El club de los genios: 350 años de la Royal Society
(Un artículo de Carlos
Manuel Sánchez en el XLSemanal del 18 de abril de 2010)
Newton, Darwin, Fleming, Volta, Hawking ... Todos
ellos han formado parte de esta institución científica, la más prestigiosa del
mundo: en la actualidad, 74 de sus 1.400 miembros son premios Nobel. Sus logros:
la penicilina, la fotografía, la primera transfusión de sangre o la descripción
del ADN. Unos 250.000 manuscritos de genialidades.
Los tímpanos de John Haldane
(1892-1964) reventaron unas cuantas veces a lo largo de su vida. Nacido y
educado en Oxford, hijo de científicos y descendiente de aristócratas, fue un
bioquímico con un gusto por la experimentación que rozaba la chaladura y el
desprecio a la propia vida. Sus investigaciones sobre gases las realizó usando
sus pulmones como tubo de ensayo. Fabricó una cámara hiperbárica casera en la
que se metía para estudiar los efectos de la descompresión. Una vez le dieron
convulsiones tan violentas que se rompió varias vértebras, pero el buceo
moderno sería imposible sin las tablas que diseñó. Siempre al límite, la perforación
de tímpanos era un gaje del oficio. «La membrana se suele curar en pocos meses,
y si aún queda un agujero, aunque te quedes algo sordo, cuando fumas puedes
expeler el humo por la oreja en cuestión, una hazaña que causa sensación en las
reuniones.» Conejillo de Indias vocacional, sus estudios sobre el mal de altura
han salvado la vida de miles de alpinistas. Durante la Primera Guerra Mundial
se paseó por las trincheras para catar los gases que utilizaban los alemanes.
«Noté cómo el hígado me empezaba a burbujear. Era cloruro de amonio.» Casi no
lo cuenta, pero así diseñó la primera máscara antigás.
John Haldane fue uno de
los 8.200 miembros que ha tenido la Royal Society en sus 350 años de historia y
simboliza como nadie el espíritu de la institución científica más prestigiosa
del mundo: el afán por experimentar, la curiosidad sin límites y un punto de
excentricidad muy británico. Todo empezó una brumosa tarde de noviembre de 1660
en el Gresham College de Londres, donde una docena de científicos se reunieron
para escuchar la conferencia de un joven astrónomo. Eran seguidores de Sir
Francis Bacon, un filósofo que proponía que el conocimiento sólo se alcanza
mediante ensayos y errores. A la verdad se llega equivocándose en la dirección
correcta. Les pareció buena idea fundar un club y reunirse semanalmente para
discutir ideas y describir los experimentos en los que trabajaban. El monarca
Carlos II les dio carta real. Su lema, una máxima latina: «Nullius in verba», 'No hay que dar nada por sentado'. Aquellos
venerables descreídos, no obstante, desterraron el latín como lingua franca del saber. Desde entonces será
el inglés; sin florituras retóricas, llano y sencillo. Y lo más importante, establecieron
la revisión por pares, la piedra angular de la ciencia moderna. Una suma de
esfuerzos en la que cada avance es publicado, compartido y revisado por la
comunidad científica.
La nómina de la Royal Society abruma. Desde Isaac
Newton, presidente en 1703, que sentó las bases de la física, hasta Stephen
Hawking, sus doctos socios han iluminado cada paso de la humanidad en su
aspiración por comprender el universo. Darwin, Fleming, Faraday, Rutherford,
Halley, Volta, Watt, Locke, Maxwell... Apellidos que son el quién es quién de
todos los ámbitos de la ciencia en los últimos 350 años. En la actualidad, 74
de sus 1.400 miembros vivos son premios Nobel. «En la práctica, la Royal Society actúa como una empresa con
1.400 directores que identifican las áreas claves para futuras investigaciones»,
explica Stephen Cox, su gerente. Concede becas anuales a 3.000 científicos de
todo el mundo. La invención de la penicilina, la primera transfusión de sangre,
la fotografía, la pila eléctrica, el reloj de bolsillo, el electromagnetismo,
la selección natural, la demostración de la relatividad, la teoría de cuerdas,
los agujeros negros, las leyes de la termodinámica, la descripción del ADN o la
humilde aspirina son algunas de las genialidades documentadas en los 250.000 manuscritos
que hay en sus archivos, situados en el sótano de su victoriana sede en Carlton House Terrace y ya digitalizados
y colgados en la Red.
Entre las curiosidades que
se pueden consultar en línea, las memorias de William Stukeley, amigo de Isaac Newton.
