Barcelona literaria
(Un texto leído en la
revista Paisajes desde el tren, pero no sé quien lo escribió ni cuando se
publicó)
Libros y rosas son
dueños de la calle por un día. Hay que salir y pasear entre puestos, hojear,
oler el perfume de las rosas, dejarse llevar sin prisas aunque ríos de gente
intenten lo contrario. El 23 de abril, fiesta de San Jordi, es uno de los días
más bonitos para estar en Barcelona con una recién estrenada primavera y con la
literatura y el amor respirando en cada esquina. Solo una ciudad como ésta
podía inventarse una fiesta así. No es de extrañar. En la historia de la ciudad
y en todas sus épocas, el libro ha ocupado un lugar especial, y ya desde el
siglo X hay constancia de su consumo. Los condes de Barcelona impulsaron los
Juegos Florales, certamen literario que,
a partir de 1393, se celebraba en el salón de Cent del Ayuntamiento. Y Joan I, por
su parte, acogió a escritores como Bernat Metge (1340 -1413), quien, tras ir a
la cárcel por un asunto económico, escribió allí su obra maestra, 'Lo somni'
('El sueño').
De esa Barcelona habla Ildefonso
Falcones en su libro 'La catedral del mar' (Grijalbo, 2006). Es la del esplendor
gótico, la del triunfo de los mercaderes y banqueros que alzaron sus palacios
en lo que hoyes el barrio de La Ribera. La calle Monteada, que lleva el nombre de
una saga familiar de magnates, era el eje central, y en uno de esos palacios
vivió Arnau, el personaje de la novela. En esta zona, los nombres de las calles
recuerdan a los de los gremios. Desde la calle Monteada se llega al paseo del
Born, una plaza rectangular que acogió torneos en la época medieval. Allí está la
iglesia de Santa María del Mar, que levantaron en sólo 50 años. Emociona ver en
la puerta principal la figura de dos ‘bastaixos', los porteadores que, como Arnau,
cargaron las piedras para construirla. Más adelante está la Vía Layetana,
abierta a partir de 1907, cuyo nombre recuerda a los primeros pobladores de
Barcelona, el pueblo íbero de los layetanos. Tras la estatua de Ramón Berenguer
III se alza un tramo de muralla y, tras ella, la plaza del Rey, donde sobresale
el salón del Tinell y la capilla de Santa Águeda. Cerca, se encuentra la calle
Baixada de la Llibreteria, donde desde el siglo XVI se concentraba la venta de
libros, de ahí su nombre. Y la plaza Sant Jaume, centro político de la ciudad
desde sus orígenes. En la Edad Media, cristianos, musulmanes y judíos vivieron
en armonía hasta la expulsión de estos últimos.
El libro cobró mucha importancia
en Barcelona en la segunda mitad del siglo XV, ya que poco después de que Gutenberg
inventara la imprenta, en 1450, artesanos alemanes se instalaron en la ciudad
para poner en marcha las que serian las primeras de España. No es extraño que
Cervantes llevara a Don Quijote a visitar la imprenta de Sebastià de Comellas.
Una placa en el número 16 de la calle del Call recuerda dónde estaba.
Cervantes admiraba
Barcelona . 'Archivo de cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los
pobres'. ¿Qué vio el 'padre' de Don Quijote para hacerle hablar así? Estuvo un
par de veces en la ciudad: una en el verano de 1610, y debió coincidir con las
fiestas de San Juan. Se cree que vivió en una casa estrecha del s. XVI. en el
paseo de Colón, 2. Aquella zona era entonces muy importante, con la lonja en la
plaza Palau como centro económico. Debió de ver el trajín en el puerto, un
mundo que se movía impregnado de olor a mar; paseó por la calle Ample, la más ancha,
entre un abigarrado núcleo de callejuelas, y admiró los balcones, una moda arquitectónica
que se imponía en Europa.
Siguiendo la pista de
Cervantes se llega a las drassanes
(atarazanas), donde se construían las naves de la corona aragonesa. Es una de
las mejores muestras del gótico civil catalán y las más grandes y mejor conservadas
del mundo. Actualmente son la sede del museo Marítimo, un lugar donde se palpa
el espíritu de navegantes y aventureros. Dentro nos espera una reproducción a
escala real de la galera de Juan de Austria en la batalla de Lepanto, aquella
en la que Miguel de Cervantes quedó manco.
