Moda y crisis
(Extraído de un artículo de Javier Algarra en la revista
Época del 1 de agosto de 2010)
Cuando se impone la falda larga caen
los índices económicos tan abajo como el dobladillo.
[…] Fue en 1926 cuando el economista estadounidense
George Taylor acuñó la teoría de la altura del dobladillo, según la cual,
cuando más cortas son las faldas más boyante es la situación económica global y
cuando bajan por debajo de la rodilla y avanzan hacia los tobillos es un claro
síntoma de recesión. El analista se anticipó al futuro, porque ahora, 80 años
más tarde, podemos comprobar que el paso del tiempo iría ratificando su teoría.
Taylor sí pudo apreciar que en los locos años
veinte, las faldas subieron al tiempo que los índices bursátiles, descubriendo
las piernas femeninas a ritmo de charlestón. Coco Chanel liberó a las mujeres
del encorsetamiento anterior mientras la economía gozaba de libertad y alegría
en los mercados norteamericanos que se beneficiaban de la situación creada tras
finalizar la Primera Guerra Mundial. La diseñadora de azarosa vida, cuyo
auténtico nombre era Gabrielle Bonheur, desterró la moda rococó e implantó
diseños sencillos, de líneas rectas, pero con toques de indiscutible
distinción. Sus maniquíes más destacadas fueron Katharine Hepburn, Gloria
Swanson y Elizabeth Taylor, las reinas del celuloide de los años treinta.
Pero por aquel entonces, el visionario
George Taylor todavía no podía imaginar que un aciago jueves negro de 1929, el
24 de octubre, traería consigo un desplome bursátil de tales proporciones que
no sólo causó la ruina y provocó el suicidio de más de un inversor de Wall
Street, sino que también empujó la caída del dobladillo hasta los tobillos de
manera radical. Durante toda la Gran Depresión, un período de declive económico
en las naciones industrializadas, se mantendría la tendencia de la falda larga
y no sería hasta 1939, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando la
escasez de mercancías, incluidos los suministros textiles, obligaría a reducir
la cantidad de tela utilizada en la confección, con lo que las faldas subieron,
pero sólo hasta la rodilla.
De todos modos, los dobladillos siguieron bajando,
en una tendencia acorde a las estrecheces económicas del momento y no sería
hasta 1947 cuando Christian Dior, al presentar su primera colección llamada
Línea Corola pero conocida en todo el mundo como New Look, rompería con los
oscuros años de posguerra para presentarnos una mujer muy femenina, con faldas
de mucho vuelo, cintura muy ceñida y hombros redondeados. Pero su utilización
generosa de los tejidos volvió a colocar las faldas a la altura de la rodilla.
Tendrían que ser las pin up de los años cincuenta como Marilyn Monroe o
Betty Page quienes, mientras la economía se recuperaba tras la larga recesión y
Hollywood vivía sus días de oro, nos volvieran a mostrar más centímetros de
epidermis con faldas cortas y ajustadas, los vestiditos baby doll
de
vivos colores, las blusas ceñidas, los sujetadores de copa puntiaguda y los
zapatos peep toe que, medio siglo más tarde, han vuelto ahora con
fuerza.
Eran tiempos de bonanza que se prolongarían hasta el
10 de julio de 1964 cuando Mary Quant, en pleno desarrollo económico mundial,
presentó la minifalda, prenda de culto que algunos atribuyen al modisto francés
André Courreges. La imagen de Lesley Hornby, la famosa Twiggy, con sus largas y
huesudas piernas rematadas casi en la ingle con una estrecha franja de tela,
daría la vuelta al planeta imponiendo una moda a la que casi nadie se podría
resistir. Ni siquiera las cotizaciones en bolsa, que no hacían más que subir
como si fueran un dobladillo más, mientras irrumpían en la sociedad el
flower power, el haz el amor y no
la guerra y los peinados afro. Era el espíritu del
swinging London.
Desde sus boutiques de King's Road y Carnaby Street,
Mary Quant popularizaría la imagen de una mujer joven y delgada, con esa
minúscula faldita, botas altas, medias estampadas, pantalones acampanados y
llamativos impermeables de plástico de vivos colores. Sin duda, una moda acorde
con la bonanza financiera.
Pero la historia nos demuestra que la economía, y
también la sociedad, se mueve con cadencia cíclica, con lo que, a mediados de
los setenta, los mercados se desplomaron, debido a los altos precios del petróleo
y la inflación, y las faldas se alargaron hasta los pies, coincidiendo con el nacimiento
de fuertes corrientes feministas y movimientos de liberación de la mujer.
Tiempos oscuros para el lucimiento de las piernas hasta que a mediados de los
ochenta, superada ya la crisis energética mundial y con una mayor sensación de
confianza en los mercados, las nuevas top-models, como Cindy Crawford, Linda
Evangelista o Elle Macpherson, volvieron a imponer faldas cuanto más cortas
mejor.
La nueva recesión sufrida a principios de los
noventa, con su consiguiente crisis inmobiliarla coincidiría con el estilo grunge
de
Kate Moss y las jovencitas de la época, que marcaron un aspecto escuálido y
ligeramente abandonado, conocido también como waif look.
El cambio de milenio, con la burbuja informática ya
estabilizada, con una Europa eufórica por la fortaleza del euro y los mercados
en pleno auge, hizo subir las acciones en bolsa como los dobladillos de las
faldas subían centímetros para mostrar más superficie de piel en las piernas
femeninas.
Todo parecía ir bien
hasta que hace un par de años empezó a sonar la palabra que nadie quería
pronunciar: crisis. Estalla la burbuja inmobiliaria, se hunde el sector de la
construcción, se desboca el paro, se dispara el déficit y los gobiernos se ven
obligados a tomar duras medidas de ajuste. Nadie sabe cuándo empezaremos a ver brotes
verdes, pero la tendencia para este otoño nos trae faldas
largas de look romántico y estilo bohemio, lo cual nos hace presagiar lo peor si
nos creemos la teoría de la minifalda de George Taylor.
Etiquetas: Economía para curiosos
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