Midi fluvial
(Un texto de Luis Miguel
Marco en el suplemento dominical del Periódico de Aragón de no-se-cuando)
Désayuno a bordo. La penichette atracada en la dársena del
pequeño puerto del sur de Francia. La humedad de la noche aún empaña de vaho
los cristales. Unos patos se acercan a ver qué les cae. En la mesa, sobre un
mantel de estilo provenzal de Soleiado, hay mantequilla, mermelada de arándanos,
la cafetera humeante, una baguette,
zumo de naranja, unos tomates maduros y el embutido que sobró de la cena. Hay
también un diario abierto por la página del sudoku
a medio acabar. En la radio canta Carla Bruni. En éstas, pasa a nuestro lado
una de esas barcazas tan pintorescas que recorren el Canal de Midi. El casco,
de madera, está pintado con cenefas de colores vivos. Sus propietarios han
colocado la cubierta con unas jardineras cuajadas de pensamientos y margaritas.
Más tarde veremos que hay más barcazas similares a esta que son hoteles
flotantes. Sus ocupantes saludan con sonrisa beatífica. Devolvemos el saludo.
-Qué amable es la gente
cuando navega, comenta alguien a bordo.
-Eso es porque aquí ves
pasar la vida al ralentí, Seguro que en la autopista no se comportan igual.
Esto de la navegación
fluvial requiere cierta logística, no se crean. Lo básico es elegir bien la compañía.
Y no me refiero a la empresa de alquiler. Más o menos, todas ofrecen barcos y
tarifas similares. Se trata de quién forma parte de la tripulación, porque el
espacio es el que es, así que es importante que impere el buen rollito. Lo mejor
es alquilar un barco con capacidad para ocho personas y viajar seis, pongamos por
caso. Todo por dentro está aprovechado al máximo. Los dormitorios dan para alegrías,
las justas, y hay que luchar con el lavabo para colocarse bajo la ducha. La
cocina es de tipo americano, con una pequeña nevera, horno y microondas y
equipada con una vajilla básica, igual que el juego de cama y las toallas. El
techo es plano y uno puede subir a tomar el sol. Arriba también viajan las bicicletas.
De Béziers a Carcasona
De entrada, le hemos
puesto la gorra de capitán a nuestro anfitrión, Philippe Despeises, un hombre
intrépido y aventurero, poeta vocacional, afincado en Montpellier y experiencia
cero con el timón (por cierto, en nuestra penichette
sería más adecuado hablar de volante, que es lo que es).
Zarpamos, por usar un
verbo marinero, del puerto de Colombiers, a escasos kilómetros de Béziers, en
dirección a Carcasona, dejando a nuestra espalda el trazado del canal que llega
hasta el Mediterráneo, a la altura del puerto de Sète. Un señor con bigote,
como salido de una película de Chabrol, nos dio un cursillo acelerado de
navegación por el canal. Aquí la llave de contacto, aquí la bombona del gas,
aquí el cable para tomar electricidad y cargar las baterías, aquí la toma de
agua. Marcha adelante, marcha atrás y poco más. En la agencia Rive de France
nos pasaron también una carpeta de hojas plastificadas donde está todo
detallado -más de lo que necesitamos saber-, además de una ruta de navegación con
los puentes, esclusas, pueblos y lugares de interés con los que vamos a toparnos
los próximos días. También disponemos de una guía de la región, incluidas sus
bodegas.
Lo que encontramos a la
salida de Colombiers es un paisaje diferente al que uno vería circulando por
las carreteras secundarias del Languedoc-Rosellón. Un universo acuático bajo la
sombra de los plataneros que crecen, anchotes y vigorosos, a ambos lados del
canal y cuyas raíces se hunden en el agua y permiten incluso amarrar el barco.
Se plantaron para fijar el terreno y, cuando el sol aprieta son un alivio.
Entre los árboles y el cauce sigue un sendero, a veces asfaltado, a veces de
tierra, que hoy se usa para pasear o para ir en bicicleta.
Son los antiguos chemin de halage, los caminos de sirga.
Por aquí avanzaban en épocas pasadas las caballerías arrastrando a las barcazas
cargadas con todo tipo de mercaderías.