A principios del siglo
XVIII se creó en Barcelona la Real Academia de las Buenas Letras, donde se
realizaban tertulias literarias y se editaban publicaciones. De aquella época destaca
la figura del barón de Maldá (Rafael de Amat i Cortada, 1746-1819), que realizó
con sus dietarios una crónica de la ciudad. A los 23 años empezó a escribir uno
que tituló 'Calaix de sastre' y continuó con esta labor durante 50 años, hasta
su muerte. Es una crónica perfecta para conocer la Barcelona de finales de
1700. Entonces, en la catedral ya había ocas y otros animales y los árboles del
claustro eran naranjos. Las principales calles eran las de Hospital, Carme,
Santa Anna, Sant Pere més Alt y Portaferrissa. Un plafón a la entrada de esta
última calle recuerda cómo era la vida cotidiana en la época. El barón tenía su
palacio en la calle del Pí. Sus jardines ocupaban el espacio donde ahora están
unas galerías comerciales que llevan su nombre. Su tío fue virrey del Perú y a
él y a su mujer se deben el actual palacio de la Virreina en Las Ramblas y el
nombre de una plaza en el barrio de Gracia.
A mediados del siglo XIX
Barcelona se convierte en protagonista de las novelas, no sólo en el telón de
fondo donde transcurren sus tramas. Los novecentistas fueron los primeros en
mitificarla y convertirla en marco para explicar las aspiraciones colectivas.
La ciudad fue el reflejo de la vida burguesa. En 'La Papallona', Narcis Oller
(1846-1930) habla de la Barcelona medio obrera, medio menestral de después de
la revolución del 68. Y 'La fiebre del oro' es la novela de la burguesía de
finales del siglo XIX. Cuenta la historia de una ciudad que se está
transformando en una gran metrópoli cosmopolita. Describe el edificio de la
lonja para hablar de la especulación en la Bolsa; habla de la industrialización
y del ferrocarril como eje del crecimiento económico. Otros escritores, como Santiago
Rusiñol, hacen un retrato de esta época. En su 'Las aleluyas del señor Esteve',
de 1907, muestra diversos ambientes de la Barcelona tradicional y los sitúa en
las calles Princesa y del Bisbe y, esencialmente, en el barrio de La Ribera,
donde tiene abiertas sus puertas la mercería La Puntual. También Ignacio Agusti
(1913-1974) describe esta época de expansión en sus obras 'Mariona Rebull’ y
'El viudo Ríus'. La familia Rebull vive en un espacioso piso de la calle
Portaferrissa y disfruta de un paseo de Gracia en construcción.
A Narcís Oller le
fascinó la Exposición Universal de 1888, como años más tarde seduciría a
Eduardo Mendoza que, en 'La ciudad de los prodigios' (1986), cuenta tanto la
historia de Onofre Bouvila como la de la ciudad entre sus dos exposiciones universales
(1888 y 1929). Mendoza reflexiona sobre la construcción del barrio del EixampIe
y habla de algunas de sus calles emblemáticas, como el paseo de Gracia. Podemos
imaginar cómo debió ser la primera Exposición, con su entrada a través del arco
del Triunfo, de estilo neomudéjar y con ladrillo viston y el parque de la
Ciudadela, donde se encuentra el Parlamento de Cataluña. En el parque de la
Ciudadela está también el museo de Zoología, que fue construido por Lluís
Domenech y Montaner como restaurante de la exposición. Cuando el protagonista llega
a Barcelona, la ciudad tiene 416.000 habitantes y crece a un ritmo de 12.000
almas anuales. Al finalizar la novela, en 1929, había doblado su población.
En noviembre de 1932, Federico
García Lorca llegaba a la ciudad y leía 'Poeta en Nueva York' en el Conferentia
Club. El granadino se sumergía en los ambientes culturales y compartía
tertulias y juergas: en el restaurante de Xavier Regás, en la estación de
Francia, cantó 'Los cuatro muleros'. La estación, obra del arquitecto Pedro
Muguruza, se había inaugurado, precisamente, para la Exposición Universal de
1929.
