Islas Feroe: la belleza de lo pequeño
(Un artículo de Xavier
Moret en el suplemento dominical del Periódico de Aragón del 27 de julio de
2014)
Cincuenta mil personas viven
en las 18 islas del archipiélago de las Feroe, perdido en el Atlántico Norte,
entre Escocia e Islandia. Las islas viven sobre todo de la pesca y pertenecen a
Dinamarca, aunque gozan de una amplia autonomía que les permite tener selección
oficial de fútbol. Cada vez que se enfrentan a España, las Feroe se asoman a la
prensa y alcanzan su minuto de gloria. Ahora aspiran a atraer al turismo por su
espectacular naturaleza.
DÍA 1. GÁSADALUR Y LA
CASCADA. Cuando el avión se dispone a aterrizar en la isla de Vágar te das
cuenta de que el eslogan “lo pequeño es hermoso” parece pensado para las Feroe.
Desde el avión se ven unos islotes escarpados, cubiertos de verde, en los que
destacan pequeñas aldeas. Alrededor, agua, mucha agua.
El sol radiante que luce a nuestra llegada hace que Sigurd, el guía que nos espera en el pequeño aeropuerto, decida que lo mejor que podemos hacer es irnos de excursión ya. Son las cinco de la tarde, pero no le preocupa que pueda hacerse tarde. “Aquí, en verano, el día se alarga –comenta-. Iremos al pueblo de Gásadalur por la montaña”.
Dicho y hecho. Subimos al coche y seguimos el fiordo de Sørvágur hasta la entrada del túnel de Gásadalur. Allí Sigurd aparca y se calza las botas de montaña. “En el 2004 abrieron el túnel que lleva a Gásadalur -nos cuenta-. Se gana tiempo, pero es mejor caminar por la montaña, por el llamado Camino del Cartero. Antes el cartero tenía que hacerlo dos veces por semana para llevar el correo, pero ahora es solo una buena ruta de trekking”.
El ascenso es lento, tanto por la fuerte pendiente como por lo resbaladizo de la hierba, donde pacen unos corderos. Desde lo alto, la vista es panorámica, con la isla de Mykines enfrente y unos islotes rocosos guardando la entrada del fiordo. En la parte alta seguimos el camino del cartero hasta que descubrimos, al otro lado, un valle casi secreto, de un verde resplandeciente, con una bella cascada que se desploma en el mar y un pueblo, el de Gásadalur, con casas de colores. Es una buena introducción a las Feroe.
El sol radiante que luce a nuestra llegada hace que Sigurd, el guía que nos espera en el pequeño aeropuerto, decida que lo mejor que podemos hacer es irnos de excursión ya. Son las cinco de la tarde, pero no le preocupa que pueda hacerse tarde. “Aquí, en verano, el día se alarga –comenta-. Iremos al pueblo de Gásadalur por la montaña”.
Dicho y hecho. Subimos al coche y seguimos el fiordo de Sørvágur hasta la entrada del túnel de Gásadalur. Allí Sigurd aparca y se calza las botas de montaña. “En el 2004 abrieron el túnel que lleva a Gásadalur -nos cuenta-. Se gana tiempo, pero es mejor caminar por la montaña, por el llamado Camino del Cartero. Antes el cartero tenía que hacerlo dos veces por semana para llevar el correo, pero ahora es solo una buena ruta de trekking”.
El ascenso es lento, tanto por la fuerte pendiente como por lo resbaladizo de la hierba, donde pacen unos corderos. Desde lo alto, la vista es panorámica, con la isla de Mykines enfrente y unos islotes rocosos guardando la entrada del fiordo. En la parte alta seguimos el camino del cartero hasta que descubrimos, al otro lado, un valle casi secreto, de un verde resplandeciente, con una bella cascada que se desploma en el mar y un pueblo, el de Gásadalur, con casas de colores. Es una buena introducción a las Feroe.
