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miércoles, agosto 13

Mongolia, la estepa infinita



(Un artículo de Xavier Moret en el suplemento dominical del Periódico de Aragón del 24 de noviembre de 2013)

Mongolia atrae antes que nada por el nombre: Mon-go-lia, una palabra que evoca paisajes lejanos, estepas solitarias, desiertos infinitos y la dura vida de los nómadas; un país ligado a viajes míticos, como el de Marco Polo, y a conquistadores de leyenda, como Gengis Kan; una tierra tanto más atractiva cuando recordamos que durante el franquismo estaba prohibido viajar allí, ya que Mongolia Exterior estaba calificada como un país “de los malos”, nada menos que un satélite de la Rusia comunista. Pasados los años, sin embargo, Mongolia se ha convertido en un destino turístico muy atractivo para los amantes de la aventura y de los grandes espacios. La enormidad de la estepa lo avala. Con una superficie que triplica la de España, tiene solo tres millones de habitantes. La soledad del territorio, habitado por los nómadas que siguen a las grandes manadas de caballos, camellos, ovejas o yaks, es otro punto a favor.

Apenas aterrizas en Ulan Bator, la capital de Mongolia, empiezas a familiarizarte con la omnipresencia de Gengis Kan, el conquistador del siglo XIII que llevó al imperio mongol a las puertas de Europa. El aeropuerto internacional lleva su nombre, y también la cerveza más famosa del país, y el vodka. Desde que en 1992 Mongolia abandonara la órbita comunista, ha encontrado en Gengis Kan el líder que buscaba para forjar su identidad en Asia Central.

Los bigotes de Gengis Kan parecen tener el don de la ubicuidad en Mongolia, pero donde más llaman la atención es en Tsonjin Boldog, un lugar desierto situado a 54 kilómetros de Ulan Bator. Allí, según la leyenda, el joven Gengis encontró un látigo, algo que en Mongolia se asocia con la buena suerte, y para recordar el hallazgo afortunado han levantado una gran estatua ecuestre del conquistador. Mide 40 metros, está recubierta de láminas de acero inoxidable y se alza encima de un inmenso pedestal en cuyo interior hay una fusta y una bota gigantes que confirman que lo enorme se lleva en Mongolia.

“Está previsto rodear la estatua de 200 gers (las tiendas nómadas, llamadas yurtas por los rusos) y 10.000 guerreros a caballo”, me cuenta Tutú Anapilut, una guía que lo sabe todo y más de Mongolia. “Quien quiera poner su cara a uno de los guerreros tiene que pagar 10.000 dólares”.

En Ulan Bator vive un millón de los tres millones de mongoles. Y el número aumenta cada año, a remolque de una euforia económica que nace de los grandes recursos mineros del país. Hasta hace solo unas décadas, Mongolia era un país eminentemente nómada, pero cada vez son más los que abandonan la vida errante y se instalan en las afueras de la capital, donde plantan unas tiendas que contrastan con los rascacielos y las amplias avenidas del centro de la ciudad.

 “La tierra pertenece al Estado, pero los nómadas tienen derecho a un acre para plantar su ger”, me cuenta Tutú. “Cuando vienen a Ulan Bator, les ceden uno en las afueras y allí plantan su tienda. A veces los promotores les convencen para construir un edificio en este lugar y cederles un apartamento, pero muchos prefieren seguir viviendo en el ger. Es su mundo. Los jóvenes son los que más vienen a la ciudad”.

En Ulan Bator, una ciudad contaminada por las estufas de carbón y una gran central térmica, se mueve mucho dinero, pero en un ambiente caótico en el que destacan los continuos atascos, los numerosos karaokes, la plaza del Parlamento presidida por la gran estatua de Gengis Kan y el Museo de Mongolia, donde, cómo no, Gengis Kan vuelve a ser la estrella.

Es mejor no entretenerse demasiado en Ulan Bator, ya que la fama de Mongolia se basa sobre todo en el paisaje. Apenas sales de la ciudad, te das de bruces con la estepa: una nada infinita, con grandes llanuras y suaves colinas, en la que aparece de vez en cuando una manada de caballos con un ger plantado cerca; o un ovoo, un monumento hecho con piedras apiladas para alejar a los malos espíritus.

La estepa es un paisaje hipnotizante que puede parecer monótono, pero enseguida aprendes a discernir los matices. A una hora de la capital, en Khustain Nuruu, está el paraíso del takhi, el caballo salvaje mongol que antaño dominaba estas tierras. “Se extinguieron en 1966 -cuenta Tutú-  y pudieron reintroducirse gracias a algunos ejemplares que había en zoos europeos. En esta reserva de 50.000 hectáreas hay ahora unos 300 que campan a sus anchas. Son más bajos, de color marrón claro y con poco pelo, con 66 cromosomas en vez de los 64 del caballo normal”.

La estepa y el desierto son los grandes atractivos de Mongolia. Lo ideal para adentrarse en el desierto de Gobi es volara Dalanzadgad, 600 kilómetros al sur de Ulan Bator. Otra opción es recorrer en coche los 300 kilómetros que separan la capital de Bayangobi. Las dunas, las manadas de camellos y los montes de rocas negruzcas convierten el lugar en un desierto asequible.

Muy cerca de las dunas se alza el Bayan Gobi Camp. Las tiendas son iguales que las de los nómadas, dispuestas como un campamento. Son los mejores hoteles de la estepa, ya que el frío es tan intenso cuando llega el otoño en Mongolia que no sale a cuenta construir hoteles. Excepto en Ulan Bator, por supuesto.

