palacio y poco de castillo. La
elegancia de sus líneas, que recuerdan al parisino palacio de Luxemburgo,
resalta aún más por efecto de una fachada cuyas piedras blancas lanzan destellos
cuando son iluminadas por el sol.
El interior tampoco decepciona: las dependencias
albergan todo lo que cabe esperar de un palacio, incluida una habitación
reservada al rey. El abigarrado gran salón podría servir para ilustrar
cualquier tratado de decoración clásica francesa, con muebles de los siglos XVII
y
XVIII.
Contiene entre otras joyas una mesa Luis XVI de Stockerl, ebanista de la reina
María Antonieta, y un retrato de Cosme de
Médicis que es atribuido a Tiziano.
A Cheverny se puede ir también
con la única idea de gozar de la naturaleza. El castillo está rodeado por W1 enorme
parque con árboles que en sí mismo constituyen auténticos monumentos naturales.
Cedros del Líbano con casi dos siglos de antigüedad despliegan sus majestuosas
ramas frente a una pantalla de hayas, robles y ginkgos centenarios que se tiñen
de oro y sangre en los meses otoñales, los más recomendables para una visita.
En Cheverny se caza. En una de las dependencias
anexas al castillo se desperezan casi un centenar de sabuesos fox-hound y
pitevin. Son tales las dimensiones de la finca y la riqueza de su fauna que se organizan
cacerías a la vieja usanza, con perros y caballos. No hay que ir muy lejos para
ver el resultado: en la llamada sala de trofeos se amontonan unas 2.000
cornamentas de ciervos que dan fe de la pasión cinegética de los propietarios. Los
trofeos cubren todas las pareciese incluso el techo-de la habitación. Es tal su
profusión que uno tiene la impresión de hallarse en una de esas pesadillas
etílicas del pobre Haddock. ¡Mil millones de rayos!
Etiquetas: Sitios donde perderse
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