Es el momento de tirar
nosotros de la historia y hablarles de M. Pierre Paul Riquet, el padre de este invento
por el que ahora navegamos, una obra de ingeniería declarada patrimonio de la humanidad
y todo un reclamo en la primera potencia turística mundial. Se da por hecho
-porque su certificado de nacimiento se extravió- que nació muy cerca de donde nos
encontramos, en Béziers, en 1604. Siendo un crío, visitó la Cámara del Consejo
de los Estados de Languedoc, donde su padre ostentaba un puesto. Se discutía entonces
sobre la construcción de un canal que uniera el Atlántico y el Mediterráneo. Y eso
le obsesionó el resto de su vida. De hecho, murió sin ver culminado su faraónico
proyecto. Su padre, procurador real y hábil negociante, le animó a entrar en la
administración de los tributos sobre la sal y ahí fue donde Riquet amasó su
fortuna.
El Canal de Midi no
surgió de la nada. La idea de crear esta vía fluvial ya se había propuesto en
tiempos de los romanos, con Nerón y Augusto. Las ventajas eran obvias: al
conectar las cuencas del río Aude y del Garona se evitaría rodear los más de
3.000 kilómetros de la península ibérica para transportar mercancías de una
costa a la otra. Hubo varios proyectos, pero ninguno resolvía dos incógnitas:
cómo salvar el desnivel y cómo abastecer de agua el canal. Era preciso
desplazar embarcaciones cargadas con mucho peso y el canal debía salvar, desde
el nivel del mar, un desnivel de 190 metros. Y eso sólo sería posible contando
con un suministro regular y constante de agua que se distribuyera por igual
entre las esclusas de ambos niveles.
Lo primero era encontrar
el agua. Riquet viajó por la Montaña Negra acompañado de Fierre Campmas, un
zahorí del pueblo de Revel, donde vivía Riquet, y allí descubrieron agua
abundante. Lo siguiente era buscar la forma de que el agua fluyera en ambas
direcciones, hacia el Mediterráneo y hacia el Atlántico. Un día, mientras
pensaba cómo hacer que las aguas de la vertiente mediterránea descargaran en el
río Sor, que fluye hacia el Atlántico, comprendió que era necesario excavar un
canal de distribución en la ladera de la montaña. Una vez que las aguas
recogidas en la Montaña Negra se condujeran al Conquet y se unieran al caudal
del Sor, sólo habría que ampliar este canal hacia el llano para alimentarlo.
Había encontrado la
solución, pero debía conseguir que fuera aprobada por el rey, Luis XIV. Riquet recurrió
a su amigo monseñor d'Anglure de Bourmelon, arzobispo de Toulouse, que
suscribió el plan y lo apoyó ante Calbert, el ministro de Economía de la época.
El 15 de noviembre de 1662, Riquet redactó su famosa nota dirigida a Colbert.
Había nacido el Canal de Midi, que tendría 240 kilómetros, desde Toulouse hasta
la entrada de la albufera de Thau. Paul Riquet invirtió su propia fortuna en la
construcción, en la que se tardaron 14 años. Murió el 1 de octubre de 1680,
agotado por la enormidad del trabajo, cuando sólo faltaba horadar 1,6
kilómetros hasta la albufera de Thau. Su hijo continuó la obra y el canal se inauguró
un año después.
Nuestro barco, Ille de France, avanza remolón hacia el
pueblo de Capestang. Atravesamos el túnel de Malpas que pone a prueba la
habilidad de nuestro capitán. Philippe echa de menos un retrovisor en esta
barcaza de 16 metros. Según pone en la guía de navegación, el túnel de Malpas
se hizo para franquear una colina que obstaculizaba el trazado previsto para el
canal. Se excavó en la turba arenosa del monte Ensérune entre 1679 y 1680 y sus
paredes y techo, por la erosión, están cortadas como lonchas. Durante casi 200
metros no hay apenas luz y el canal se estrecha hasta los ocho metros
(habitualmente son unos 12). Por suerte; no nos cruzamos con nadie.