En Bayangobi se puede comer además una de las especialidades de la no siempre apetitosa cocina mongola: barbacoa de cordero. Y no solo eso, sino que puedes asistir al ritual de la muerte del cordero: un experto hace un corte en la barriga del animal, introduce por él la mano y, haciendo pinza con los dedos, bloquea la vena aorta para provocarle una muerte en la que dicen que el cordero no sufre. Después viene la barbacoa y la comilona, y quizás hasta los típicos cantos guturales.

La estepa, desarbolada, de una extensión que abruma, solo se ve alterada por la aparición de los gers y las grandes manadas. A primera vista, se diría que los nómadas viven al margen del tiempo y de los viajeros que pasan, pero cuando te detienes para ver cómo ordeñan las yeguas, te desbordan con su hospitalidad. Suelen invitarte a visitar su ger, donde te ofrecen leche fermentada, un yogur exquisito, galletas de leche agria o cerveza mongola, con una fórmula a base de leche y vodka.

El interior del ger, una lona que se adapta a una mínima estructura de madera, con un agujero en el centro, tiene siempre la misma distribución: la puerta mirando al sur, una cama enfrente y dos a ambos lados; la estufa en el centro y, al fondo, junto a la cama principal, sendos altares: uno dedicado a Buda y otro a la familia, con fotos y otros objetos, entre los que no suele faltar la estatuilla de un caballo.

Los nómadas suelen emigrar cuatro veces al año, y es sorprendente lo poco que ocupa el ger cuando lo desmontan. Antes solían trasladarlo en una carreta tirada por caballos, yaks o camellos; ahora lo hacen en las duras camionetas de fabricación rusa. Adaptados a la modernidad, a menudo también tienen una moto para desplazarse, y la tienda suele ir equipada con placa solar y antena parabólica. El nomadismo de siempre, pero con retoques del siglo XXI.

La religión mayoritaria en Mongolia es el budismo tibetano. En Ulan Bator hay varios monasterios que merecen una visita, como el de Gandan, con su buda de 25,5 metros de altura, pero es en la soledad de la estepa cuando cobran más fuerza. Cerca de Bayangobi, por ejemplo, se encuentra el pequeño monasterio de Uvgun Kiid, en el corazón de la montaña.

En él vive una monja llamada Flor de Oro que explica que el comunismo prohibió la religión, destruyó muchos monasterios y mató a 10.000 monjes en Mongolia. “Yo estudié marxismo-leninismo y dirigí la biblioteca de la Escuela del Ejército –cuenta-, pero cuando acabó el comunismo, en 1992, cambió por completo mi vida. A partir de entonces me puse con mi madre a restaurar este monasterio en el que mi bisabuelo fue lama. Estaba destruido, pero poco a poco va renaciendo”.

Desde Bayangobi, por un paso de montaña, se llega a Kharkhorin, una ciudad de 15.000 habitantes en la que destaca el monasterio de Erdene Zuu, rodeado de una muralla blanca decorada con 108 estupas. Es del siglo XVI y en 1872 contaba con 62 templos y unos mil monjes. Los comunistas lo destruyeron y hoy La religión mayoritaria en Mongolia es el budismo tibetano. El comunismo lo prohibió y mató a 10.000 monjes solo quedan cinco templos y 40 monjes, pero sigue teniendo el aura de los lugares sagrados. Más allá de las murallas hay un gran falo, esculpido en piedra, dicen que para invitar a los monjes a preservar la virtud. No muy lejos se hallaba Karakorum, la antigua capital de Mongolia, de la que hoy solo queda una bella tortuga esculpida en piedra y la gran maqueta que se expone en el Museo de Kharkhorin.

En Mongolia no hay que tener prisa. Las distancias son siempre enormes y detrás de cada valle siempre puede haber otro que prolongue el viaje. El valle de Orkhon, Patrimonio de la Humanidad, es paradigmático en este sentido. El ancho río marca el camino de un paisaje magnífico, con prados a ambos lados donde sestean caballos, ovejas y yaks, en el que siempre hay un más allá.

Cuando subes por un flanco del valle, aparece algo inesperado en Mongolia: un bosque que los mongoles admiran por su excepcionalidad. Subiendo entre los árboles, por un camino empinado, se llega hasta los 2.600 metros de altura, donde se encuentra el monasterio de Tuvkhun. Lo construyó en 1648 Zanabazar, el primer líder espiritual del país; tenía entonces 14 años y quedó tan fascinado por la belleza del lugar que se retiró aquí durante 30 años. Hoy viven en él unos pocos monjes que se ocupan del mantenimiento del monasterio, restaurado en 1997, y que disfrutan de unas vistas en las que destaca el cielo azul cobalto, considerado por los mongoles una protección.

Cuando ves a un pastor nómada galopando para ir a controlar el ganado en algún lugar del valle te das cuenta de que esta tierra tiene mucho en común con el Far West de las viejas películas, aquellas que hablaban de horizontes de grandeza y de un país virgen que era un paraíso para los ganaderos. De vez en cuando, una manada de caballos cruza el río sin prisas y te hace tomar conciencia de que estás en un lugar remoto, único, en el que el tiempo parece detenido para resaltar así la belleza del paisaje.

Notas: La temporada turística de Mongolia se concentra de mayo a octubre, ya que el resto del año hace demasiado frío, con temperaturas que alcanzan los 40 bajo cero.

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