Cuenta que éste era capaz de leer y montar a caballo al mismo tiempo: en una
mano, un libro; en la otra, las riendas. Su relato sobre la caída de la famosa
manzana que inspiró las leyes de la gravedad demuestra que Newton disfrutaba
tanto contando la anécdota y la pulió de tal modo que, en la versión que ha
quedado para la historia, la manzana rebota graciosamente en su cabeza, cuando
la realidad fue menos rocambolesca. Tampoco tiene desperdicio el hallazgo de
uno de los socios fundadores, Christopher Merret, que experimen tanda sobre la
fermentación del vino se percató de la «agradable efervescencia» del brebaje
resultante. Había inventado, sin proponérselo, el champán.
Y es que la casualidad
también forma parte del progreso. El reverendo Thomas Bayes era un predicador
mediocre, pero un matemático soberbio. Diseñó una compleja ecuación que no
tenía ninguna utilidad práctica en el siglo XVIII, mero pasatiempo que ni se
molestó en publicar, pero a su muerte un amigo la envió a la Royal Society... por si las moscas. El
modesto ensayo sobre la teoría de probabilidades apareció en 1763 y durmió el
sueño de los justos durante 250 años. Hoy, el teorema de Bayes es utilizado en
modelos informáticos sobre el cambio climático, pronósticos del tiempo, astrofísica,
datación de fechas por radio carbono, análisis bursátil y proyecciones de
encuestas.
Tampoco se le puede
negar el olfato al comité de selección de miembros. Cuenta Bill Bryson, autor
de Seeing further: the story of science & the Royal Society
-una historia institucional […] publicada por HarperCollins-, que el astrónomo
Edmund Halley fue admitido antes de terminar su licenciatura en Oxford; Charles
Darwin, cuando aún no se conocían sus investigaciones sobre la evolución; y
William Henry Fax Talbot, dos años antes de inventar la fotografía. La Royal Society también se ha distinguido
por ser una fraternidad cosmopolita y poco clasista. Cierto es que el pedigrí
académico o social no es un lastre, pero el caso del holandés Antoni van Leeuwenhoek,
un óptico y naturalista autodidacta al que se publicó 200 ensayos y dibujos
sobre vida microscópica, ilustra que esta sociedad no es esnob ni chovinista. Leeuwenhoek
no sabía inglés ni latín, ni siquiera holandés culto. Escribía sobre sus experimentos
como buenamente podía en la jerga callejera del sur de los Países Bajos, donde
se ganaba la vida vendiendo paños.
Machista sí fue este
selecto club: las mujeres han entrado con cuentagotas. Caroline Herschel (1750-1848)
fue la primera fémina que recibió un salario por un trabajo científico, 50
libras anuales como astrónoma real. Descubrió ocho cometas y 14 nebulosas, pero
eso no le bastó para ser admitida. La física Hertha Ayrton fue la primera
nominada (1854-1923), pero su candidatura acabó siendo rechazada por una razón peregrina:
estaba casada.
Dudar de todo, no
conformarse con las verdades establecidas, comprobar sin descanso... A veces,
estas pautas se cumplen tan a rajatabla que conducen a situaciones cómicas,
como la visita de Daines Barrington al hogar de Mozart en 1769, cuando el
músico apenas tenía ocho años. El naturalista cruzó media Europa y lo sometió a
una batería de exámenes físicos mientras Mozart tocaba el clavicordio.
Barrington volvió a Londres muy satisfecho. «No es un enano, como sospechaban
algunos, sino un genio precoz que toca como los ángeles, a pesar de que sus
deditos apenas llegan a una quinta parte del teclado y que, juguetón, deja la
interpretación a medias y se baja del taburete para perseguir a su gato», expuso
con toda solemnidad. Otras veces, el experimento exige la aceptación de riesgos
temerarios. Benjamín Franklin, empeñado en demostrar que los rayos no eran
fuerzas sobrenaturales, salió al campo en plena tormenta con una cometa
amarrada a un cordel metálico. Milagrosamente, sobrevivió al calambrazo del
«fuego eléctrico».
Lord Martin Rees es el
actual presidente. Un astrónomo con alma de profeta y cierto gusto por la
provocación elegante. Ha apostado un buen puñado de libras esterlinas a que
antes de 2020 un ataque bioterrorista o un error humano provocará al menos un millón
de víctimas. «En la época de la fundación de la Royal Society, los científicos eran diletantes, simples
aficionados, a excepción de los astrónomos y quizá de los médicos. Y, de estos
dos, probablemente los astrónomos son los únicos que hacían más bien que mal», bromea.
