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miércoles, diciembre 5

Una anécdota sobre Diderot



(Extraído de la columna de Martin Ferrand en el XLSemanal del 19 de agosto)

El nombre de Denis Diderot (1713-1784) nos resulta inseparable de la Enciclopedia y justo es que así sea porque Diderot, junto con Jean dAlambert, reunieron para la labor a los mejores intelectuales de la época y crearon una obra, la más trascendente del XVIII, que sirvió de cimiento a la Ilustración europea. Tal fue su fuerza, que el  Vaticano lo incluyó en el Índice Libros Prohibidos.

De lo que se habla menos es del perfil humano de Diderot, uno de los mayores seductores del siglo y un buen aficionado a la buena mesa. Después de un primer matrimonio desafortunado y roto y de numerosos devaneos, su figura -¿su obra?- llamó la atención de Catalina II de Rusia. Andaba económicamente apurado nuestro autor y puso a la venta su biblioteca. Lo supo la emperatriz y pagó por ella 15.000 libras -¡un dineral!-. Además le encargó su conservación por 1000 libras anuales y, aunque Diderot tenía ya 50 años, le adelantó 50 anualidades para desvanecer sus inquietudes. Llamado a San Petersburgo intimó con Catalina la Grande, a la que le divertían la tosquedad social del escritor -era hijo de un navajero-  y su finura intelectual. Esa intimidad llegó a ser, como decía Luis de Sosa, «muy íntima». 

En la mesa, Diderot tenía gustos sencillos, sus años de jesuita le habían acostumbrado a la modestia del refectorio; pero, tras más de 10 años, dejó la tonsura «para hartarme de comer conejo y liebre siempre que me venga a capricho hacerlo».