De regreso, vamos en
coche directos a Tórshavn, la capital de las Feroe. La ciudad tiene 15.000
habitantes y aspecto de pueblo grande, con un gran puerto. El Hotel Føroyar,
donde nos hospedamos, está en las afueras, con buenas vistas y habitaciones
confortables. Es moderno, pero, por respeto a la tradición, tiene hierba en el tejado…
y unos corderos que pacen alrededor.
DÍA 2. TÓRSHAVN, LA CAPITAL. Ingeborg, en funciones de guía, nos muestra unas rocas del puerto de Tórshavn en las que, siglos atrás, se reunía el Parlamento de las islas, formado por colonos llegados de Noruega. Todo es pequeño, sencillo. Hay letras antiguas grabadas sobre la roca donde subía el Portavoz de la Ley para recitar las leyes. Con mil años de historia, el Løgting es uno de los Parlamentos más antiguos del mundo.
Junto a las rocas está el centro antiguo de Tórshavn, con coquetas casas de madera pintadas de rojo, con hierba en el tejado. “Aquí vivían mercaderes -nos cuenta Ingeborg-, pero ahora pertenecen al Gobierno. Aquí tiene su despacho el primer ministro y están las sedes de algunos ministerios”.
Cuesta creer que ahí despachen los ministros, pero en las Feroe todo es a escala reducida. Son pocos y saben que “lo pequeño es hermoso”. La calle es estrecha, empedrada, vacía. Todo está en perfecto estado de revista, a punto para la foto de postal, pero se echa de menos un poco de ambiente de calle. Para ello está el cercano barrio comercial, con artesanos, tiendas de moda como Gudrun & Gudrun, donde venden los famosos jerséis de lana de las Feroe, y galerías de arte.
DÍA 2. TÓRSHAVN, LA CAPITAL. Ingeborg, en funciones de guía, nos muestra unas rocas del puerto de Tórshavn en las que, siglos atrás, se reunía el Parlamento de las islas, formado por colonos llegados de Noruega. Todo es pequeño, sencillo. Hay letras antiguas grabadas sobre la roca donde subía el Portavoz de la Ley para recitar las leyes. Con mil años de historia, el Løgting es uno de los Parlamentos más antiguos del mundo.
Junto a las rocas está el centro antiguo de Tórshavn, con coquetas casas de madera pintadas de rojo, con hierba en el tejado. “Aquí vivían mercaderes -nos cuenta Ingeborg-, pero ahora pertenecen al Gobierno. Aquí tiene su despacho el primer ministro y están las sedes de algunos ministerios”.
Cuesta creer que ahí despachen los ministros, pero en las Feroe todo es a escala reducida. Son pocos y saben que “lo pequeño es hermoso”. La calle es estrecha, empedrada, vacía. Todo está en perfecto estado de revista, a punto para la foto de postal, pero se echa de menos un poco de ambiente de calle. Para ello está el cercano barrio comercial, con artesanos, tiendas de moda como Gudrun & Gudrun, donde venden los famosos jerséis de lana de las Feroe, y galerías de arte.
Por la tarde vamos a
Kirkjbour a visitar a Jóannes Patursson, representante de una familia que lleva
17 generaciones viviendo en la misma casa, junto al mar y junto a una catedral
en ruinas. Nos muestra la sala comunitaria, Roykstovan (sala del humo), donde
habitaban en el pasado. En las paredes hay objetos de pesca y retratos de sus
ancestros. “Antes vivían de la pesca y de los corderos, pero ahora vivimos de
montar cenas para grupos”, resume.
En verano, cuando aparecen grupos de ballenas, nos cuenta Jóannes que él se apunta con otros vecinos a perseguirlas. “Las arrinconamos en una playa y allá las matamos, como en siglos pasados”, señala. “El que las ha descubierto tiene derecho a la ballena más grande; el resto se reparte a partes iguales. La caza puede durar más de seis horas”.
No hay duda: la vida en las Feroe era antes muy dura y, en algunos aspectos, lo sigue siendo aún. Cuando nos marchamos, vemos cómo juega en el jardín uno de los hijos de Jóannes, representante de la generación número 18.