Barcelona tuvo la
primera línea de ferrocarril de España, en 1848. Era la Barcelona-Mataró. El
rápido desarrollo del ferrocarril hizo necesaria la construcción de la gran
estación de Francia. En la obra se utilizaron materiales nobles, pero su estructura
recuerda los modelos industriales de la arquitectura del hierro, fiel reflejo
de una sociedad en plena transformación industrial. Fue pionera en tecnología: tuvo
el primer sistema de señales eléctricas, los primeros topes hidráulicos y el
transporte de mercancías se hacía mediante túneles subterráneos. Fue nuevamente
restaurada en 1992 y mereció el premio Brunel de Arquitectura Ferroviaria. Numerosos
escritores citan la estación en sus obras. Entre ellos, Carlos Ruiz Zafón, que
hace que su personaje Julián Carax (en 'La sombra del viento') parta hacia
Francia desde aquí.
George Orwell nos acerca
a la Barcelona de la Guerra Civil durante mayo de 1937. Escribió sus
experiencias en 'Homenaje a Cataluña', que centra su a tención en Las Ramblas. Hoy,
una plaza entre las calles de Escudellers y Avinyó lleva su nombre, aunque se la conoce como 'la
plaza del tripi'. ¡Qué diría Orwell, autor de '1984' y 'Gran Hermano' si
supiera que aquí se pusieron las primeras cámaras de vigilancia!
La Barcelona de
posguerra era gris y triste. Así la describe Carmen Laforet en 'Nada', ganadora
en 1944 de la primera edición del Premio Nadal. La protagonista, Andrea, vive con
su familia en la calle Aribau, y en el número 36 hay una placa homenaje a la escritora:
allí vivieron sus abuelos y allí se inspiró ella. En los alrededores se pueden encontrar
algunas librerías de libros antiguos y es fácil encontrar alguna pieza especial,
igual que los domingos por la mañana en el mercado de Sant Antoni. En 'Nada' también
se describen la Universidad de Barcelona y sus bellos claustros.
La acción de 'La sombra del
viento' (Planeta, 2001), de Carlos Ruiz Zafón, arranca en 1945 y evoca también
una Barcelona en blanco y negro. Daniel, el protagonista, pasea por Las Ramblas,
y cerca de la Rambla Santa Mónica se abre la calle Arc del Teatre, donde el autor
sitúa el misterioso Cementerio de los Libros Olvidados. Los edificios son viejos.
En los años treinta aquí estaba el prostíbulo más popular de Barcelona, y en la
calle Escudellers la policía detiene a uno de los personajes de la obra, un relojero
travestido.
En la plaza Real viven
otros protagonistas: Gustavo Barceló y su sobrina Clara, El aire neoclásico se mezcla
con el ambiente distendido de las terrazas de los bares. Junto a la fuente que
preside la plaza hay unas farolas realizadas por Gaudí en 1878. Muchos de los espacios
de Zafón son imaginarios, pero es fácil evocarlos en un paseo a través de las calles.
Otros lugares sí son reales, como Els Quatre Gats, un bar restaurante situado
en la calle Montsió, 3, y fundado por el polifacético Pere Romeu, que había trabajado
en el cabaret Le Chat Noir, en Montmartre. Buscó a unos socios ilustres: Miquel
Utrillo, Ramón Casas y Santiago Rusiñol, y lo convirtió en lugar de encuentro de
todas las tendencias artísticas. Allí expusieron Picasso y Nonell, y dieron
conciertos Granados y AIbéniz. Había tertulias literarias y recitales poéticos.
Aquí se conocen los padres del protagonista de la novela. Muy cerca de este
lugar merece la pena acercarse al bar del Ateneo Barcelonés, una institución cultural
donde el autor decide que se conozcan dos de los personajes centrales de la
obra; en concreto, en el jardín que hay en el primer piso. El Ateneo Barcelonés
está en el señorial palacio del barón de Savassona, en la calle Canuda, que ya
está documentada en 1446, aunque no quedan edificios de aquella época. Su joya más
importante es la biblioteca.
