(Un artículo leído en
el Consumer Eroski de febrero de 2009)
La luz de 187 faros
ilumina parte de los 7.889 kilómetros de las costas españolas. En el listado se
encuentra la Torre de Hércules, el faro más antiguo del mundo en
funcionamiento. Y es que a pesar de las nuevas tecnologías, la comunicación vía
satélite y los radares, las señales luminosas emitidas desde puntos estratégicos
del litoral conservan su valor. Un barco acercándose a la costa siempre buscará
las dos luces parpadeantes, si no son tres, que limitan la tierra y el mar. Los
torreros, ahora reconocidos como técnicos mecánicos de señales marítimas, se
ocupan de que nunca se apaguen. El cambio de nombre evidencia la pérdida del
halo de romanticismo de un oficio que inspira soledad, imagina tormentas y
desvelos nocturnos. Pero igual que persiste el faro, los fareros siguen siendo
los responsables últimos de que la señal se reciba a partir de las doce millas
de la costa.
1.- La señal
Cuando un barco navega en la noche paralelo al litoral nunca
deja de ver dos luces que se relevan para lanzar un mensaje al navegante. Su
significado puede identificarse con facilidad y es posible determinar de qué
construcción concreta se trata consultando los libros de Derroteros o libros de
Faros elaborados a partir de 1842, año en que se creó la Comisión Permanente de
Faros y comenzó a organizarse de manera protocolaria el alumbrado marítimo. En
la actualidad lo rige la Comisión de Faros fundada en 1996, que integra a los
representantes de las diversas organizaciones autonómicas y locales gestoras de
la señalización marítima.
Los primeros faros
debían ser atendidos por personal expresamente destinado a la señal. Por ello
no son sólo una torre, sino que albergan viviendas. El estilo responde a la
época en la que construyeron pero siempre se suceden cubiertas planas, fachadas
dotadas de acusados zócalos, pronunciadas cornisas y una torre de planta
circular rematada por el torreón sustentador de la linterna. Estos hogares
verticales acogen las dependencias familiares, el taller, los almacenes de
iluminantes, repuestos y centrales energéticas. Una escalera metálica de caracol
abre el acceso a la cámara de iluminación, es decir, a la cubierta que aloja la
instalación luminosa y la óptica. A ella se llega también desde el exterior,
puesto que es imprescindible para limpiar los cristales de la linterna.
El faro es símbolo
de cercanía y seguridad, y es el torrero quien le dota de ese significado. No
hace mucho tiempo, cada noche o en días de tormentas, todos los fareros debían
estar en el faro, incluso las provisiones llegaban por medio de un abastecedor
oficial, lo que evitaba causas de abandono. Aunque en condiciones diferentes,
en la actualidad 43 fareros habitan las atalayas. Este número, que se vio
drásticamente disminuido con los avances tecnológicos que hicieron innecesaria
la presencia del vigilante, ha aumentado en los últimos años. Además de ofrecer
una vivienda -la mejora de carreteras y vehículos ha acercado el faro a la
población-, se evitan los problemas estructurales que genera la ausencia de
personal. Por una parte, se abandonaba una infraestructura sometida a
condiciones ambientales muy agresivas que precisaba de permanente cuidado para
paliar su deterioro. Por otra, los edificios quedaban expuestos a efectos del
vandalismo. Por eso, en todo el mundo se está promocionando el regreso del farero.
En la antigüedad
fueron hogueras a la intemperie, después se protegieron y se les dotó de
superficies reflectoras, y por último se construyó un edificio que albergaba
tanto a la señal como al responsable de prender el carbón o la leña. Al final,
se inventó la lámpara. Al principio se alimentó de aceite, después de petróleo
y luego de gas. Hoy, todo el sistema está automatizado con equipos de
alimentación fotovoltaica e híbridos, solar y eólica, que iluminan lámparas de
diodos de luz (leds) de bajo consumo pero igual intensidad. Los sistemas
ópticos, el mecanismo que amplifica la luz, también se han sofisticado. En los
orígenes se colocaba detrás de la llama un espejo parabólico que concentraba la
luz y se dotaba de giro a la óptica. En estos momentos se utilizan ópticas
acrílicas y flotadores de mercurio para potenciar la luz y regular la
velocidad.
Los faros marcan el
horizonte terrestre pero su función original, la que hoy se mantiene, es
señalar la entrada a los puertos. Su luz se suma a lo que se conoce como
señales marítimas. Estas ayudas luminosas incluyen las balizas, las luces de
puerto, las enfilaciones, las luces de sectores, las boyas y los buques-faro.
Cuando un barco comienza la maniobra de atraque espera entre balizas la llegada
del práctico y de los remolcadores. El técnico es el encargado de conducir el
buque al puerto, guiándose de su experiencia y de las luces que señalan el
camino. El farero es quien sabe que las luces están dispuestas. Los centinelas
del mar funcionan.
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