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jueves, julio 10

Midi fluvial



(Un texto de Luis Miguel Marco en el suplemento dominical del Periódico de Aragón de no-se-cuando)

Désayuno a bordo. La penichette atracada en la dársena del pequeño puerto del sur de Francia. La humedad de la noche aún empaña de vaho los cristales. Unos patos se acercan a ver qué les cae. En la mesa, sobre un mantel de estilo provenzal de Soleiado, hay mantequilla, mermelada de arándanos, la cafetera humeante, una baguette, zumo de naranja, unos tomates maduros y el embutido que sobró de la cena. Hay también un diario abierto por la página del sudoku a medio acabar. En la radio canta Carla Bruni. En éstas, pasa a nuestro lado una de esas barcazas tan pintorescas que recorren el Canal de Midi. El casco, de madera, está pintado con cenefas de colores vivos. Sus propietarios han colocado la cubierta con unas jardineras cuajadas de pensamientos y margaritas. Más tarde veremos que hay más barcazas similares a esta que son hoteles flotantes. Sus ocupantes saludan con sonrisa beatífica. Devolvemos el saludo.

-Qué amable es la gente cuando navega, comenta alguien a bordo.
-Eso es porque aquí ves pasar la vida al ralentí, Seguro que en la autopista no se comportan igual.

Esto de la navegación fluvial requiere cierta logística, no se crean. Lo básico es elegir bien la compañía. Y no me refiero a la empresa de alquiler. Más o menos, todas ofrecen barcos y tarifas similares. Se trata de quién forma parte de la tripulación, porque el espacio es el que es, así que es importante que impere el buen rollito. Lo mejor es alquilar un barco con capacidad para ocho personas y viajar seis, pongamos por caso. Todo por dentro está aprovechado al máximo. Los dormitorios dan para alegrías, las justas, y hay que luchar con el lavabo para colocarse bajo la ducha. La cocina es de tipo americano, con una pequeña nevera, horno y microondas y equipada con una vajilla básica, igual que el juego de cama y las toallas. El techo es plano y uno puede subir a tomar el sol. Arriba también viajan las bicicletas.

De Béziers a Carcasona
De entrada, le hemos puesto la gorra de capitán a nuestro anfitrión, Philippe Despeises, un hombre intrépido y aventurero, poeta vocacional, afincado en Montpellier y experiencia cero con el timón (por cierto, en nuestra penichette sería más adecuado hablar de volante, que es lo que es).

Zarpamos, por usar un verbo marinero, del puerto de Colombiers, a escasos kilómetros de Béziers, en dirección a Carcasona, dejando a nuestra espalda el trazado del canal que llega hasta el Mediterráneo, a la altura del puerto de Sète. Un señor con bigote, como salido de una película de Chabrol, nos dio un cursillo acelerado de navegación por el canal. Aquí la llave de contacto, aquí la bombona del gas, aquí el cable para tomar electricidad y cargar las baterías, aquí la toma de agua. Marcha adelante, marcha atrás y poco más. En la agencia Rive de France nos pasaron también una carpeta de hojas plastificadas donde está todo detallado -más de lo que necesitamos saber-, además de una ruta de navegación con los puentes, esclusas, pueblos y lugares de interés con los que vamos a toparnos los próximos días. También disponemos de una guía de la región, incluidas sus bodegas.

Lo que encontramos a la salida de Colombiers es un paisaje diferente al que uno vería circulando por las carreteras secundarias del Languedoc-Rosellón. Un universo acuático bajo la sombra de los plataneros que crecen, anchotes y vigorosos, a ambos lados del canal y cuyas raíces se hunden en el agua y permiten incluso amarrar el barco. Se plantaron para fijar el terreno y, cuando el sol aprieta son un alivio. Entre los árboles y el cauce sigue un sendero, a veces asfaltado, a veces de tierra, que hoy se usa para pasear o para ir en bicicleta.

Son los antiguos chemin de halage, los caminos de sirga. Por aquí avanzaban en épocas pasadas las caballerías arrastrando a las barcazas cargadas con todo tipo de mercaderías.