Siguiendo a Zafón, hay que
llegar también a la plaza San Felipe Neri, en el barrio Gótico, donde vive otro
de los personajes de 'La sombra del
Viento', Nuria Montfort. Dos de sus edificios, al quedar afectados por la apertura
de la Vía Layetana, fueron trasladados, piedra a piedra, desde su anterior
emplazamiento, y reconstruidos aquí en 1950. Uno era la sede del gremio de
Caldereros y el otro del de Zapateros; hoy, es sede del museo del Calzado. El arquitecto
que hizo el proyecto, Adolf Florensa, reinventó la plaza con acierto, ya que
este lugar resulta uno de los más serenos y apacibles de Barcelona. La iglesia,
de 1748, es sobria y conserva en la fachada las heridas de la Guerra Civil. En
mitad del paseo, apetece tomarse un respiro en la deliciosa terraza del hotel y
restaurante de la plaza.
En esa posguerra que describe
Zafón, nació el 5 de enero de 1945 Ramón Moix, más conocido como Terenci. Su madre
se puso de parto en el cine, una premonición dado el gusto del autor por el
séptimo arte. En 'El peso de la paja' (Planeta, 1998), sus memorias, describe con
maestría esa Barcelona todavía gris.
Barcelona, de Vallvidrera
a la Barceloneta, también es una ciudad de crímenes. El detective Pepe Carvalho,
del escritor Manuel Vázquez Montalbán, es el personaje más conocido de la
literatura negra española. Para evitar la pérdida de la memoria histórica, durante
más de 30 años realizó una crónica social de los cambios morales y arquitectónicos.
Carvalho vivía en
Vallvidrera, lejos de la calle Botella, donde nació el escritor, y de las calles
estrechas y oscuras de su infancia: el barrio Chino de toda la vida, ahora llamado
El Raval. Muchas calles han desaparecido, pero aún se mantiene Casa Leopoldo (San
Rafael, 24), uno de los restaurantes preferidos de Carvalho-Montalbán, donde tienen
un menú dedicado al escritor. Y el bar Pastís (Santa Mónica, 4), donde puede
tomarse esta bebida (un tipo de anisete) en un ambiente bohemio. También está
el restaurante Amaya (La Rambla, 20) y el Panam's (La Rambla, 27), antiguo
local de 'striptease', hoy discoteca. Carvalho tenía un despacho que daba a Las
Ramblas, y se acercaba a que Bromuro le limpiara los zapatos en la plaza Real. Aquí
siguen el bar Glaciar y el Jamboree, un refugio-cueva donde el jazz es el rey:
Montalbán le dedicó un poema. Y el Pipa Club, en el número 3, un club de fumadores
de pipa que admite a quien quiera compartir una tertulia, una copa o Jazz con
un bar dedicado a Sherlock Holmes.
No puede faltar el
mercado de la Boquería, una explosión de color, olor y, sobre todo, sabor. Y
una copa final en la coctelería Boadas (Tallers, 1), al final de Las Ramblas,
allí donde se llaman de Canaletas.
Pero hay también otros espacios
de intriga. El barrio Gótico, La Ribera -antes gremial y hoy repleta de tiendas
de moda de lo más 'cool'- y, también, el mar y la playa. Donde hoy toman el sol
tranquilos bañistas, Montalbán situó un cadáver que no tenía cara, pero si un tatuaje
en la espalda que decía 'He nacido para revolucionar el infierno'.
El inspector Méndez, del
escritor Francisco González Ledesma, se mueve por el barrio del Poble Sec, aquel
en que nació Joan Manuel Serrat. El cantautor le dedicó una canción a su calle,
que tiene nombre de poeta: Cabanyes. La ruta del género negro puede llegar al Paralelo,
del que hablan también Rafael Tasis en 'Un crimen en el Paralelo' y Maria Antonia
Oliver en su 'Estudio en lila'.
Novelas, poesías, escritores,
libros y más libros. Resulta imposible condensar la historia literaria de Barcelona.
Habrá que volver para seguir leyéndola.
Etiquetas: libros y escritores, Sitios donde perderse
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