DÍA 3. TJØRNUVÍK Y KLAKSVÍK. El día se levanta con lluvia y viento. De repente, ha llegado el frío. “Aquí, por culpa del viento, el tiempo cambia muy deprisa”, comenta la recepcionista. “Podemos tener cuatro estaciones en un único día”. Teníamos previsto ir de excursión a la isla de Mykines, pero el fuerte viento lo impide. Así pues, nos vamos en coche a dar una vuelta por las islas, casi todas comunicadas con túneles bajo el agua.
Seguimos un largo fiordo hasta Tjørnuvík, un pequeño pueblo al final de casi todo, agazapado entre las montañas nevadas y un mar embravecido. No hay nadie en la calle, cae aguanieve. El dramatismo domina un paisaje sobrecogedor que engancha por la fuerza que desprende.
Continuamos hasta Klaksvík, en la isla de Bordoy. Es la segunda ciudad de las Feroe: 4.500 habitantes. Las casas de colores contrastan con el mar gris, los pesqueros anclados y las montañas nevadas. De regreso, comemos en casa de Lena y Jákup, en Søldarfjørður. Nos ofrecen una buena sopa de pescado, además de grasa y carne de ballena, y carne de cordero secada por el viento. Todo muy feroés. “En la montaña tengo cien corderos”, nos dice Jákup. “Pacen libres, pero en octubre los reúno, mato un par y pongo la carne a secar al viento”.
La pesca, los corderos y las patatas han modelado durante siglos la vida de estas islas. Por la noche, después de cenar, vamos a un recital en una casa particular de Tórshavn. Es algo que se estila en las Feroe, donde casi siempre hay música. En el comedor de Elin Brinheim, Sámal Ravnsfjall y Jóan Jakku Guttesen desgranan canciones folk en un ambiente cálido y entrañable. Lo pequeño sigue siendo hermoso.
DÍA 4. NAVEGACIÓN Y MÚSICA. Bajo el cielo gris, nos vamos a navegar en una goleta por las islas. Nos ponemos un traje integral y nos camuflamos de marineros. El viento es helado, pero el paisaje es precioso: verde esmeralda, con granjas aisladas. Por mucho que forzamos la vista, no avistamos ballenas.
En verano, cuando aparecen grupos de ballenas, nos cuenta Jóannes que él se apunta con otros vecinos a perseguirlas. “Las arrinconamos en una playa y allá las matamos, como en siglos pasados”, señala. “El que las ha descubierto tiene derecho a la ballena más grande; el resto se reparte a partes iguales. La caza puede durar más de seis horas”.
No hay duda: la vida en las Feroe era antes muy dura y, en algunos aspectos, lo sigue siendo aún. Cuando nos marchamos, vemos cómo juega en el jardín uno de los hijos de Jóannes, representante de la generación número 18.
DÍA 3. TJØRNUVÍK Y KLAKSVÍK. El día se levanta con lluvia y viento. De repente, ha llegado el frío. “Aquí, por culpa del viento, el tiempo cambia muy deprisa”, comenta la recepcionista. “Podemos tener cuatro estaciones en un único día”. Teníamos previsto ir de excursión a la isla de Mykines, pero el fuerte viento lo impide. Así pues, nos vamos en coche a dar una vuelta por las islas, casi todas comunicadas con túneles bajo el agua.
Seguimos un largo fiordo hasta Tjørnuvík, un pequeño pueblo al final de casi todo, agazapado entre las montañas nevadas y un mar embravecido. No hay nadie en la calle, cae aguanieve. El dramatismo domina un paisaje sobrecogedor que engancha por la fuerza que desprende.
Continuamos hasta Klaksvík, en la isla de Bordoy. Es la segunda ciudad de las Feroe: 4.500 habitantes. Las casas de colores contrastan con el mar gris, los pesqueros anclados y las montañas nevadas. De regreso, comemos en casa de Lena y Jákup, en Søldarfjørður. Nos ofrecen una buena sopa de pescado, además de grasa y carne de ballena, y carne de cordero secada por el viento. Todo muy feroés. “En la montaña tengo cien corderos”, nos dice Jákup. “Pacen libres, pero en octubre los reúno, mato un par y pongo la carne a secar al viento”.
