Lancôme
(Un texto de Sandra
Fernández en el suplemento dominical de El Mundo del 2 de febrero de 2014)
Después de dedicarse a
las exportaciones y la política, Armand Petitjean decidió probar suerte en el
mundo de la perfumería. Al comprobar que era un mercado dominado por dos marcas
americanas, resolvió hacerles la competencia con una firma propia. Le puso el
nombre de un castillo.
El creador de Lancôme,
Armand Petitjean (Saint-Loup-sur-Semouse, Francia, 1884), entró en el mercado
de la perfumería por la puerta grande: creó cinco perfumes a la vez y los
presentó en la Exposición Universal de Bruselas de 1935, donde recibieron una doble
medalla. Aquellas cinco fragancias no encajaban con lo que se estilaba en la
época: esencias sencillas envasadas en frascos sobrios inspiración Art Decó.
Por el contrario, el quíntuple lanzamiento fue todo un alarde: desde el barroquismo
de los envases a la profusión de ingredientes en las fórmulas, ajustadas al gusto
de los cinco continentes. Petitjean había decidido que su marca sería
excepcionalmente lujosa y su prestigio, internacional. Si no, no la haría.
En 1935 Petitjean tenía
50 años y una larga trayectoria profesional: había sido importador en
Sudamérica y, de regreso a París, inició una brillante carrera en el Ministerio
de Asuntos Exteriores que abandonó para adentrarse en el mundo de la cosmética
de la mano de François Coty, padre de la perfumería moderna. Petitjean y Coty terminaron
distanciándose porque en opinión del primero, el segundo había decidido apostar
por la cantidad en detrimento de la calidad. Por entonces, Petitjean ya había
constatado que el mercado mundial de la belleza estaba dominado por dos marcas americanas.
Y decidió que era el momento de que una empresa patria conquistara el espacio
que el savoir-faire francés merecía.
El nombre para su firma lo
tomó de un castillo situado en L'Indre, Lancosme (que rima con Vendóme).
Suprimió la s y añadió un acento circunflejo, todo muy francés. Su equipo,
integrado por los hermanos D'Ornano, el químico Pierre Velon y Georges
Delhomme, lo reclutó entre las filas de Coty.
Tras la espectacular
acogida de sus cinco fragancias Petitjean pasó a los tratamientos. En 1936
lanzó Nutrix, una "crema de noche regenerativa" que lo mismo aliviaba
quemaduras y picaduras que sabañones o irritaciones. Incluso el Ministerio de
Defensa Británico la recomendaba en los años 50 "como la única crema
remedio para la radiación en caso de ataque nuclear".
Su entrada en la
cosmética también fue singular: deseoso de "reinventarla", pide colaboración
al doctor Medynsky, profesor en la Escuela Veterinaria de Maisons-Alfort, que
acaba de estabilizar el sérum de caballo. Este suero natural, junto a ciertas
vitaminas y proteínas, constituyen la base de Nutrix, una crema de culto, aún a
la venta (Nutrix Royal, relanzada en 2006), precursora del biomimetismo, una de
las claves de la investigación Lancôme.
Petitjean también se
revela como un visionario en el ámbito del maquillaje. En 1938 crea Rose de
France, un labial cremoso que no reseca las mucosas..., y los polvos Conquête
en 18 tonos. Ambas joyas (que lo eran, literalmente) estaban perfumadas con
Corazón de rosa, la delicada fragancia que aún hoy impregna todos los productos
de la casa.
Lancôme ya se exportaba
a 30 países en 1939 . El estallido de la Gran Guerra supone una interrupción en
el suministro de ingredientes y el consiguiente parón en la producción. Pero lejos
de hundirse, Petitjean aprovecha para crear la Escuela Lancôme (1942), con sede
en el 29 de Faubourg Saint-Honoré, París, para educar a un equipo de
embajadoras que divulgaran por el mundo las bondades de la marca. Las alumnas recibían
una formación científica y artística con clases de anatomía, fisiología,
nutrición, diseño, maquillaje, dry
massage (o masaje en seco desarrollado para él por el Dr. Durey que se
inspiró en técnicas orientales) y perfumería. Finalizada la Guerra, Lancôme
conquista definitivamente el éxito gracias a varios hitos cosméticos y a la
labor de sus embajadoras, que son recibidlas en todos los países como grandes
estrellas con cobertura en prensa, y recepciones en palacios. Desde Rusia,
América, Australia o África, cada una envía a diario un informe detallado a monsieur Petitjean. En 1962, inaugura
una espectacular fabrica en Chevilly-Larue a las afueras de París que fue
bautizada como el Versalles de la perfumería. Fue el último de los grandes
proyectos de Petitjean, que falleció en 1970 habiendo vendido su imperio a
L'Oréal en 1964.
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