Es el momento de tirar nosotros de la historia y hablarles de M. Pierre Paul Riquet, el padre de este invento por el que ahora navegamos, una obra de ingeniería declarada patrimonio de la humanidad y todo un reclamo en la primera potencia turística mundial. Se da por hecho -porque su certificado de nacimiento se extravió- que nació muy cerca de donde nos encontramos, en Béziers, en 1604. Siendo un crío, visitó la Cámara del Consejo de los Estados de Languedoc, donde su padre ostentaba un puesto. Se discutía entonces sobre la construcción de un canal que uniera el Atlántico y el Mediterráneo. Y eso le obsesionó el resto de su vida. De hecho, murió sin ver culminado su faraónico proyecto. Su padre, procurador real y hábil negociante, le animó a entrar en la administración de los tributos sobre la sal y ahí fue donde Riquet amasó su fortuna.

El Canal de Midi no surgió de la nada. La idea de crear esta vía fluvial ya se había propuesto en tiempos de los romanos, con Nerón y Augusto. Las ventajas eran obvias: al conectar las cuencas del río Aude y del Garona se evitaría rodear los más de 3.000 kilómetros de la península ibérica para transportar mercancías de una costa a la otra. Hubo varios proyectos, pero ninguno resolvía dos incógnitas: cómo salvar el desnivel y cómo abastecer de agua el canal. Era preciso desplazar embarcaciones cargadas con mucho peso y el canal debía salvar, desde el nivel del mar, un desnivel de 190 metros. Y eso sólo sería posible contando con un suministro regular y constante de agua que se distribuyera por igual entre las esclusas de ambos niveles.

Lo primero era encontrar el agua. Riquet viajó por la Montaña Negra acompañado de Fierre Campmas, un zahorí del pueblo de Revel, donde vivía Riquet, y allí descubrieron agua abundante. Lo siguiente era buscar la forma de que el agua fluyera en ambas direcciones, hacia el Mediterráneo y hacia el Atlántico. Un día, mientras pensaba cómo hacer que las aguas de la vertiente mediterránea descargaran en el río Sor, que fluye hacia el Atlántico, comprendió que era necesario excavar un canal de distribución en la ladera de la montaña. Una vez que las aguas recogidas en la Montaña Negra se condujeran al Conquet y se unieran al caudal del Sor, sólo habría que ampliar este canal hacia el llano para alimentarlo.

Había encontrado la solución, pero debía conseguir que fuera aprobada por el rey, Luis XIV. Riquet recurrió a su amigo monseñor d'Anglure de Bourmelon, arzobispo de Toulouse, que suscribió el plan y lo apoyó ante Calbert, el ministro de Economía de la época. El 15 de noviembre de 1662, Riquet redactó su famosa nota dirigida a Colbert. Había nacido el Canal de Midi, que tendría 240 kilómetros, desde Toulouse hasta la entrada de la albufera de Thau. Paul Riquet invirtió su propia fortuna en la construcción, en la que se tardaron 14 años. Murió el 1 de octubre de 1680, agotado por la enormidad del trabajo, cuando sólo faltaba horadar 1,6 kilómetros hasta la albufera de Thau. Su hijo continuó la obra y el canal se inauguró un año después.

Nuestro barco, Ille de France, avanza remolón hacia el pueblo de Capestang. Atravesamos el túnel de Malpas que pone a prueba la habilidad de nuestro capitán. Philippe echa de menos un retrovisor en esta barcaza de 16 metros. Según pone en la guía de navegación, el túnel de Malpas se hizo para franquear una colina que obstaculizaba el trazado previsto para el canal. Se excavó en la turba arenosa del monte Ensérune entre 1679 y 1680 y sus paredes y techo, por la erosión, están cortadas como lonchas. Durante casi 200 metros no hay apenas luz y el canal se estrecha hasta los ocho metros (habitualmente son unos 12). Por suerte; no nos cruzamos con nadie.  