La pesca, los corderos y las patatas han modelado durante siglos la vida de estas islas. Por la noche, después de cenar, vamos a un recital en una casa particular de Tórshavn. Es algo que se estila en las Feroe, donde casi siempre hay música. En el comedor de Elin Brinheim, Sámal Ravnsfjall y Jóan Jakku Guttesen desgranan canciones folk en un ambiente cálido y entrañable. Lo pequeño sigue siendo hermoso.
DÍA 4. NAVEGACIÓN Y MÚSICA. Bajo el cielo gris, nos vamos a navegar en una goleta por las islas. Nos ponemos un traje integral y nos camuflamos de marineros. El viento es helado, pero el paisaje es precioso: verde esmeralda, con granjas aisladas. Por mucho que forzamos la vista, no avistamos ballenas.
Nos acercamos en lancha
a una gruta de la isla de Hestur. Es alta y profunda como una catedral natural.
De pronto, en la oscuridad suena una música etérea. Uno de los mejores músicos
de las Feroe, Kristian Blak, está tocando, oculto entre las rocas. Es un
concierto original, un momento sublime. Al regreso, me dice Blak: “Yo nací en
Dinamarca, pero hace mucho que vivo en las Feroe. Este lugar es inspirador”.
Por la noche cenamos en Koks, el mejor restaurante de las islas. Uno de los dos chefs, Aki Herálvsson, hizo un stage en el Noma, en Copenhague, y admira a Ferran Adrià. Se nota en sus platos, originales, deliciosos. “En las Feroe, hace 50 años, solo se comía pescado y patatas”, nos dice. “Lo ponían a hervir todo junto y, cuando las patatas estaban a punto, lo servían. Por suerte, la cocina ha evolucionado”.
DÍA 5. GJÓGV, UN PUEBLO DIBUJADO. Vamos al pueblo de Gjógv, en la isla de Eysturoy. Es un pueblo tan bello que parece dibujado, con casas de colores. Está encarado al mar y a una garganta donde entran al galope las olas entre los chillidos de las aves.
Por la noche cenamos en Koks, el mejor restaurante de las islas. Uno de los dos chefs, Aki Herálvsson, hizo un stage en el Noma, en Copenhague, y admira a Ferran Adrià. Se nota en sus platos, originales, deliciosos. “En las Feroe, hace 50 años, solo se comía pescado y patatas”, nos dice. “Lo ponían a hervir todo junto y, cuando las patatas estaban a punto, lo servían. Por suerte, la cocina ha evolucionado”.
DÍA 5. GJÓGV, UN PUEBLO DIBUJADO. Vamos al pueblo de Gjógv, en la isla de Eysturoy. Es un pueblo tan bello que parece dibujado, con casas de colores. Está encarado al mar y a una garganta donde entran al galope las olas entre los chillidos de las aves.
Eirikur Suni Danielsen,
el propietario de Guesthouse Gjáargardur, un hotel ecológico adaptado a Gjögv,
nos dice que ”éste es uno de los destinos más populares de las Feroe, por el
dramatismo del paisaje. Las islas todavía no están estropeadas por el exceso de
turismo -comenta mientras cenamos-. Aquí la palabra clave es naturaleza. Muchos
vienen para hacer excursiones. Ahora tenemos 130.000 turistas por año. El tope
serían 200.000. No quiero que nos pase como a Islandia, que este año ya tendrá
un millón de turistas”.
DÍA 6. MYKINES, LA ISLA PERFECTA. De las 18 islas de las Feroe, Mykines tiene fama de ser la más bonita. Vamos hasta allí en barco. Hay un pequeño pueblo y mucha naturaleza. Caminamos hasta un extremo de la isla, donde se levanta el faro. Por el camino vemos pequeños grupos de corderos y acantilados con aves que anidan, chillan y juegan con el viento. Junto a un acantilado tienen sus nidos los frailecillos, unas aves que parecen de peluche. “Antes nos las comíamos, pero ahora hay veda -nos comenta un guía-. Ha disminuido el número y hay que protegerlas”.
