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miércoles, agosto 6

La ‘cuestión nacional’: nada nuevo



(Un texto de Guillermo Fatás en el Heraldo de Aragón del 12 de enero de 2014)

La 'cuestión nacional' es un problema recurrente de la España contemporánea. Ocupa hoy un primer plano político, hecho del cual es muy difícil que se deriven ventajas reales para nadie, ni aun para aun para quienes creen que las podrían conseguir: no en el siglo XXI, ni en un sistema de integraciones múltiples y adaptables como el que trabajosa e incesantemente vienen ensayando tanto España -donde hay visible variedad de regímenes autonómicos y no 'café para todos'- como los estados de la Unión Europea.

No es la primera vez que el nacionalismo catalán reacciona, tras conseguir notables ventajas, con posiciones oportunistas y opuestas a la legalidad pactada, negando legitimidad a las leyes y a los tribunales. Son movimientos ventajistas que se reservan para momentos críticos: con España -no solo el Estado- en serios aprietos, se formulan declaraciones que quieren ser performativas, de modo que hagan realidad lo enunciado: puesto que me declaro soberano, ya puedo actuar soberanamente. Artur Mas y sus aliados de ocasión retoman así la vía de la 'democracia expeditiva', marca de la casa desde tiempos de Macià y Companys, que algunos dicen añorar y a quienes no se quitan de la boca y la cabeza.

Los adjetivos matizan la democracia (constitucional, representativa, directa, parlamentaria, etc.) o la degradan (como popular u orgánica). Degradada es la 'democracia expeditiva' que ahora resucita, un invento de Lluîs Companys, presidente de la Generalitat y destacado miembro de la Esquerra, a quien Franco hizo mártir por fusilamiento.

Hay al efecto tres episodios de la II Republica narrados por Manuel Azaña, jefe del Gobierno y del Estado, sucesivamente, de los cuales el lector obtendrá por sí mismo conclusiones.

‘¡Viva España!’ ‘Visca Catalunya!’ Proclamaba Azaña en las Cortes, el 12 de mayo de 1932, recién aprobada la Constitución: «Cataluña dice, los catalanes dicen: queremos vivir de otra manera dentro del Estado español. La pretensión es legítima porque la autoriza la ley. Nada menos que la ley constitucional. La ley fija los límites que debe seguir esta pretensión y quién y cómo debe resolver sobre ella. Los catalanes han cumplido estos trámites y ahora nos encontramos ante un problema que se define de esta manera: conjugar la aspiración particularista, o el sentimiento, o la voluntad autonomista de Cataluña con los intereses o fines generales y permanentes de España dentro del Estado».

Lluis Companys se levantó de su asiento y gritó, lleno de fervor, «¡Viva España!». Y Azaña repuso: «Visca Catalunya!». El ‘Estatut’ fue aprobado en septiembre, por 318 votos contra 19.

Pero, logrado el objetivo, en 1934 Companys ya había cambiado el tono pactista y quería aprovechar las graves turbulencias que se cernían sobre la República desbarajustada. «El pueblo no comprende el método dilatorio de las leyes, hay que darle obra hecha», practicar la «democracia expeditiva», dijo a Azaña; quien, asombrado de su inesperada exaltación nacionalista, más lo estuvo aún de su idea fascistoide de la «democracia expeditiva». Para el alcalaíno no era otra cosa, en «lenguaje corriente, que populismo demagógico».

La conducta de Companys y los suyos en los años siguientes mereció a Azaña –como también a Negrín y a Indalecio Prieto- juicios de dureza extraordinaria. En 1937, Azaña tilda a Companys de «iluminado», «exaltado» y con tintes racistas, por su aceptación acrítica de las tesis de Luis Robert y de Prat de la Riba. Su deslealtad con la República no dejó ámbito por hollar: Companys «no se ha privado de ninguna transgresión. Asaltaron la frontera, las aduanas, el Banco de España, Montjuich, los cuarteles, el parque [móvil], la Telefónica, Campsa, crearon la consejería de Defensa, se pusieron a dirigir la guerra», consultaron a Mussolini sobre el eventual respaldo fascista a una Cataluña segregada. «Se elevó a sí mismo de Presidente de la Generalidad a Presidente de Cataluña (...) Prieto fue recibido por el consejero catalán de Defensa en actitud que era la de un ministro de una potencia extranjera aliada».

Negrín, el jefe del Gobierno del Frente Popular, llegó a decir: «No he sido nunca españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes han de descuartizar España, prefiero a Franco. (...) Son inaguantables (...) Y mientras, venga poderes, dinero y más dinero».

Concluía Azaña: «Companys se aprovechó la rebelión militar [de 1936] para acabar con el poder del Estado en Cataluña». Es sabido que la historia nunca se repite, pero no es menos cierto que nunca es diferente en todo y por completo. El binomio Mas-Junqueras es la prueba.