Semana Santa en Aragón: el estruendo del dolor
(Un texto de Ana Esteban en el Heraldo de Aragón del 28 de marzo de 2010)
El sonido de los tambores y los bombos traspasó hace unos
años las fronteras del Bajo Aragón y se ha convertido en la seña de identidad
de la Semana Santa aragonesa, pero no son los únicos instrumentos que suenan
estos días.
La Semana Santa aragonesa suena a tambores, bombos y
timbales. Sonidos fuertes y atronadores que surgieron en el Bajo Aragón y que con
el paso de los años se han convertido en la seña de identidad de las tres
provincias. Acordes a los que se unirán los timbales, cometas, matracas,
carracas e incluso gaitas, que estos días tocarán miles de cofrades.
Son sonidos, sobre todo el de los instrumentos de percusión,
que los antropólogos identifican con esos antiguos ritos primitivos
primaverales, con los que el pueblo intentaba despertar a las naturalezas muertas
durante el invierno. Para conseguirlo empleaban cualquier instrumento que les
permitiera hacer ruido.
En algunos casos se llegaron a emplear incluso maderos
colocados en el interior de las iglesias, como en Samper de Calanda. ''Aquí los
fieles golpeaban la pieza rítmicamente para producir ruido de una forma
estruendosa y también barata porque no todo el mundo podía permitirse tener un
tambor", apunta Miguel Franco, ex presidente de la Ruta del Tambor y el
Bombo del Bajo Aragón.
El ruido es protagonista indiscutible de toda la Semana
Santa, algo impensable en otros tiempos, cuando el silencio era obligado
después del Viernes Santo y hasta el Domingo de Resurrección. Ahora, debido a
la gran cantidad de cofradías que existen, todos los días salen a la calle
procesiones con piquetes y, en algunos casos, bandas.
''Acalladas las campanas del Jueves Santo al Sábado Santo,
el ruido se hace presente en muchos momentos de la Semana Santa. El hombre se
siente solo, sin Cristo ya muerto y su forma de ponerse en comunicación con las
fuerza superiores es mediante cualquier tipo de ruido: lanzas, martillos,
matracas o tambores", explica el historiador Alfonso García de Paso.
Seguramente la percusión debió estar ligada desde siempre a
estas peculiares fiestas de primavera, que en el mundo cristiano adquieren la
forma de la Semana Santa.
Esta teoría ha sido rebatida en numerosas ocasiones, al
igual que ocurre con el origen de los tambores, que nadie se atreve a fechar en
un momento concreto. Algunos estudiosos aseguran que los bombos del Bajo Aragón
ya acompañaban a las procesiones desde el siglo XVII, por iniciativa de un cuaresmero
de Alcañiz, fray Mateo Prestel. Fue él quien sugirió en 1678 que la procesión
de viernes Santo fuera acompañada por tambores, que era la forma usada en aquella
época para anunciar a los reos a muerte cuando eran conducidos al patíbulo.
Estos sonidos se extendieron y traspasaron los límites comarcales. Así, en 1940
llegaron a Zaragoza de la mano de la cofradía de las Siete Palabras y en Huesca
hicieron su irrupción hace aproximadamente veinte años.
"La gente piensa que los tambores llevan con nosotros
toda la vida, pero no siempre fue así. Antes hubo otros muchos acompañamientos
musicales que ahora estamos intentando recuperar, como las bandas de música.
Estas formaciones jugaron un papel muy destacado hace años, aunque ahora cuando
la gente las ve en la calle piensa que son un producto importado de
Andalucía", apunta Ricardo Navarro, presidente de la Asociación para el
Estudio de la Semana Santa.
Según los primeros textos documentados, los ministriles
fueron los pioneros en el acompañamiento de las procesiones, allá por el siglo
XVI. Después, en la segunda mitad del XIX se generalizaron las bandas de música
de origen militar, que iban detrás del paso, marcando el ritmo de los cofrades,
sobre todo en el Santo Entierro.
Durante el resto del siglo coexistieron con las bandas de
cornetas y tambores que se popularizaron a mediados del XX. Hoy, estos
instrumentos se han extendido por pueblos y ciudades gracias a la presencia de
piquetes compuestos por cofrades que ensayan varios meses antes para que nada
falle en estos días tan especiales.
"En Aragón, la mayoría de cofradías son de ruido y muy
pocas de silencio, porque la gente joven que se apunta prefiere tocar un
instrumento que procesionar callados detrás de un paso", señala José
Miguel Monteagudo, delegado de instrumentos de la Junta Coordinadora.
En otros lugares, como en Huesca, están intentando
recuperar sonidos que se habían perdido. Es el caso de las dulzainas y gaitas
que el año pasado tocaron en la cofradía de El Prendimiento o los ministriles
que marcan el paso de La Oración en el Huerto.
Etiquetas: Sin ir muy lejos, Tradiciones varias
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