DÍA 7. ACANTILADOS DE VESTMANNA. En un pequeño barco, vamos a los acantilados de Vestmanna. Impresiona verlos tan altos (300 metros junto al mar), con miles de aves y rincones dramáticos, con paredes verticales y arcos de piedra que resisten el fuerte oleaje. En los lugares más recónditos siempre hay un par de corderos, una constante en las Feroe. “Los dejan aquí en helicóptero, para aprovechar la hierba, y los sacan al cabo de un tiempo”, nos aclara el guía.
Es la última imagen de las islas: corderos colgados del abismo y aves planeando en el viento. Mañana volaremos de vuelta a casa, con la vista y la mente llenas de un verde que deslumbra, de una naturaleza nórdica que enamora. DOM
DÍA 6. MYKINES, LA ISLA PERFECTA. De las 18 islas de las Feroe, Mykines tiene fama de ser la más bonita. Vamos hasta allí en barco. Hay un pequeño pueblo y mucha naturaleza. Caminamos hasta un extremo de la isla, donde se levanta el faro. Por el camino vemos pequeños grupos de corderos y acantilados con aves que anidan, chillan y juegan con el viento. Junto a un acantilado tienen sus nidos los frailecillos, unas aves que parecen de peluche. “Antes nos las comíamos, pero ahora hay veda -nos comenta un guía-. Ha disminuido el número y hay que protegerlas”.
DÍA 7. ACANTILADOS DE VESTMANNA. En un pequeño barco, vamos a los acantilados de Vestmanna. Impresiona verlos tan altos (300 metros junto al mar), con miles de aves y rincones dramáticos, con paredes verticales y arcos de piedra que resisten el fuerte oleaje. En los lugares más recónditos siempre hay un par de corderos, una constante en las Feroe. “Los dejan aquí en helicóptero, para aprovechar la hierba, y los sacan al cabo de un tiempo”, nos aclara el guía.
Es la última imagen de las islas: corderos colgados del abismo y aves planeando en el viento. Mañana volaremos de vuelta a casa, con la vista y la mente llenas de un verde que deslumbra, de una naturaleza nórdica que enamora. DOM
DÓNDE DORMIR
Hotel Føroyar. Moderno,
agradable diseño escandinavo, habitaciones bien equipadas y hierba en el
tejado. A partir de 200 euros. Oyggjarvegur 45. 100 Tórshavn. (Feroe). Tél. 00
34 298 31 75 00.
www.hotelforoyar.com.
Gjáargardur Guesthouse. Hotel bien situado, con habitaciones con vistas, en pueblo con encanto. Dalavegur 20. Gjógv (Feroe). Tel.: 00 34 298 42 31 71.
www.gjaardgardur.fo.
Hotel 62º N. Hotel pegado al aeropuerto internacional. Hoydalsvegur 17, FO-100 Tórshavn. Feroe. Tel: 00 34 298 34 00 60, www.62n.fo
www.hotelforoyar.com.
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www.gjaardgardur.fo.
Hotel 62º N. Hotel pegado al aeropuerto internacional. Hoydalsvegur 17, FO-100 Tórshavn. Feroe. Tel: 00 34 298 34 00 60, www.62n.fo
DÓNDE COMER
Koks. El mejor restaurante
de las Feroe, situado en el Hotel Føroyar, en Tórshavn. Platos con productos
locales. Tel: 0034 298 333 999. www.koks.fo.
Etika. Restaurante japonés con buen pescado de las islas Feroe. Áarvegu, 2. 100 Tórhavn, Feroe. Tel. 00 34 298 319 319, www.etika.fo
Etika. Restaurante japonés con buen pescado de las islas Feroe. Áarvegu, 2. 100 Tórhavn, Feroe. Tel. 00 34 298 319 319, www.etika.fo
The Irish Pub. Buena cerveza, buen
ambiente y platos sencillos. Gríms Kambansgøta 13. 110 Tórshavn, Feroe.
Tel: 00 34 298 319091. www.irishpub.fo
Tel: 00 34 298 319091. www.irishpub.fo
Etiquetas: Sitios donde perderse
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