La evolución en diez destinos turísticos I
(Un reportaje de Mario
García Bartual en la revista Quo de agosto de 2012)
El gran genetista
Theodosius Dobzhansky dijo que en biología nada tiene sentido si no es a la luz
de la evolución. Cualquier paraje que visitemos está impregnado por el drama inherente
a la supervivencia, la adaptación al medio y la selección natural. Esta es la
idea que inspira el turismo evolutivo o evoturismo, término acuñado
recientemente por la revista científica Smithsonian.
Una invitación para que los amantes de las ciencias naturales más aventureros
exploren lugares clave en la dinámica evolutiva de las especies. […]
1.- Costa jurásica, un monumento a la extinción
Este extenso lugar,
localizado en la costa meridional de Inglaterra, está constituido por
acantilados de los periodos Triásico, Jurásico y Cretácico que documentan nada
menos que 185 millones de años de historia terrestre. A lo largo de sus 153 km
de longitud, destaca el hermoso arco natural de Durdle Door, aunque su verdadero
sabor evoturístico proviene de un acantilado jurásico denominado Black Ven,
cercano al pueblo de Lyme Regis. Entre sus empinadas laderas, una intrépida
muchacha llamada Mary Anning pasó interminables horas buscando fósiles que
luego vendía para poder alimentar a su familia.
Uno de sus hallazgos más
notables tuvo lugar en 1811, cuando, tras varios días de picar en las rocas,
extrajo el esqueleto de una extraña criatura. Parecía un cocodrilo con forma de
pez; nadie había visto nunca algo parecido. El conservador del Museo Británico,
Charles Konig, denominó a la criatura Ichthyosaurus (pez-lagarto), en
referencia a su curiosa mezcla de características. Luego, se supo que los ictiosauros
eran un importante grupo extinto de reptiles marinos del Mesozoico o era
secundaria, con múltiples géneros altamente especializados. En diciembre de
1823, Mary también encontró el esqueleto casi entero de otra portentosa
criatura fosilizada a los pies del Black Ven. Parecía un reptil de cráneo
pequeño, cuello alargado y un cuerpo parecido al de una tortuga. Los
paleontólogos William Conybeare y Henry de La Beche lo bautizaron como Plesiosaurús
(cercano al lagarto). Esta criatura marina del Mesozoico tenía las extremidades
en forma de aleta rígida y las empleaba para nadar de forma muy vigorosa. Los
buscadores aficionados de fósiles todavía siguen obteniendo ejemplares en la
Costa Jurásica, proclamada Patrimonio de la Humanidad en 2001. Cualquiera puede
recoger fósiles desprendidos de las rocas, aunque para prospectar y excavar en
los acantilados es necesario un permiso del centro patrimonial de la localidad.
Ha de tenerse cuidado con el horario de mareas, pues no es infrecuente que la
subida del agua atrape a algún coleccionista despistado. También hay que estar
atento a los desprendimientos (el casco es necesario para protegerse de la
lluvia incesante de escombros). www.jurasiccoast.com
2.- Isla Royale: depredadores y presas
Este parque nacional
estadounidense, situado en el noroeste del lago Superior del estado de
Míchigan, está compuesto por una isla principal, de 72 km de longitud y 14 de
ancho, y unas 450 islas menores que la rodean. No alberga poblados o
asentamientos humanos permanentes, aunque se autoriza la estancia de algunos
residentes por razones históricas y antecedentes familiares. No hay carreteras
y no se permiten vehículos motorizados, a excepción de los todoterrenos que emplean
los biólogos. Este feliz conjunto de factores hace del parque un territorio salvaje
en el que es posible contemplar la dinámica de la naturaleza sin intervención humana.
Es conocido en toda la comunidad científica por la especial coevolución de dos
especies, el lobo y el alce; y por su relación depredador-presa.
Todo empezó a principios
de 1900, cuando algunos alces llegaron nadando desde Minnesota y encontraron el
paraíso soñado de todo herbívoro: enormes cantidades de alimento vegetal y
ningún enemigo. El gozoso edén duró 50 años, lo que propició un gran incremento
en la población de estos ungulados. Así fue hasta 1949, con un invierno muy
riguroso que forzó a una pareja de lobos a buscar comida lejos de su
territorio. Cruzaron un puente de hielo que llevaba desde Ontario hasta la isla
y allí se asentaron. Sin humanos y todo un territorio lleno de carne de alce,
los lobos se convirtieron en los depredadores dominantes.
En 1958, los biólogos
acudieron a la isla para observar el curso natural de los acontecimientos, lo que
dio inicio al estudio más prolongado del mundo sobre las relaciones entre un
depredador y su presa. Uno de los hallazgos más importantes es que dicha
interacción dista mucho de mantener el equilibrio ideal, que, según calculan
los científicos, sería de unos 25 lobos por cada 1.500 alces. La verdadera
dinámica nunca se ha acercado a esta cifra: el número de lobos ha fluctuado
entre 12 y 50; y el de alces, entre 385 y 2.422. Factores como los recursos vegetales,
el clima y las enfermedades afectan profundamente a ambas poblaciones.
Por ejemplo, desde el
pico de 50 cánidos alcanzado en 1980, la población descendió a 14 dos años más tarde
debido a una enfermedad contagiosa. Saltándose las normas del parque, un visitante
había llevado a la isla un perro afectado de parvovirosis canina que se
extendió entre los lobos como la pólvora. Como consecuencia, el número de alces
aumentó hasta un máximo de 2.422 en 1995, mientras la población de lobos se iba
recuperando. Pero los buenos tiempos para los cérvidos se acabaron con el crudo
invierno de 1995-1996, que provocó la muerte de más de la mitad por inanición. Al
respecto, se han escrito dos libros de título casi idéntico. El primero. The Wolves of Isle Royale, de Lucyan
David Mech, fue publicado en 1966 por el Departamento del Interior estadounidense.
Por su parte, Roy Peterson, que estudia los ecosistemas del parque desde 1970,
dio a conocer nuevos datos en The Wolves
of Isle Royale: A Broken Balance,
reeditado en 2007. Para Peterson, el problema que más afecta a la población
lobuna es su marcada endogamia. Como consecuencia, se han observado altas
incidencias de malformaciones en la espina dorsal. La llegada de un nuevo macho
alfa en 2010 genera buenas esperanzas y, tal vez, mejore el acervo genético.
Abierto de abril a octubre. Salen ferries
hacia allí desde Grand Portage (Minnesota) o Copper Harbour y Houghton
(Michigan).
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