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lunes, agosto 4

El Pelado de Ibdes



(Un texto de Alberto Serrano Dolader en el Heraldo de Aragón del 15 de diciembre de 2013)

Vuelvo a ocuparme de todo un clásico: el bandolero aragonés Manuel Millán Gascón, alias el Pelado de Ibdes, que en el XVII atemorizó a media España. La memoria de sus crímenes enraizó tanto que, siglo y pico más tarde, hasta Goya cogió el pincel para plasmar sobre papel verjurado el eco legendario del malandrín. […] A finales del siglo XIX el Pelado volvió a ponerse de moda porque el escritor y militar borjano Romualdo Nogués se reinventó el personaje en una narración, inverosímil y encantadora, que formó parte de su libro 'Cuentos para gente menuda' (1881). En ella el Pelado histórico y el literario nada tienen que ver, puesto que don Romualdo se inspiró en algunas tradiciones fantásticas del somontano del Moncayo para crear la pieza que hoy les propongo releer. 

Un oso tan malvado que parecía el «mismísimo demonio» mantenía secuestrados en una cueva a una a una mujer y a su niño. El chavalín, que nada más nacer ya sabía hablar, fue capaz de matar de un trancazo a la temible bestia, lo que les permitió huir y rehacer la vida... en Ibdes, no lejos de Calatayud. Pero el mozalbete -al que las gentes apodaban el Pelao- resultó mal estudiante y prefirió la aventura. 

Se lanzó a ver mundo y reclutó como amigos a tres gigantes con los que se topó. El primero, el leñador Arrancapinos. El segundo, Batemontes, capaz de demoler montañas a puñetazos. El tercero, el pescador y barquero Barbancha, de altura tan descomunal que «echado miraba de alto abajo a los otros que estaban de pie». Los cuatro compartieron una aventura «capaz de asustar a una estatua de piedra» en la que el Pelao machacó dentro de una chimenea a un diablo que se había trasmutado en un espantoso anciano de «resplandor infernal» y «ojos que parecían ascuas». 

Valeroso como nadie, el Pelao también fue capaz de descolgarse en un pozo, en cuyas profundidades abismales «encontró una galería tapizada con telas bordadas de seda, las arañas eran de cristal de roca, los muebles de marfil y la alfombra de plumas de cisne. Llamó a una puerta de bronce; le preguntaron qué deseaba. Contestó que abriesen y lo sabrían; apareció una señora muy guapa encantada por un león (…). Llamó a otra puerta de plata; salió una señora joven y bonita, encantada por una serpiente de siete cabezas (…). Volvió a llamar a una puerta de oro; y otra hermosa señora le manifestó llorando que se hallaba encantada por el diablo...». 

Nuestro héroe logró liberar a las tres damas y, de nuevo, peleó con Satanás, al que le arrancó una oreja. El demonio lloriqueó: «Mira, si me das mi oreja, porque sin ella no puedo presentarme en el infierno, te haré muy rico y te daré por mujer a una infanta hermosísima; las señoras que has visto en el pozo no sirven para descalzarla». Llegaron a un pacto, claro está. 

En Ibdes aún enseñan la cueva en la que dicen que vivió el Pealo. Y 'pelaos' se les apoda desde tiempos ancestrales a los ibdesinos.

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