Ruanda: 20 años del horror
(Un texto de Nacho Carretero en el XLSemanal del 16 de
febrero de 2014)
Preguntarle a alguien en
Ruanda si es hutu o tutsi es una grosería. Las identidades hutu y tutsi tienen
miles de años en el país africano, pero hoy son tabú. Un tabú tan grande que quien hace bandera de su grupo
étnico termina en la cárcel. Porque esta división provocó en 1994 una lucha
genocida que, según las cifras más benévolas, dejó 800.000 muertos.
Antes del hombre blanco
No pocos antropólogos sostienen que la humanidad echó
a andar en la región que ocupa Ruanda, un país montañoso en la región de los
Grandes Lagos. Los pigmeos eran sus habitantes originarios y pronto recibieron
la visita de otros dos pueblos: los hutus, agricultores llegados de la zona del
Congo, y los tutsis, ganaderos de Etiopía. Estos últimos, propietarios de las
vacas, se enriquecieron y, a pesar de ser minoría (14 por ciento frente a un 85
por ciento de hutus), se erigieron en una élite que controlaba el país de forma
feudal, con los hutus como vasallos. Se forjaron dos castas que convivieron de
forma más o menos pacífica hasta la época colonial.
Y llegan los colonos europeos
En 1897, Alemania llega a la región y más tarde
Bélgica toma el control del territorio. Basándose en las teorías raciales de la
época, diferencia étnicamente a los dos grupos y hace figurar esa condición en
los documentos de identidad. Los belgas se alían, claro, con los tutsis, que
tienen el poder. La sumisión hutu dura hasta 1959, cuando se sublevan, toman el
control y declaran la independencia de Ruanda. Cientos de miles de tutsis
huyen, millares son asesinados y los que se quedan sufren persecuciones. Para
muchos, aquí comienza el verdadero genocidio.
Uganda entra en juego
La mayoría de aquellos tutsis huidos se refugian en
Uganda y se integran en su ejército, donde se adiestran y preparan durante
décadas. Allí fundan el Frente Patriótico Ruandés (FPR) y en 1990, encabezados
por un joven Paul Kagame, regresan a Ruanda desafiando al Gobierno
hutu.Aterrorizado, el Gobierno -liderado por Juvénal Habyarimana- comienza una
agresiva campaña de propaganda con una macabra idea: o asesinamos a los tutsis
o acaban con nosotros. Habyarimana recibe la ayuda de Francia, que le entrega
armas y lo ayuda a entrenar a las milicias que después llevarán a cabo el
genocidio: las terribles Interahamwe. Francia no quiere que el FPR procedente
de Uganda -anglófona- se haga con la Ruanda hutu y francófona. Por eso frena al
FPR hasta que en 1993 se acuerda negociar la paz. El proceso dura un año y es
una farsa que se salta por los aires el 6 de abril de 1994, cuando el avión de
Habyarimana es derribado en un atentado. Los dos bandos se culpan mutuamente. Y
arranca el horror.
El mundo contempla impasible la matanza
Encabezados por las milicias y envenenados por la
propaganda, miles de hutus salen a la caza de tutsis para vengarse. Ruanda se
cubre de cadáveres. Cada hora, 333 personas mueren -la mayoría, a machetazos-,
pero la ONU mira hacia otro lado y se niega a enviar tropas. La violencia se
instala en el país, con miles de mujeres violadas, niños asesinados y hombres
mutilados. Es uno de los episodios más terribles del siglo XX. Y el mundo lo
mira impasible. En julio de 1994, el FPR se impone y la guerra termina. Dos
millones de hutus huyen a los campos de refugiados del Congo, causando una
nueva catástrofe humanitaria. Liderada por Kagame, la nueva Ruanda establece un
plan de reconciliación basado en gacacas, juicios populares en los que los
vecinos resuelven sus diferencias con penas fijadas por la ley. También se
castigan las venganzas y se abolen las identidades hutu y tutsi. La convivencia
pacífica regresa en lo que parece un éxito del proceso de reconciliación. Lo
es, pero detrás está la mano dura, terriblemente opresora, del actual Gobierno
de Paul Kagame.
¿Cómo está Ruanda hoy?
En la actual Ruanda no existe libertad política ni de
expresión. Es una dictadura disfrazada de democracia en la que disentir se paga
con la cárcel. Los tutsis controlan el Gobierno, el Ejército y las empresas; y
los hutus padecen en silencio la opresión de los que hace solo 20 años fueron
las víctimas. No hay cifras oficiales, pero desde el fin de la guerra miles de
hutus han sido asesinados y encarcelados. Un asunto sobre el que la comunidad
internacional sigue sin querer saber nada. La historia de violencia de Ruanda
sigue. Y no parece que vaya a terminar.
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