«Pero a todos ellos les motivaba por encima de cualquier cosa, la curiosidad.
La ciencia es una búsqueda constante. Isaac Newton dijo que si él vio más
lejos, fue porque se apoyó en los hombros de gigantes. Esta sencilla declaración
recoge la esencia del trabajo científico.»
Tan brillante y
excéntrico como sus predecesores, Lord Rees está convencido de que existe vida
extraterrestre. «Los alienígenas podrían estar delante de nuestras narices y no
reconocerlos. El problema es que buscamos algo que se nos parezca, y tenemos
muy interiorizado que no sólo su apariencia es similar a la nuestra, sino que
sus matemáticas y su tecnología también lo son. Pero puede haber vida ahí
fuera bajo formas que no podemos concebir. Igual que los monos no entienden la
física cuántica, los extraterrestres podrían manejar aspectos de la realidad
que van más allá de la capacidad de comprensión de nuestros cerebros.» Si
alguna vez se descubre vida alienígena, seguramente alguien de la Royal
Society, imbuido por el espíritu de Daines Barrington, cruzará medio universo
en su nave espacial para comprobar que, efectivamente, no son enanos tocando el
clavicordio.
++
La penicilina y el hongo: El bien y el mal
La ciencia tiene un anverso luminoso y un reverso oscuro, que simbolizan lo mejor y lo peor del ser humano. [...] Alexander Fleming, altruista, no patentó su descubrimiento para que los antibióticos llegasen
a todo el mundo. El reverso: los ensayos de la bomba atómica en 1945, antes de las masacres de Hiroshima y Nagasaki.
a todo el mundo. El reverso: los ensayos de la bomba atómica en 1945, antes de las masacres de Hiroshima y Nagasaki.
Isaac Newton, La máscara del gigante
Este científico descubrió que la luz está compuesta por una suma de colores cuando un rayo de sol atravesó la ventana de su estudio. Su descripción de este experimento (1671) es una de las más antiguas que se conservan en la Royal Society, donde también se guarda su máscara. En una reciente encuesta entre los más importantes científicos, la influencia de este gigante se considera mayor incluso que la de Einstein.
Robert Boyle, La primera transfusión
En 1667, un estudiante llamado Arthur Coga fue convencido por dos miembros de la Royal Society para recibir una transfusión de sangre de oveja. Un año antes se había descrito la primera transfusión entre dos perros, inspirada en las teorías del químico y alquimista Robert Boyle. Milagrosamente, Coga sobrevivió al experimento. «El paciente está contento, incluso ha bebido un licor y fumado una pipa», anotó un testigo.
Alessandro Volta. Y duran, y duran...
El físico italiano informó en 1800 a la Royal Society de sus ensayos con discos de plata y cinc sumergidos en agua salada. Cuando Volta tocó los extremos, recibíó una descarga. Desmentía así a su amigo Luigi Galvani, que defendía que sólo el contacto de dos metales con el músculo de una rana originaba una corriente; zanjaba así la polémica entre partidarios de la electricidad animal y la metálica y, de paso, inventaba la pila.
El físico italiano informó en 1800 a la Royal Society de sus ensayos con discos de plata y cinc sumergidos en agua salada. Cuando Volta tocó los extremos, recibíó una descarga. Desmentía así a su amigo Luigi Galvani, que defendía que sólo el contacto de dos metales con el músculo de una rana originaba una corriente; zanjaba así la polémica entre partidarios de la electricidad animal y la metálica y, de paso, inventaba la pila.
James Cook. Los limones del capitán
Tras su viaje de tres años a bordo del HMS Resolution, el capitán James Cook, que documentó por primera vez el Pacífico, escribió una misiva a la Royal Society, fechada en 1776, en la que daba cuenta de cómo había librado a su tripulación de enfermar de escorbuto (avitaminosis producida por la deficiencia de vitamina C) incluyendo en la dieta cítricos y col agria. «Un marinero murió de una dolencia desconocida, dos se ahogaron y otro falleció de una caída. El resto sobrevivió».
Tras su viaje de tres años a bordo del HMS Resolution, el capitán James Cook, que documentó por primera vez el Pacífico, escribió una misiva a la Royal Society, fechada en 1776, en la que daba cuenta de cómo había librado a su tripulación de enfermar de escorbuto (avitaminosis producida por la deficiencia de vitamina C) incluyendo en la dieta cítricos y col agria. «Un marinero murió de una dolencia desconocida, dos se ahogaron y otro falleció de una caída. El resto sobrevivió».
Etiquetas: Grandes personajes
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