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lunes, diciembre 10

Moda y crisis



(Extraído de un artículo de Javier Algarra en la revista Época del 1 de agosto de 2010)
Cuando se impone la falda larga caen los índices económicos tan abajo como el dobladillo.

[…] Fue en 1926 cuando el economista estadounidense George Taylor acuñó la teoría de la altura del dobladillo, según la cual, cuando más cortas son las faldas más boyante es la situación económica global y cuando bajan por debajo de la rodilla y avanzan hacia los tobillos es un claro síntoma de recesión. El analista se anticipó al futuro, porque ahora, 80 años más tarde, podemos comprobar que el paso del tiempo iría ratificando su teoría. 

Taylor sí pudo apreciar que en los locos años veinte, las faldas subieron al tiempo que los índices bursátiles, descubriendo las piernas femeninas a ritmo de charlestón. Coco Chanel liberó a las mujeres del encorsetamiento anterior mientras la economía gozaba de libertad y alegría en los mercados norteamericanos que se beneficiaban de la situación creada tras finalizar la Primera Guerra Mundial. La diseñadora de azarosa vida, cuyo auténtico nombre era Gabrielle Bonheur, desterró la moda rococó e implantó diseños sencillos, de líneas rectas, pero con toques de indiscutible distinción. Sus maniquíes más destacadas fueron Katharine Hepburn, Gloria Swanson y Elizabeth Taylor, las reinas del celuloide de los años treinta. 

Pero por aquel entonces, el visionario George Taylor todavía no podía imaginar que un aciago jueves negro de 1929, el 24 de octubre, traería consigo un desplome bursátil de tales proporciones que no sólo causó la ruina y provocó el suicidio de más de un inversor de Wall Street, sino que también empujó la caída del dobladillo hasta los tobillos de manera radical. Durante toda la Gran Depresión, un período de declive económico en las naciones industrializadas, se mantendría la tendencia de la falda larga y no sería hasta 1939, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando la escasez de mercancías, incluidos los suministros textiles, obligaría a reducir la cantidad de tela utilizada en la confección, con lo que las faldas subieron, pero sólo hasta la rodilla.

De todos modos, los dobladillos siguieron bajando, en una tendencia acorde a las estrecheces económicas del momento y no sería hasta 1947 cuando Christian Dior, al presentar su primera colección llamada Línea Corola pero conocida en todo el mundo como New Look, rompería con los oscuros años de posguerra para presentarnos una mujer muy femenina, con faldas de mucho vuelo, cintura muy ceñida y hombros redondeados. Pero su utilización generosa de los tejidos volvió a colocar las faldas a la altura de la rodilla. Tendrían que ser las pin up de los años cincuenta como Marilyn Monroe o Betty Page quienes, mientras la economía se recuperaba tras la larga recesión y Hollywood vivía sus días de oro, nos volvieran a mostrar más centímetros de epidermis con faldas cortas y ajustadas, los vestiditos baby doll de vivos colores, las blusas ceñidas, los sujetadores de copa puntiaguda y los zapatos peep toe que, medio siglo más tarde, han vuelto ahora con fuerza.
Eran tiempos de bonanza que se prolongarían hasta el 10 de julio de 1964 cuando Mary Quant, en pleno desarrollo económico mundial, presentó la minifalda, prenda de culto que algunos atribuyen al modisto francés André Courreges. La imagen de Lesley Hornby, la famosa Twiggy, con sus largas y huesudas piernas rematadas casi en la ingle con una estrecha franja de tela, daría la vuelta al planeta imponiendo una moda a la que casi nadie se podría resistir. Ni siquiera las cotizaciones en bolsa, que no hacían más que subir como si fueran un dobladillo más, mientras irrumpían en la sociedad el flower power, el haz el amor y no la guerra y los peinados afro. Era el espíritu del swinging London.

Desde sus boutiques de King's Road y Carnaby Street, Mary Quant popularizaría la imagen de una mujer joven y delgada, con esa minúscula faldita, botas altas, medias estampadas, pantalones acampanados y llamativos impermeables de plástico de vivos colores. Sin duda, una moda acorde con la bonanza financiera.

Pero la historia nos demuestra que la economía, y también la sociedad, se mueve con cadencia cíclica, con lo que, a mediados de los setenta, los mercados se desplomaron, debido a los altos precios del petróleo y la inflación, y las faldas se alargaron hasta los pies, coincidiendo con el nacimiento de fuertes corrientes feministas y movimientos de liberación de la mujer. Tiempos oscuros para el lucimiento de las piernas hasta que a mediados de los ochenta, superada ya la crisis energética mundial y con una mayor sensación de confianza en los mercados, las nuevas top-models, como Cindy Crawford, Linda Evangelista o Elle Macpherson, volvieron a imponer faldas cuanto más cortas mejor.

La nueva recesión sufrida a principios de los noventa, con su consiguiente crisis inmobiliarla coincidiría con el estilo grunge de Kate Moss y las jovencitas de la época, que marcaron un aspecto escuálido y ligeramente abandonado, conocido también como waif look.

El cambio de milenio, con la burbuja informática ya estabilizada, con una Europa eufórica por la fortaleza del euro y los mercados en pleno auge, hizo subir las acciones en bolsa como los dobladillos de las faldas subían centímetros para mostrar más superficie de piel en las piernas femeninas.

Todo parecía ir bien hasta que hace un par de años empezó a sonar la palabra que nadie quería pronunciar: crisis. Estalla la burbuja inmobiliaria, se hunde el sector de la construcción, se desboca el paro, se dispara el déficit y los gobiernos se ven obligados a tomar duras medidas de ajuste. Nadie sabe cuándo empezaremos a ver brotes verdes, pero la tendencia para este otoño nos trae faldas largas de look romántico y estilo bohemio, lo cual nos hace presagiar lo peor si nos creemos la teoría de la minifalda de George Taylor.

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