El sistema de esclusas
Superada la prueba,
avanzamos per estas aguas mansas a seis nudos y hasta las bicicletas nos
adelantan, visto lo cual algunos de los de a bordo decidimos echarnos también a
rodar. Los viñedos se extienden en suaves ondulaciones hasta donde la vista
alcanza. Estamos en los dominios del Minervois y en época de vendimia todos
estos pueblos huelen a mosto fermentado. Llegamos a una esclusa y esperamos a nuestra
casa flotante hablando con el hijo del esclusero, un adolescente con perro y
caña de pescar.
-Pero, ¿hay peces en el
canal?
-Bueno, hay siluros. Los
pesco y los devuelvo.
Las esclusas tienen su
gracia y sus horarios. Ésta es simple. Con la rampa, la casa con la fachada
pintada de color lavanda y un huerto aliado, con sus tomateras y sus girasoles.
Hay también esclusas dobles, triples y eso por no hablar de las nueve esclusas de
Fonseranes, a los pies de Béziers, la obra más importante del Canal de Midi. Incluye
ocho cuencas de forma ovoide, especificas del Canal de Midi y nueve puertas que
permiten salvar un desnivel de 21,5 metros a lo largo de 300 metros. La
majestuosidad del lugar, la hazaña técnica que representaba en materia de
ingeniería civil, sigue asombrando incluso hoy. Los edificios tradicionales,
como la casa del encargado o las cuadras, siguen en su sitio. De hecho, Philippe
precisa que ese lugar es el tercero más visitado del Languedoc-Rosellón,
después del Puente de Gard y la ciudad vieja de Carcasona.
Porque esa es otra. Al
borde del canal, o a pocos kilómetros, hay una serie de ciudades
impresionantes, como Carcasona o Béziers, de pueblos preciosos como Minervois,
colgado de un barranco, o aldeas como Le Someil, creada por Riquet y que destila
todavía un pasado medieval, con la hiedra trepando per las fachadas de piedra y
su puente imponente. La mañana gris en que atracamos en Le Someil aprovechamos
para abastecernos en un supermercado flotante y para visitar la que pasa por
ser una de las mayores librerías de ocasión de toda Francia. Allí compramos un
libro sobre los castillos cátaros de la zona y una postal apaisada del canal en
otoño, con las hojas pardas bajo una luz fascinante.
Nuestro trayecto acaba
en el puerto de Homps, con la promesa de continuar algún día, de aquí hasta
Castelnaudary, y con una comida en la que se sirvió cassoulet, unas uvas
robadas por el camino, queso de cabra y un vino comprado en una bodega cercana,
un Carignan, a la salud de Philippe, le
capitaine.
Notas prácticas:
Se puede navegar por el
canal casi todo el año, pero hay que tener en cuenta los horarios de apertura
de las esclusas. De mediados de marzo a principios de noviembre, las compuertas
están abiertas todos los días excepto los festivos (1 de mayo, 14 de julio, 1
de noviembre). De principios de noviembre a mediados de diciembre, las esclusas
permanecen cerradas para su mantenimiento. De mediados de diciembre a mediados de
marzo, abren de lunes a viernes, excepto los días de Navidad y Año Nuevo.
Las esclusas cierran de noche
-desde las 19.30 en verano (15.30 en invierno) hasta las ocho de la mañana
siguiente- y cierran a la hora del almuerzo, entre las 12.30 y las 13.30. Hay
gran actividad de julio a septiembre, así que las mejores épocas para descubrir
el canal son primavera y otoño. Entre abril y junio, y en el mes de octubre los
precios de alquiler de embarcaciones son más bajos.
Numerosas empresas ofrecen
embarcaciones de alquiler sin patrón. Entre ellas: Rive de France (con base en Colombiers), Ad'Navis (en Béziers),
Castel Nautique (en Bram), Nautic (en Agde), Crown Blue Line (Castelnaudary),
Connoisseurs (en Narbona, Trébes y Homps), Luc Lines (en Homps) y NicoIs (en Le
Somail). Se puede consultar la web en castellano del comité regional de
turismo de languedoc-Roussillon: www.sunfrance.com.
Etiquetas: Sitios donde perderse
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