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viernes, agosto 1

Museo de la prostitución en Ámsterdam: realidad e historia del oficio



(Un texto de Javier G. Gallego en El Mundo del 7 de febrero de 2014)

En una ciudad donde las putas están tan integradas en su paisaje urbano parecía justo crear un museo con vocación educativa para honrar esta profesión y a quienes la ejercen. Ámsterdam cuenta desde ayer con el Red Light Secrets, un museo dedicado a la prostitución donde se muestra la realidad que viven las más de 900 meretrices que trabajan a diario tras un escaparate de cristal.

El Barrio Rojo, un puñado de calles situado en De Wallen, el distrito más antiguo de la ciudad, es uno de los iconos de Ámsterdam, la capital europea asociada al libertinaje, pero también a la tolerancia, modernidad y apertura de miras. La forma en que la prostitución se encuadra dentro de la sociedad holandesa es una buena forma de entender esa cultura y ahí es donde se encuentra la razón de ser de este museo, según explican sus organizadores.

La visita hace un repaso a la historia de este oficio, esencial para entender por qué está hoy considerado tan natural como cualquier otra profesión. El origen de Ámsterdam como una ciudad portuaria con uno de los mayores mercados de Europa favoreció la prostitución, que ya en el siglo XV estaba permitida por ley, si bien las visitas a las meretrices estaban perseguidas. El protestantismo de los siglos posteriores trató de erradicar, sin éxito, el oficio más viejo del mundo, convertido en un importante foco de mortalidad hasta la aparición del preservativo en el siglo XVIII.

Con la ocupación de Napoleón se reguló por primera vez. Las prostitutas tenían que presentarse dos veces a la semana ante la policía para someterse a una revisión médica. Sólo quienes no padecían enfermedades de transmisión sexual recibían una tarjeta roja que les permitía ejercer. A partir del siglo XIX comienzan a ofrecer sus servicios a través de un escaparate de cristal, como un primer intento para evitar el contacto con los grupos urbanos que patrullaban la ciudad dando lecciones de moralidad religiosa.

La exposición se detiene en la era posterior al año 2000, cuando la profesión se legaliza oficialmente. Desde entonces una prostituta paga impuestos y cotiza a la seguridad social como lo hace cualquier otro trabajador holandés y han surgido sindicatos y asociaciones que protegen sus derechos, como la Fundación Geisha, encargada de dar voz a este colectivo. También hay una unidad especial de funcionarios conocida como el Grupo 1012 (el código postal del Barrio Rojo) que se encarga de descriminalizar la profesión. Está compuesta por policías, médicos, agentes sociales e incluso inspectores de Hacienda. Conocen a cada fulana del barrio y si ven una cara nueva no tardan en asegurarse de que cuenta con la edad mínima para ejercer (21 años) y con los certificados sanitarios y fiscales oficiales.

El visitante puede hacerse una idea de cómo trabajan las prostitutas porque el museo, ubicado en un antiguo burdel, reproduce al milímetro las típicas habitaciones -conocidas como peeskamer- que aguardan tras el escaparate. Cubículos de apenas seis metros cuadrados con un camastro, un lavabo y una cómoda por los que cada prostituta tiene que pagar 150 euros de alquiler al día.

La parte más morbosa de la visita ofrece al espectador la posibilidad de interactuar con las distintas ofertas que se pueden encontrar en el Barrio Rojo, desde la calle donde sólo trabajan transexuales hasta los burdeles que ofrecen el electrosex, en el que el cliente recibe estímulos eléctricos mediante electrodos, Como una atracción de parque temático.

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