El sistema de esclusas
Superada la prueba, avanzamos per estas aguas mansas a seis nudos y hasta las bicicletas nos adelantan, visto lo cual algunos de los de a bordo decidimos echarnos también a rodar. Los viñedos se extienden en suaves ondulaciones hasta donde la vista alcanza. Estamos en los dominios del Minervois y en época de vendimia todos estos pueblos huelen a mosto fermentado. Llegamos a una esclusa y esperamos a nuestra casa flotante hablando con el hijo del esclusero, un adolescente con perro y caña de pescar.

-Pero, ¿hay peces en el canal?
-Bueno, hay siluros. Los pesco y los devuelvo.

Las esclusas tienen su gracia y sus horarios. Ésta es simple. Con la rampa, la casa con la fachada pintada de color lavanda y un huerto aliado, con sus tomateras y sus girasoles. Hay también esclusas dobles, triples y eso por no hablar de las nueve esclusas de Fonseranes, a los pies de Béziers, la obra más importante del Canal de Midi. Incluye ocho cuencas de forma ovoide, especificas del Canal de Midi y nueve puertas que permiten salvar un desnivel de 21,5 metros a lo largo de 300 metros. La majestuosidad del lugar, la hazaña técnica que representaba en materia de ingeniería civil, sigue asombrando incluso hoy. Los edificios tradicionales, como la casa del encargado o las cuadras, siguen en su sitio. De hecho, Philippe precisa que ese lugar es el tercero más visitado del Languedoc-Rosellón, después del Puente de Gard y la ciudad vieja de Carcasona.

Porque esa es otra. Al borde del canal, o a pocos kilómetros, hay una serie de ciudades impresionantes, como Carcasona o Béziers, de pueblos preciosos como Minervois, colgado de un barranco, o aldeas como Le Someil, creada por Riquet y que destila todavía un pasado medieval, con la hiedra trepando per las fachadas de piedra y su puente imponente. La mañana gris en que atracamos en Le Someil aprovechamos para abastecernos en un supermercado flotante y para visitar la que pasa por ser una de las mayores librerías de ocasión de toda Francia. Allí compramos un libro sobre los castillos cátaros de la zona y una postal apaisada del canal en otoño, con las hojas pardas bajo una luz fascinante.

Nuestro trayecto acaba en el puerto de Homps, con la promesa de continuar algún día, de aquí hasta Castelnaudary, y con una comida en la que se sirvió cassoulet, unas uvas robadas por el camino, queso de cabra y un vino comprado en una bodega cercana, un Carignan, a la salud de Philippe, le capitaine. 

Notas prácticas:
Se puede navegar por el canal casi todo el año, pero hay que tener en cuenta los horarios de apertura de las esclusas. De mediados de marzo a principios de noviembre, las compuertas están abiertas todos los días excepto los festivos (1 de mayo, 14 de julio, 1 de noviembre). De principios de noviembre a mediados de diciembre, las esclusas permanecen cerradas para su mantenimiento. De mediados de diciembre a mediados de marzo, abren de lunes a viernes, excepto los días de Navidad y Año Nuevo.

Las esclusas cierran de noche -desde las 19.30 en verano (15.30 en invierno) hasta las ocho de la mañana siguiente- y cierran a la hora del almuerzo, entre las 12.30 y las 13.30. Hay gran actividad de julio a septiembre, así que las mejores épocas para descubrir el canal son primavera y otoño. Entre abril y junio, y en el mes de octubre los precios de alquiler de embarcaciones son más bajos.

Numerosas empresas ofrecen embarcaciones de alquiler sin patrón. Entre ellas: Rive de France (con base en Colombiers), Ad'Navis (en Béziers), Castel Nautique (en Bram), Nautic (en Agde), Crown Blue Line (Castelnaudary), Connoisseurs (en Narbona, Trébes y Homps), Luc Lines (en Homps) y NicoIs (en Le Somail). Se puede consultar la web en castellano del comité regional de turismo de languedoc-Roussillon: www.sunfrance.com.  

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